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Desde que Will se había escabullido para meterse en la cama de Hannibal, habían dormido juntos. Hannibal siempre desaparecía antes de que Will despertara, dejándolo en una cama sola y fría pues los perros tambien lo abandonaban. Winston y Buster bajaban con Hannibal para hacer sus necesidades y recibir algún trozo de salchicha o tocino. 

Por lo general, el aroma del desayuno recién hecho solía despertar a Will y bajaba para unirse a Hannibal en la cocina.

Esa mañana fue diferente. Will se despertó sobresaltado por un estruendoso golpe, al incorporarse en la cama, se percató de que Hannibal arrodillado en el suelo y sosteniéndose de un mueble cercano. Parecía haberse caído y jadeaba arduamente.

—¿Hannibal?

—Will... —respondió Hannibal con voz ronca—. No pretendia despertarte, parece que me tropecé.

Vio cómo Hannibal intentaba ponerse de pie, pero su cuerpo parecía demasiado pesado para ello y no pudo levantarse.

—¿Estás bien?

—Me encuentro un poco mareado esta mañana. Es muy inusual de mi parte sentirme así.

Will se levantó de la cama y fue a ayudar a Hannibal, tomándolo del brazo para sostenerlo. La piel de Hannibal estaba muy caliente. 

Hannibal se tambaleó y se aferró a Will. Este, preocupado, puso una mano en su frente, lo que provocó un gemido de Hannibal.

La piel de su cara también estaba ardiendo.

—Tienes fiebre.

La idea de que el refinado y poderoso Dr. Hannibal Lecter estuviera enfermo era tan inusual como preocupante. 

—No seas ridículo, Will. Yo no me enfermo.

Will guió a Hannibal a la cama a pesar de sus quejas y lo empujo para que se acostara. Lo sorprendente fue ver cómo Hannibal cayó sobre el colchón como un animal herido, jadeando y gimiendo como si todo su cuerpo le doliera, y ese parecía ser el caso.

Will fue a buscar un termómetro del kit de emergencias de Hannibal y midió su temperatura.

—Dios... Cuarenta grados. Tenemos que bajarte la fiebre.

—Estoy bien, Will. Iré a hacer el desayuno —murmuró Hannibal, intentando levantarse.

Will lo empujó de nuevo y Hannibal cedió. Era increíble cómo Hannibal, el mismo hombre que podía someterlo con facilidad, ahora se dejaba vencer con un simple empujón.

—Los doctores son los peores pacientes, ¿Lo sabías? —suspiró Will—. Tal vez estás resfriado.

Hannibal lo miró enojado.

—Tal vez no me habría enfermado si no continuaras quitándome las sábanas durante la noche.

Hannibal se quejaba de eso casi a diario, y Will se negaba a aceptar que acaparaba las sábanas.

—Tienes toda una farmacia en el baño, ¿qué pastillas debo conseguirte? 

Después de recibir el nombre del medicamento, Will le entregó dos pastillas y Hannibal las tomó sin decir nada.

Al mirar el reloj, se dio cuenta de que era mediodía. Hannibal debió haber dormido hasta tarde porque se sentía mal.

Los perros habían hecho un desastre en la sala de estar, y Will se apresuró a limpiar antes de calentar la frittata que Hannibal había hecho la noche anterior para la cena. 

Will sirvió la frittata en un plato junto a una guarnición de papas hervidas y lo llevó a Hannibal, quien navegaba entre la conciencia e inconsciencia. Su respiración era rápida y pesada, y estaba arropado bajo las sábanas, pero aún así, parecía tener frío.

Un nuevo comienzo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora