Capítulo 2: Jaden

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Diez minutos después de que Aria se fuera, sonó el timbre que indicaba que me tocaba mi clase favorita.

—Bueno, chicos, nos vemos luego. No quiero llegar tarde.

Antes de que me fuera, Caleb me llamó.

—Espera, Jaden. ¿Tienes pensado hacer algo esta tarde?

Pensé unos segundos.

—Que yo sepa no tengo nada más importante que hacer que empezar el libro que me compré el otro día, ¿por?

—Le he dicho a Caleb que puede venir a mi casa antes de cenar. Si tú quieres puedes también.

Lo medité por unos instantes. La verdad es que tenía muchas ganas de leer Lord of Shadows de Cassandra Clare, que salió el año pasado y todavía no había empezado, pero quedar con mis amigos también me gustaba mucho. Me ayudaba a dejar de pensar en lo que pasó. Por mucho que hubieran pasado ya tres años, había veces en las que todavía me carcomía por dentro.

En la voz de Chloe noté algo de lo que me había dado cuenta varias veces: ella no quería que yo fuera.

Y no era porque yo le cayese mal, todo lo contrario, simplemente prefería pasar tiempo a solas con Caleb; se notaba muchísimo que le gustaba. Es por esa razón por la que decidí negar la invitación.

—Otro día, mejor.

Le sonreí y ella sonrió de vuelta.

Entendió el mensaje.

Una vez ya en el aula, el profesor de matemáticas avanzadas comenzó a pasar lista.

—Ariadna Martínez —pronunció con un acento americano muy marcado, después de haber dicho varios nombres.

Miré a mi alrededor, buscándola. No la encontré.

¿Se había perdido? Hubiera sido normal, Aria era la chica nueva.

Más adelante vi que no, que se había ido.

O a lo mejor odiaba las mates y estaba saltándose la clase.

En el caso de que fuera la primera opción, comencé a sobrepensar.

¿Había sido mi culpa? Quizás le dije algo que le sentó mal, como lo de si estaba bien.

Me sentí culpable de algo de lo que probablemente no era culpa mía, sin embargo, intenté no dejar que aquellos pensamientos me invadieran durante los próximos veinte minutos.

Por mucho que lo intenté, no pude dejar de pensar en ella. En si debía culparme de que se hubiera ido a casa. De hecho, estuve pensando incluso en si merecía la pena preocuparme. Es decir, si no se encontraba bien —porque sé que no lo estaba— y su madre o su padre le había venido a buscar, ¿qué problema había? Estaba seguro de que ahora estaría mejor, en su habitación. Caleb me comentó que a Aria le gustaba leer, al igual que a mí. Era probable que estuviera leyendo para evadirse un rato de la realidad.

Los lectores solemos hacer eso: sumergirnos en mundos imaginarios para conocer a varios personajes de los cuales encariñarnos a medida que vamos leyendo. Los libros son un lugar seguro para muchos de nosotros, nos ayudan a dejar de pensar en la triste y aburrida realidad, para adentrarnos en una historia ficticia en la que al protagonista le ocurren sucesos que nos gustaría vivir.

Como es el caso de las novelas románticas.

¿Quién nunca se ha enamorado de un personaje ficticio?

¿Quién nunca ha deseado que le ocurra algo que ha leído?

En mi caso, me asustaba el amor en la vida real. Muy pocas veces, este resultaba ser correspondido, y las veces que lo era, solía ser tóxico.

Estaba seguro de que a Aria le pasaba algo que hacía de su mundo un lugar apagado. Tuve mucha curiosidad de saber qué era aquel suceso, pero sabía que no me lo iba a contar.

Por el tono de su respuesta cuando le dije que podía contar con nosotros, supe que no lo iba a hacer.

Quizás le habían traicionado.

O quizás simplemente tenía problemas con la confianza.

La única forma de averiguarlo, era acercándome a ella. Me haría su amigo, me contaría sus problemas y yo le ayudaría.

Aunque... No era tan fácil como parecía.

Si a Aria le costaba confiar en las personas, le iba a costar mucho confiar en mí, a pesar de decirle repetidas veces que podía hacerlo sin problema.

—Señor Irwin, ¿puedo ir al baño? —pregunté con la mano levantada.

El profesor asintió y me dio el pase que nos permitía salir del aula sin que otros profesores nos regañasen.

No tenía ganas de hacer mis necesidades como ser humano, pero sí tenía las de alguien que quería conocer a otra persona.

Me encerré en un cubículo y saqué el móvil del bolsillo. Entré en la aplicación de Instagram y en el buscador tecleé su nombre.

"Ariadna Martínez".

Busqué y busqué.

Cuando me iba a dar por vencido, una foto de perfil llamó mi atención.

«¿Esa es...?»

Parecía ella, pero no estaba del todo seguro de que lo fuera: tenía miles de seguidores. No obstante, sólo había una forma de asegurarme, y era pidiéndole solicitud, pues tenía la cuenta privada. A los pocos minutos me aceptó, y eso significaba que estaba activa.

Tenía solo una publicación subida hacía tres años. Eran dos fotos de un gato que, por la descripción, supuse que se llamaba Ratlleta —ni idea de lo que significaba ni qué idioma era—.

Me fijé en que había un enlace en su perfil.

Me llevó a un canal de YouTube.

Era el suyo.

Aria tenía un canal en YouTube.

Estuve un rato viéndolo. Me fijé en que subía covers de canciones muy famosas. De 5 Seconds of Summer, de One Direction, de Little Mix, de Adele... Entré en el último, que había sido publicado hacía dos años. Cuando ella tenía catorce.

Aria cantaba genial.

Me pregunté si alguna vez se le había ocurrido la idea de componer su propia música. Mi hermana mayor, Heather, podía ayudarla a hacer de eso una realidad. Sin embargo, no estaba seguro de si era lo que quería. Era probable que me estuviera imaginando que aquel era su sueño, cuando en realidad solo disfrutaba de cantar canciones ya compuestas por grandes artistas.

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Ariadna

Laura: Buenos días, Aria. Te recuerdo que la semana que viene tienes visita conmigo. Te espero.

Sonreí cuando leí el mensaje de mi psicóloga. Hacía un tiempo que no hablábamos, ya que me dijo que estaría de vacaciones, y tenía varias cosas que contarle. Sin duda, conversar con ella me ayudaba a sentirme mejor.

Desde que empecé la terapia aquí en Estados Unidos, hacía ya un año, Laura había sido mi terapeuta. Tenía la sospecha de que me la asignaron porque era española, como yo. No es un secreto que las conversaciones con ella eran más sencillas que con Mason, mi psiquiatra.

Respondí a su mensaje, preguntándole cuándo exactamente, para estar segura de si la fecha y la hora que tenía en mente eran las correctas.

Laura: Miércoles 5 de septiembre a las 4h PM.

Sí, estaba en lo cierto.

Dejé el móvil en la mesita de noche y retomé lo que estaba haciendo antes. Sin embargo, no estaba muy segura de qué más escribir en mi diario, así que lo cerré y guardé en el primer cajón.

Aunque no lo pidas (Deseos #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora