Capítulo 7: Impresiones

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Capítulo 7: Impresiones.

Yuri y Kaoru veían día tras día a Shizen y Kagome almorzar juntos bajo el árbol, él siempre parloteando y sonriendo, ella escuchando con interés. Ambas chicas estaban cansadas. ¿Qué tenía de especial Kagome? Sí, era bonita y talentosa, pero no a la altura de Shizen, según su perspectiva. Así que, pese a las dudas de Yuri, Kaoru contó al club de arquería que Kagome era madre soltera; la noticia era un escándalo y no tardó en expandirse.

Kaoru sonrió complacida, los días pasaban y las jóvenes del club ignoraban o rechazaban a Kagome, pero ella ausente a su entorno, no lo notaba. Shizen se enteró del rumor y buscó quién lo había originado, hasta que dio con Kaoru y la enfrentó.

- Hola, preciosa – le sonrió, pero con frialdad en la mirada.

- Shizen – susurró sorprendida y complacida.

- ¿Eres tú la que anda creando rumores de las personas por aquí? – dijo sin rodeos.

- No… no sé de qué hablas.

- Eso es lo que más odio de las personas – dijo con la ira centelleando en sus ojos.

- Shizen… - su corazón latía a prisa, sentía un nudo en la garganta.

- Escúchame, porque será la única vez que te lo diga. – Se acercó, pero ella retrocedió temerosa. – Aléjate de Kagome, no le toques ni un cabello… ni siquiera menciones su nombre, porque no querrás verme enojado. – La miró a los ojos fijamente. - ¿Entendiste?

- S-sí – la vergüenza teñía sus mejillas, y la furia la contenía en sus puños.

- Eres muy amable – Shizen le sonrió de nuevo, pero en un gesto mortalmente amenazante.

Kaoru lo vio alejarse, no se podía mover de la impotencia y coraje, se sentía humillada y tonta. Quería golpear y destrozar a Shizen, pero no se comparaba a lo que le quería hacer a Kagome. Caminó buscando a Yuri, no les perdonaría esa impertinencia.

Shizen faltó a su propio entrenamiento de Kendo para ir a vigilar la práctica de arquería de Kagome. Las compañeras de la chica no podían concentrarse con el muchacho ahí, pero él solo miraba a Kaoru, aunque no era la mirada que ella hubiera deseado, era gélida y furiosa, de los nervios falló todos los tiros.

Al terminar la práctica Shizen se acercó a Kagome, le pasó el brazo por los hombros y con descarada coquetería le preguntó:

- ¿Qué quieres hacer?

- Irme a casa – respondió ella con naturalidad.

- Te acompaño.

- Hoy vienen por mí.

- Ah – dijo él decepcionado.

Caminaron juntos hasta la entrada, allí estaba la madre de Kagome con Aimi y Emi, las niñas emocionadas corrieron a sus brazos, ella las recibió con un cariñoso abrazo.

- ¡”Ome”!

- ¡Mamá!

- Mis pequeños monstruos – susurró Kagome con emoción.

Shizen se quedó helado unos pasos atrás, Kaoru se acercó a él, le dio unas palmaditas condescendientes en la espalda y le sonrió con burla. Él frunció el ceño y se fue.

Kagome regresó ansiosa a su casa, esperó a que las gemelas se durmieran y preparó sus cosas para pasar el fin de semana en la época antigua, su búsqueda aún era una de sus prioridades.

Cruzó el pozo en la obscuridad, con la mochila aferrada en la espalda. Caminó hasta la aldea, que era siempre su punto inicial de búsqueda, nada parecía diferente. Pero un sonido familiar la hizo levantar la vista al cielo estrellado.

- ¡Kirara! – gritó Kagome sorprendida.

Kirara bajó y Kagome corrió a su encuentro, montado en ella iba Kohaku. La chica en un impulso lo abrazó y sollozó de alegría. Kohaku confundido correspondió al abrazo.

- ¿Estás bien? – le preguntó él con ansiedad.

- Sí – respondió ella, ahora también confundida.

- Kagome… - Al verle la vestimenta él entendió. – No estabas con mi hermana…

- No. – Bajó la mirada. – Así que tú tampoco…

- No…

Su esperanza repentina se desmoronó, dejando en ambos un punzante hoyo en su corazón. Recorrieron la aldea de nuevo, pero ya no buscaban nada, tenían la mirada ausente. Kohaku rompió el silencio y asustó a Kagome.

- ¿Qué fue lo que pasó?

- ¿Qué?

- ¿Qué fue lo que pasó ese día? ¿Quién hizo esto? – Señaló la aldea en ruinas.

Kagome relató como una hermosa mujer llameante cayó del cielo mientras Sango, las gemelas y ella se bañaban en el río, del sacrificio maternal de Sango y de la bola de fuego que fue lo último que vio al cruzar el pozo. Kohaku no dijo nada al momento, pero vio el terror y el dolor de pérdida en la mirada de Kohaku.

- Sango – susurró con un nudo en la garganta.

- Lo siento mucho – lloró Kagome –. Fue mi culpa.

- No… no…

Kohaku entendía el por qué de la acción de su hermana, pero no quería creerlo; aunque era un alivio saber que Aimi y Emi estaban bien. Él sabía que Inuyasha no podía haber desaparecido así nada más, no era un ser débil, debería de haber pasado algo más que una extinción a la aldea.

- Ya había venido – confesó Kohaku –, pero al no encontrar a nadie pensé que… que algo o alguien los había atacado… pero jamás pensé… que terminaría así.

- No digas eso – pidió Kagome –, no debemos perder la fé.

- Voy a encontrar a esa demoníaca mujer – juró con rabia el muchacho.

- ¡Iré contigo!

- Creí que cuidabas a las gemelas.

Kagome suspiró.

- Sólo llévame unos días, por favor – rogó.



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*Esta historia no me pertenece. Todos los créditos a su respectivo autor/a.

Kagome, una difícil desiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora