Epílogo: Ariadna

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No sabía cómo debía sentirme.

Un día como hoy, hace dos años, mi primera relación había comenzado.

La semana pasada habíamos decidido hacer una videollamada. No podíamos pasar este día juntos porque los estudios no nos lo permitían, pero si podíamos por lo menos vernos a través de una pantalla, lo haríamos.

Dejé el peine en el cajón y me contemplé unos segundos en el espejo.

Maquillada, peinada y bien vestida para celebrar ese día tan especial.

No quería que Jaden notase que estaba hecha mierda.

¿Cómo se sentía él? Hacía mucho que no hablábamos de nuestros sentimientos.

Apagué la luz del baño y fui a mi habitación. Cogí el ordenador y esperé a que él llamara.

Pasaron los minutos y nada llegó.

Mis ojos volvieron a cristalizarse, como lo hacían cada vez que pensaba que la eternidad no era más que un invento de los cuentos, que en la vida real nada era eterno.

Cuando estuve a punto de cerrar la pantalla del portátil, apareció una llamada entrante.

Era Jaden.

Rápido y antes de aceptarla, reprimí las lágrimas que habían amenazado con salir segundos atrás.

La cara de mi novio apareció.

Estaba... ¿triste?

¿Le pasaba lo mismo que a mí?

—Hola —dije finalmente, tras unos instantes de silencio esperando a que él hablara primero.

—Hola, Aria —respondió.

Nos volvimos a quedar en silencio.

Y yo volví a sentir ganas de llorar.

Por lo mucho que lo echaba de menos, por la falsa eternidad de nuestra relación, por un nosotros que ya no existía, por el miedo a volver a sentirme sola.

—¿Cómo estás? —preguntó.

Carraspeé.

—Bien —mentí. —¿Y tú?

—Bien, también.

Mentira.

Cuando estaba bien sonreía.

Cuando estaba bien se le notaba en la mirada, en el brillo que le llegaba a los ojos cuando me observaba.

Todo se había desvanecido.

Tragué saliva, incómoda y reprimiendo de nuevo las ganas de llorar.

—Dos años ya.

—Sí. —Fue solo una palabra, pero se me rompió la voz.

—Qué fuerte.

—¿Cómo te va en la uni?

—Bien, bien. Son muy exigentes, pero creo que tengo el nivel para poder aprobar.

—Me alegro.

Y, otra vez, se hizo el silencio.

Las últimas veces que habíamos hablado, nuestras conversaciones solían acabarse aquí. Nadie tenía nada que contar y todos teníamos cosas por hacer.

Pero era un día especial, y aquella llamada no iba a terminar todavía.

—Quería decirte algo —admitió en un tono bajo.

—Dime

Vi en su garganta que en ese momento tragó saliva.

Y entonces entendí.

El brillo desaparecido de sus ojos, su rostro serio, las últimas veces que habíamos hablado...

—No... —dije, poniéndome la mano en la boca. —Jaden, por favor...

—Lo siento mucho.

Una lágrima se deslizó por su mejilla.

Y fue lo que me hizo darme cuenta de que ese era el final definitivo, que no era algo que se había colado en mis pensamientos. Era una realidad.

—Lo siento mucho, Ariadna.

—No...

Me rompí.

—Lo siento mucho —repitió, llorando conmigo.

—Te odio —le susurré entre sollozos.

Con la vista borrosa, vi como negaba con la cabeza.

—No, Aria, tú no me odias. Solo tienes miedo.

—¡¿Y por qué coño me dejas, si sabes que estoy asustada?!

—Porque esta relación ya no tiene sentido. Sé que tú también lo piensas. Ya no es lo mismo que antes, ahora las cosas son diferentes. Estamos lejos.

—¡¿Y qué importa eso?!

—¡Que no puedo tocarte, besarte ni abrazarte! ¡Joder! Que a mí también me duele esto, pero es lo mejor para los dos.

—Eso es lo que tú piensas.

Volvió a negar.

—Eso es lo que es, Ariadna.

Tragué saliva e intenté calmarme para decir lo siguiente:

—No me llames así. Ya no tienes el derecho de llamarme así. Te odio, Jaden Walter. ¡Te odio!

—Aria...

—¡Te odio!

—¡No me digas eso, joder!

Rompió a llorar.

—Aria, yo sigo enamorado de ti, pero esto ya no va a ninguna parte —dijo en un hilo de voz.

—No... No me quieres. Si me quisieras no me dejarías. Si me quisieras me lo seguirías demostrando todos los días, aunque fuera por un mínimo detalle. Tú ya no me quieres, Jaden.

—Amar también es dejar ir.

Reí entre lágrimas.

—Ya —dije asintiendo con la cabeza. —¿Es de verdad esto lo que quieres?

Abrió la boca, pero nada salió de ella.

—Responde. ¿Realmente quieres dejarme?

—Yo no quiero nada que no sea contigo. Pero...

—¿¡Entonces!?

—Ariadna, ya te...

—¡No me llames así!

Y, sin decir nada más, sin haberlo pensado dos veces y sin dejar que él contestara, terminé la videollamada.

Si aquella había sido nuestra última conversación, esperaba que por lo menos le hubiese quedado claro que había creado a una nueva Aria Martínez.

Que, desde ese momento, iba a estar con cualquiera con tal de llenar el vacío que Jaden me había provocado.

Porque ya todo me daba igual.

Solo quería no volver a sentirme como en el inicio de esta historia.

No quería volver a tener miedo de conocer nuevas personas y tener algo con ellas. Ya no me iba a doler que me traicionaran porque yo ya no sentía nada.

Solo rencor.

Y no por Jaden, porque no era su culpa.

La culpa había sido mía por haber sido tan blanda, por haberme dejado enamorar así de fácil.

Porque por muy real que haya sido lo nuestro, nunca había sido eterno y nunca lo sería.

Dicen que el primer amor nunca se olvida, y yo al apagar el ordenador, deseé olvidarme de todo lo que había vivido con él.

Deseé borrar aquellos últimos dos años de mi memoria.

Deseé nunca haberme enamorado.

Pero ya era demasiado tarde.

Y ahora tenía que lidiar con las consecuencias.


FIN 

Aunque no lo pidas (Deseos #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora