Capítulo 42

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...Narra Eliot...

Cuando llegamos a casa, nos apresuramos en quitarnos la ropa para evitar congelarnos con la nieve que la envolvía, incluso encendimos la chimenea para dejar nuestros abrigos secándose y poco después subimos a nuestra habitación para darnos un baño de agua caliente para entrar en calor.

Yo tenía mucho frío, una vez salí del agua me apresuré a vestirme y a meterme bajo las cobijas, donde poco después él me siguió y como aún era relativamente temprano, nos quedamos hablando sobre cosas que deseábamos hacer.

Como estaba nevando mucho mañana tendríamos que quitar la nieve del tejado y abrir un camino para transitar en la entrada o en el patio, además mientras conversábamos, nos surgió una idea para ampliar la casa.

Yo deseaba tener una cocina más grande, la suya es bastante básica y hay muchas cosas que no tiene, por ello me sugería ideas y pensábamos en ello cuando se me fue generando el sueño.

—Buenas noches— le dije girándome para que me abrazara por la espalda.

—Pero mi amor...—se quejó envolviéndome con sus brazos— no me diste mi beso.

—Hm...—solté manteniendo mis ojos cerrados, de hecho, ni siquiera me moví.

Entre sus brazos me sentía calentito, además combinado con mi abrigado pijama no estaba pasando frío, al menos no hasta que sentí como poco a poco estaba bajando mi pantalón queriendo desnudarme.

—Mi amor, tengo frío...—le dije, queriendo evitar sus acciones.

—Yo te puedo calentar...—decía rozando su pene entre mis nalgas.

—No...—dije sintiendo un cosquilleo que me hacía desearlo, pero no quería quitarme la ropa— no es justo...—dije abriéndole acceso para que pudiera penetrarme— soy débil a tus caricias...— agregué, haciéndolo reír.

Hacerlo cuando hace tanto frío no es algo que me guste, ya que el calor que nos causa el momento de lujuria se acaba cuando nos corremos y no deseo bañarme otra vez, al menos no hasta mañana.

Me gusta estar con él, llevamos unas semanas increíbles que se han convertido en meses, lo que le ha permitido conocer mis puntos débiles y por lo mismo, no fui capaz de detenerlo.

Claro que una vez comenzamos, no deseaba separarme de su cuerpo, quería sentirlo cerca de mí y me encantaban sus labios entrelazándose con los míos mientras me embestía casi con ternura.

Tener una relación sexualmente activa no me sorprende, ambos somos jóvenes y como es invierno, muchas de sus responsabilidades disminuyeron haciéndolo pasar mucho tiempo en casa. Lo mismo pasa conmigo, ambos estamos disponibles la mayor parte del día y, ¿qué más podemos hacer? Las horas pasan más deprisa cuando nos amamos lujuriosamente, además, es divertido cuando estamos así de apegados.

Sé que no nos diferenciamos mucho al resto, ya que Leo y varias personas más me avisaron que los embarazos aumentan en invierno y ya he escuchado que varias mujeres están en cinta, algo que obviamente a nadie le sorprende.

Si yo pudiese embarazarme, seguramente pasaría la mayor parte de mi vida embarazado y con muchos niños a mi alrededor, ya que mi amado es bastante apasionado, además le gustan los niños al igual que a mí.

Yo quisiera tener unos, ¿10? Aunque también podría conformarme con cuatro, sólo que no sé cómo funciona la procreación de un niño cuando ambos son hombres. Como he pasado el suficiente tiempo en el pueblo, sé que hay una pareja de dos chicos cuidando a un niño que es idéntico a uno de ellos, aunque no sé cómo lo hicieron exactamente, ¿pedirán un vientre prestado?

El tiempo fue pasando, la noche se estaba volviendo más fría y mi amado se mantenía entre mis piernas con la respiración igual de agitada que la mía. Mis dedos se aferraban a su espalda y a pesar de que deseaba acabar para vestirme, mi lado irracional no deseaba alejarse de su cuerpo.

Estar con él siempre se siente bien, por ello, cuando acabamos lo puse bajo mi cuerpo mientras que me recostaba sobre el suyo, deseando apoyar mi cabeza en su pecho desnudo a medida que sus dedos se deslizaban por mi espalda.

Fuera de las cobijas hacía frío, no quería moverme, por lo mismo, me mantuve en aquella posición varios minutos en silencio. No era necesario hablar, el silencio no era incómodo, más bien era esa clase de silencio que nos permitía oír los latidos del otro.

—Mi amor— me nombró al cabo de un rato, buscando que mis ojos buscaron los suyos— ¿y si nos casamos? 

El cocinero del capitánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora