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Los primeros pensamientos de Hannibal al despertar giraron en torno a una sola palabra: Will. El seductor aroma de su amado lo envolvía, atrayéndolo como una polilla a la luz. Gimió satisfecho ante tan embriagador olor. 

Sus otros pensamientos fueron empañados por el intenso dolor que martillaba su cabeza.

A medida que lograba abrir los ojos, se dio cuenta de que no estaba en su propia habitación, sino en la de Will. Las sábanas lo envolvían mientras yacía en lo que supuso era el lado de la cama de Will. Se incorporó con cuidado, tratando de aplacar el dolor que reverberaba en su cráneo, mientras luchaba por reconstruir los fragmentos de la noche anterior.

Sus recuerdos eran como piezas dispersas de un rompecabezas. Recordaba el momento en que, impulsado por la necesidad de llenar el vacío de Will, había comenzado a beber, pero después de eso, todo se volvía difuso. Pero si recordaba el momento en que Will había aparecido y lo había alzado del suelo, llevándolo en sus brazos como si su mera presencia pudiera brindarle consuelo. El recuerdo del beso que habían compartido era vívido y nítido, y el sabor de los labios de Will se mantenía como una marca tentadora en su memoria. 

Los labios de Will, su textura y sabor, eran un placer exquisito que había olvidado. Una sensación adictiva, peligrosa y exquisita. La necesidad de más se anclaba en su mente, impulsándolo a desear un nuevo encuentro con esos labios que ahora lo obsesionaban. Se preguntaba si se le permitiría saborearlos nuevamente o si sería privado de ese deleite, dejándolo anhelando más.

A pesar del dolor que atravesaba su cuerpo, se levantó y se dirigió al baño con la intención de bañarse y tomar una pastilla para el dolor de cabeza. Aunque la fiebre parecía haber cedido, la debilidad persistía y su garganta le dolía, aunque no podía discernir si era a causa de la enfermedad o del ardor provocado por todo el alcohol que había consumido.

Bajo el agua caliente de la ducha en la habitación de Will, permitió que el vapor relajara sus músculos. Disfrutó del aroma del shampoo y la loción para después del afeitado de Will, fragancias familiares que se aferraban a la habitación. Tuvo la fugaz idea de masturbarse pero estaba demasiado dolorido para eso. 

Con una toalla envuelta alrededor de la cintura, salió de la habitación sintiéndose gratamente complacido por haber sido invitado al espacio personal de su amado. Sus ojos se posaron en la cómoda y recordó que le había confesado a Will su secreto acerca de entrar en su habitación para oler sus camisas. Tendría que asegurarse de robar una o dos prendas antes de que Will tomara medidas preventivas para evitar que Hannibal continuara con sus furtivas incursiones.

Después de cambiarse en su propia habitación, descendió las escaleras y percibió un tentador aroma a comida y café recién hecho que emanaba de la cocina. Al entrar, encontró a Will de espaldas, sosteniendo un sartén en una mano mientras revolvía su contenido con una cuchara. La escena era hogareña y acogedora, y la simple visión de Will en esa actividad doméstica llenó a Hannibal de una sensación cálida que lo abrazó como una manta protectora. 

Al escucharlo entrar, Will volteó a verlo con una sonrisa en los labios.

—Hey —saludó Will—. Dormiste mucho, empezaba a pensar que te habías muerto. Eres demasiado viejo para tomar esa cantidad de alcohol.

Hubo varias partes de esa oración que Hannibal quiso replicar, pero lo que más lo afectó fue la referencia a su edad. ¿Will lo consideraba viejo? A pesar de que había una diferencia de unos nueve o diez años entre ellos, nunca había considerado su edad como algo relevante en su relación. La idea de que su amado pudiera considerarlo viejo le dolió.

Trató de ocultar su molestia y respondió con un amable: 

—Buenos días, Will.

La sonrisa en el rostro de Will parecía insinuar que sabía el impacto que sus palabras habían tenido en Hannibal.

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