Capítulo 31: Batalla
El conjuro del rosario había sido roto por Kagome, Inuyasha ya no sufriría más esas constantes caídas humillantes, no sabía qué decir ni el motivo del cambio de la joven, pero sin duda estaba feliz. Se miraron un largo rato, pero el frío estremeció a Kagome recordándoles su misión y las circunstancias.
Antes de internarse entre las enormes rocas, Kagome miró el cielo gris.
A cada paso el viento era más helado, les estaba costando mucho trabajo continuar, sentían diminutos cristales de hielo cortándoles la piel, se frotaban las manos desesperados. Kohaku y Sango sentían muy pesadas sus armaduras.
Mientras más se internaban más resonaba el eco de sus pasos, así que el factor sorpresa no era una opción esta vez. Inuyasha estaba muy preocupado, no podría usar un verdadero ataque de su espada sin evitar que las enormes rocas cayeran sobre ellos, los demás no tenían su agilidad ni fuerza, y mucho menos tan helados como estaban. ¿Qué debería hacer?
Una luz se vislumbró al final de la grieta por la que circulaban, parecía producto de una hoguera. Decidieron avanzar con más cuidado, los pies de Inuyasha y Kirara eran más ligeros y sigilosos que los del resto, por lo que los otros subieron a sus medios de transporte usuales para evitar hacer más ruido.
- ¿Podrías dejar de hacerlo? – escucharon pronunciar a una voz femenina – Tengo que aumentar mis llamas para mantenerme caliente.
- Y yo necesito esto para recuperarme completamente – replicó una voz masculina.
Inuyasha y Kagome intercambiaron una mirada significativa, finalmente los habían encontrado, y esta vez se asegurarían de no dejarlos escapar.
Conforme se acercaban a ellos podían sentir un poco más de tibieza, sin duda producto de las oleadas de fuego de la chica. Kagome preparó su arco, Shizen se aferró con las dos manos a su brillante espada.
- Huelo… - La mujer demonio percibió su olor y salió a su encuentro con semblante curioso - ¡Ustedes! – sentenció al reconocerlos.
- ¿Qué pasa? – Salió su hermano.
- Son esos intrusos de nuevo.
- ¡No te preocupes por eso! – espetó Inuyasha - ¡No tardaremos en eliminarlos!
Inuyasha se abalanzó sobre la mujer, desenfundado a su Colmillo de acero.
De pronto todo fue caos, Sango lanzaba su Hiraikotsu contra el demonio con cabello de agua, pero éste siempre lograba lanzar una ventisca helada haciendo caer pesadamente al boomerang, Miroku se aventuraba a recuperarlo mientras Kagome lanzaba una flecha purificadora para distraerlo. Kohaku e Inuyasha lanzaban ataques directos con sus armas respectivas a sabiendas que una técnica sobrenatural los dejaría atrapados bajo esa tonelada de rocas, no había mucho espacio en la grieta para maniobrar, complicándoles más aún las cosas.
Cuando Inuyasha se acercaba demasiado la mujer se envolvía en sus llamas, convirtiéndose en una bola de fuego, cuando reaparecía lucía una demoníaca sonrisa en el rostro, y avanzaba amenazadoramente unos pasos hacia ellos.
Pero Shizen, que seguía aferrando su espada retrocedía unos pasos cada que tenía oportunidad, estaba asustado, jamás se había enfrentado a tal peligro, pero no podía abandonarlos, no podía dejar a Kagome y a Kohaku por el que también había desarrollado un afecto especial, como a un hermano menor.
El joven humano tenía las manos heladas, aferraba fuertemente la espada más por el frío que por el sentido común.
Kagome perdía flechas, lanzaba una cada vez que sus amigos estaban en problemas y así lograba salvarlos y ganar tiempo. Pero se estaba dando cuenta de lo complicada que era la situación, el frío les restaba agilidad y fuerza, las manos les temblaban y los dientes les castañeaban, sin embargo, había momentos en los que el calor aumentaba lo suficiente para moverse un poco más.
Inuyasha sabía que no se trataba de unos demonios débiles, pero en definitiva no eran algo que no pudieran eliminar, tal como lo habría hecho Sesshomaru si no hubieran escapado. Las cosas no estaban a su favor, el lugar reducido, la probabilidad de quedar aplastados, el frío que padecían sus amigos, pero tenía que haber una manera, estaba seguro.
Shizen se sentía inútil e impotente, incluso Kohaku que era más joven que él participaba activamente en la batalla, su amada Kagome lanzaba flechas para ayudar a sus amigos. ¿Qué podía hacer él? Forzó su mente, tenía que haber algo que él pudiera hacer, lo pensó un momento, el monje tenía experiencia en exorcismos y en purificar energías malignas, Kagome tenía esos extraordinarios poderes espirituales, Sango y Kohaku eran hábiles exterminadores, Inuyasha… bueno, era Inuyasha, fuerte, ágil, confiado y decidido. Pero… ¿Qué tenía él? “¡Demonios!” pensó “¿Qué puedo hacer yo?”
Claro que tenía habilidades para la batalla, pero una batalla con otro humano, ya que era excelente en Kendo, sin embargo, eso era muy diferente a enfrentarse a una mujer que podría calcinarte con un sólo toque o a un hombre que podría congelarte.
Se concentró aún más, no debía dudar en un momento así, en sus entrenamientos de Kendo le habían enseñado a decidir rápido y bien en los momentos difíciles. “Soy inteligente” se dijo para darse ánimos, “¡Piensa en algo, Shizen!” se obligó.
Y entonces llegó la solución. Lo había notado, cada vez que la mujer de fuego lanzaba un ataque el frío disminuía, y al contrario, cada vez que bajaba la temperatura la chica no lanzaba ningún ataque. Ellos mismos se debilitaban entre sí. Su mente formó un plan al instante.
- ¡Miroku! – gritó con urgencia - ¡Lánzale un sello purificador al hombre!
Miroku lo miró confundido, pero algo en la urgencia de su voz y en su mirada resuelta le convencieron. El monje sacó un sello, y lo lanzó hacia el hombre, el calor aumentó instantáneamente.
- ¡Inuyasha! – apuró de nuevo el muchacho. El hanyou lo comprendió enseguida, impulsó su afilada espada al demonio que luchaba por moverse.
La mujer formó una bola de fuego y estaba dispuesta a lanzarla a Kagome, que se hallaba absorta observando a Inuyasha. Shizen llegó a tiempo, con su espada mundana cortó el brazo de la mujer, ella aulló de dolor.
- ¡Kagome, tu flecha! – la joven respondió enseguida, la flecha purificadora salió disparada, impidiendo que tomara su forma de fuego.
- ¡Hiraikotsu! – atacó Sango, al comprender la idea de Shizen.
El demonio intentó escapar, pero Kohaku lo detuvo con la cadena de su arma, y así, Inuyasha pudo cortarle la cabeza con un sólo movimiento. La mujer se hallaba en el piso, inconsciente, pero Kagome no dudó en lanzarle otra flecha purificadora y terminar su existencia.
Lo habían hecho, los habían eliminado.
- Finalmente…. – susurró Sango.
- Volveremos a casa – prometió Miroku.
Kohaku le sonrió a Shizen, pero él no sabía qué sentir. Inuyasha había acudido inmediatamente al lado de Kagome, se habían tomado de la mano.
Ya no había más misión, ya no tenía pretexto para seguir allí. Sabía lo que seguiría a continuación, Kagome tendría que ir por las gemelas, y todos ellos retomarían sus vidas tranquilamente. ¿Qué haría él? Sabía que no debería causarle más problemas a Kagome, ella ya había elegido una vida, incluso antes de conocerlo. El sentido común le dijo que tenía que regresar a su época y continuar su vida sin Kagome, pero no le veía sentido, la idea era tan poco atrayente. Lo único que allá le esperaban era una casa vacía, un monótono entrenamiento de Kendo y muchachas tontas y superficiales que “lo querían”.
- Kagome, por favor – le pidió Sango con voz rebosante de anhelo.
- Iré por ellas inmediatamente – respondió sonriendo.
El nudo en el pecho de Shizen se sintió más grande y pesado.
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*Esta historia no me pertenece. Todos los créditos a su respectivo autor/a.
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Kagome, una difícil desición
FanfictionKagome vivía una feliz vida junto a su amado Inuyasha hasta que un ataque sucede. Huyendo a su época con las pequeñas de Sango para salvarlas, regresa para encontrarse con tristeza y dolor. ¿Era posible que su amado Inuyasha y sus amigos estuvieran...