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Como en todo lo que hacía, Hannibal era talentoso sin siquiera esforzarse,Will lo odiaba por eso. La destreza del gran Hannibal Lecter se manifestó cuando atrapó su primer pez después del tercer lanzamiento de práctica con la caña de pescar.

—¿Cómo llamaste a tu anzuelo? —preguntó Will.

Con orgullo y una sonrisa engreída, Hannibal respondió:

—Will.

Will rió suavemente.

—Sí, debí suponerlo.

Mientras Hannibal regresaba a la orilla para conseguir más carnada, Will permaneció allí, esperando atrapar un pez. El viento matutino soplaba gentilmente, anunciando la llegada del otoño, lo que traía consigo temperaturas más frescas y hojas que comenzaban a cambiar de color.

—En unos días, cumpliremos un año desde que vinimos a Italia —dijo Hannibal cuando regresó, colocándose a su lado.

—Un año —Will murmuró para sí mismo, sorprendido por el paso del tiempo.

—¿Deberíamos celebrarlo? 

—¿Qué vamos a celebrar? ¿Mi secuestro?

Hannibal suspiró y negó con la cabeza, mientras respondía:

—Te traje aquí en contra de tu voluntad, pero en el fondo querías venir aquí. Así que no fue un secuestro.

Will reflexionó sobre la situación, marcada por un año completo en este lugar, una cantidad de tiempo que parecía extensa y fugaz al mismo tiempo. Se preguntó si todavía lo buscaban frenéticamente, si Jack creía sinceramente que seguía vivo y si Alana había sufrido graves consecuencias por su caída. Sus pensamientos se nublaron de repente, y frunció el ceño mientras una duda lo asaltaba.

 Sabía que Hannibal la había empujado del segundo piso, y se preguntó por qué no la había matado directamente. Antes de poder expresar sus dudas, Hannibal atrapó su segundo pez, y su sonrisa engreída creció aún más.

Siguieron pescando en silencio mientras el río fluía mansamente a su alrededor.

—El plan de venir a pescar era para que te relajaras. Parece todo lo contrario, estás bastante tenso —reconoció Hannibal, palpando su hombro con su mano libre—. ¿Deberíamos volver?

Will negó con la cabeza, sumido en sus pensamientos. El sol se filtraba entre las hojas de los árboles, creando un juego de luces y sombras en el agua. Los pájaros cantaban en la distancia, y la brisa suave mecía las hojas de los árboles. El clima y la temporada le recordaban a su vida anterior, antes de Italia. Era un vínculo con su antigua vida, y aunque a veces le dolía, también le reconfortaba.

—Solía ver un ciervo rondando a mi alrededor, creo que debido a mis alucinaciones por la encefalitis. También lo veía cuando visitaba mi río en mi mente —murmuró Will—. Era un ciervo con astas grandes que terminaban en púas y plumas negras que rodeaban su cuello. También veía un wendigo. 

Hannibal asintió, tomando un momento para responder. Will había compartido fragmentos de sus visiones con él en el pasado, pero esta era una parte más profunda de su experiencia.

—Los wendigos son criaturas del folclore. Humanos que fueron castigados por poderes ancestrales por consumir carne humana.

—A veces te veía a ti como uno. Piel oscura y dura, cuernos enormes, ojos blancos y vacíos —susurro Will, su mirada perdida en el río—. También me veía a mí mismo convirtiéndome en uno. Cuando estaba encarcelado, tuve esa visión a menudo. 

—¿Sugieres que nos volvíamos iguales?

—No creo que volverse iguales sea la conclusión.

—¿En estas metáforas, sufrías la transformación porque hacías algo en contra de tus principios o porque te sentías obligado a hacerlo?

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