Capítulo 30: Confianza

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Capítulo 30: Confianza

Kagome había estado sumergida en sus pensamientos desde que regresó con Shizen. Pensaba en sus palabras, “lo que ustedes quieren hacer es “controlar” al otro” le había dicho. ¿Era verdad? ¿Ella controlaba a Inuyasha? Quería negarlo rotundamente, pero sabía que Shizen tenía razón. En primer lugar esa era la función del rosario que llevaba Inuyasha en el cuello, en un principio lo utilizaba porque él quería atacarla, pero ahora totalmente consciente de que jamás lo haría, seguía poseyéndolo. ¿Qué debería hacer?

Al día siguiente Shizen comenzó a hablar más con Kohaku, pero las respuestas de éste no pasaban de ser monosílabos. Así que lo intentó de otra manera.

En la hora de la comida ambos fueron encomendados a buscar madera para la fogata, Shizen retaba al joven exterminador a carreras, pero sus intentos eran vanos, Kohaku lo ignoraba y cada vez fruncía más el ceño, pero Shizen no se rendiría tan fácilmente.

En una ocasión le robó el arma mientras estaba distraído, y efectivamente logró que lo siguiera en una carrera, pero sólo logró enfurecerlo.

- ¿El poderoso exterminador Kohaku teme ser derrotado por un simple estudiante? – se burló Shizen.

- Déjame.

- ¡Pobre Kohaku! – dijo dramatizando – Sus piernitas flacas y cortas no le son útiles para una simple competencia…

- Eres… tan molesto – gruñó Kohaku - ¡Te mostraré quién tiene las piernas flacas!

Shizen sonrió complacido.

Emprendieron la carrera y aunque Kohaku empezó ganando Shizen logró alcanzarlo y superarlo, lo que no sabía era que Kohaku había visto que delante de ellos había una gran poza de lodo. Distraído, Shizen cayó cuan alto era, llenándose de lodo completamente.

- ¡Algo me está jalando! – gritó repentinamente - ¡Kohaku ayúdame! – Y le extendió la mano sucia.

Kohaku corrió en su ayuda, pero en cuanto le tendió la mano Shizen la jaló y sumergió al fango también al chico. Shizen no logró contenerse y se rió a carcajadas.

- ¡Cállate! – gritó furioso Kohaku y le lanzó una bola de lodo con fuerza, dándole de lleno en la cara.

- ¡Ey! – se quejó - ¡Se me metió a la boca!

- ¡Me alegro! – espetó el exterminador. Tenía la intención de salir de la poza, pero sintió el impacto de una bola de lodo en la nuca. Se giró con fuego en la mirada.

Cuando Sango llegó para avisarles que lograron encontrar un gran lago y muchos pescados en él, se sorprendió muchísimo al ver que Kohaku reía a carcajadas en una infantil lucha de lodo con la reencarnación de Inuyasha.

Hacía mucho tiempo que no lo veía así, se quedó muda y quieta de la impresión, Kohaku siempre serio y pensativo reía, se estaba carcajeando, estaba feliz. Su corazón se enterneció y se llenó de agradecimiento hacia Shizen, ese extraño de raras maneras.

Una bola de lodo pasó rozando su oreja, sacándola de su ensoñación.

- ¡Toma esto! – gritó alegre, y le lanzó una bola de lodo a su hermano.

- ¡Hermana! – se quejó, pero luego con fingido enfado e indignación agregó - ¡Me has traicionado!

Sango se unió a la batalla y los demás al ver que no llegaban fueron a investigar. Hasta Inuyasha se unió a ellos, pero con un aire más serio y mortífero, aunque igual de encantado que el resto.

Terminaron exhaustos, hambrientos y llenos de lodo. Se miraban unos a otros y volvían a reírse, qué momento tan desestresante y agradable. Acordaron en ir al lago a nadar y de esa manera limpiarse, luego de ello comieron con muchas ganas y se quedaron allí a pasar la noche. Sango miró a Shizen agradecida.

El efecto duró varios días, Shizen instigó a Kohaku para que pescaran con las manos desnudas y reían a carcajadas cada vez que un pez se les resbalaba o huía dándoles un fuerte aletazo. El joven exterminador escuchaba muy interesado las pláticas de Shizen sobre el futuro y se imaginó viajando a sí mismo en una extraña bestia llamada motocicleta.

Kagome admiraba cada día más a Shizen, e Inuyasha, pese a que fingía desdén, ya lo consideraba parte del grupo. Sango quería abrazarlo por devolverle la alegría a su hermanito, pero se contenía. Y Kohaku lo quiso como a un viejo amigo.

Pero en las noches cuando le tocaba guardia, Shizen podía pensar detenidamente las cosas. La cordura volvía y se preguntaba si valía la pena seguir allí, sabía que Kagome amaba a Inuyasha, y el hecho de que su máscara de felicidad fuera perfecta era porque sabía que eso le facilitaba las cosas a Kagome, y él quería verla feliz. Pero le dolía, no podía negarlo, cada vez que Inuyasha y Kagome se miraban con ternura, cada contacto, cada roce, eran como látigos en su corazón. ¿De dónde sacaba tanta fuerza de voluntad? No lo sabía. Finalmente, cada mañana reconocía que sí valía la pena soportar la agonía, porque tenía un plan.

Aquél día hacía mucho frío, no era natural. Un extraño presentimiento recorrió a cada uno del grupo, intercambiaron una mirada nerviosa y continuaron el camino.

El viento se hacía cada vez más agobiante y les empezaron a castañear los dientes. Tuvieron que frenar su marcha para hacer una fogata y calentarse los pies y las manos, lo intentaron varias veces porque la ventisca la apagaba con facilidad.

- ¿K-Ka…go… K-Kagome estás… bien? – preguntó Shizen frotándose las manos cerca del fuego.

- S-Sí – respondió con dificultad.

Inuyasha no sufría como los otros por su condición sanguínea (hanyou), pero los miraba muy preocupado, se quitó la parte superior de su traje y se la tendió en los hombros a Kagome, ella quiso sonreírle pero sus músculos no le respondieron. Se agruparon sobre el pelaje de Kirara, cerca del fuego, luego de un rato se quedaron dormidos.

Inuyasha logró distinguir una bola de fuego cruzando el cielo, se debatió en ir tras ella y dejar a sus amigos bajo aquellas condiciones o esperarse a que pasara el frío y no estuvieran tan indefensos. Decidió esperar, pero siguió con la mirada la dirección que seguía esa mujer-demonio.

Cuando despertaron Inuyasha les narró su visión, el frío aún era tremendo, pero sabían que no podían perder una oportunidad así. Todos estuvieron de acuerdo en que ir a atacar inmediatamente era la mejor opción.

Prefirieron correr que ir sobre el lomo de Kirara, el viento helado los afectaría más así. Sólo Kagome viajó de la forma acostumbrada, sobre la espalda de Inuyasha, aún se cubría con la prenda que le había dado antes.

Salieron del bosque y llegaron a una aglomeración de rocas gigantes. El viento azotó con más fuerza, dudaron. Inuyasha quería continuar, pero para sorpresa de todos preguntó:

- ¿Qué prefieren hacer? – luego continuó en el mismo tono serio y profundo - ¿Tú qué opinas Kagome?

Ella no respondió de inmediato. Simplemente las palabras no lograron salir, un nudo en su garganta las frenaba, la cortesía de Inuyasha tan deshabitual la hicieron dudar si se trataba del hanyou realmente.

Luego de procesarlo, quiso corresponderle a ese gesto, tan trivial para cualquier otra persona, pero para ella era como si Inuyasha le hubiera regalado el más hermoso ramo de flores, así que ella se acercó a Inuyasha, Shizen apretó los puños y los demás se sonrojaron al creer que Kagome aferraba el cuello de Inuyasha con la intención de besarlo, pero eso no fue lo que hizo. Kagome tocó las cuentas del rosario de Inuyasha, cerró los ojos y concentró su poder espiritual.

- Se terminó – susurró Kagome.

Las cuentas del rosario cayeron y rodaron por el suelo, Inuyasha ya no estaba bajo su conjuro, era libre, miró los ojos de Kagome, él no podía creerlo, estaba atónito.





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*Esta historia no me pertenece. Todos los créditos a su respectivo autor/a.

Kagome, una difícil desiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora