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La casa era realmente grande, más parecida a una mansión que a una vivienda común. Su imponente presencia indicaba que la dueña de esta propiedad tenía un excelente gusto y, sin duda, suficiente riqueza para mantenerla. Al estar ubicada en una zona pudiente, las casas eran grandes y los terrenos eran amplios. Las casas estaban separadas entre sí, brindando a los residentes una sensación de privacidad y espacio. El vecino más cercano estaba a una distancia considerable, a unos diez minutos de caminando.

A pesar de la aparente riqueza de la dueña de la casa, la escena que se les presentó era completamente contraria a lo que cabría esperar. Al entrar en la casa, Will y Hannibal se encontraron con un escenario que los dejó atónitos. El lugar estaba en completo desorden, como si hubiera sufrido el paso de un tornado. Objetos tirados por doquier, muebles volcados y esparcidos por la habitación, y la apariencia de un abandono prolongado creaban una atmósfera desolada. 

Su visita tenía un propósito claro: acabar con la mujer responsable de arrebatar las vidas de niñas pequeñas. Hannibal estaba más que decidido a llevar a cabo esta misión

Mientras avanzaban por la casa, sorteando los obstáculos, llegaron a una sala en la que se encontraban macetas con flores blancas, las mismas que Will recordó rodeaban a las niñas cuyas muertes habían sido destacadas en el periódico. No había lugar a dudas, estaban en la morada de una asesina. 

Hannibal se acercó a una de las macetas, arrancó una flor y la llevó a su nariz, inhalando su fragancia.

—Peonías

Will rodó los ojos, no sorprendido de que el gran Hannibal Lecter supiera identificar cada flor que se cruzara en su camino. 

Continuaron avanzando y escucharon sollozos leves. En una habitación pintada de rosa lleno de peluches en todas partes, encontraron una cuna en la que yacía un bebé de apenas meses de nacido. El pequeño tenía la cara roja de tanto llorar y parecía estar desatendido. 

—Aquí tenemos a la víctima —señaló Hannibal, bajando el bisturí que ya tenía preparado.

Will recogió al bebe en brazos. El contacto humano pareció calmar al bebé, que se quedó quieta y tranquila en los brazos de Will. Estaba nervioso, no recordaba haber cargado a un bebé antes.

—Es tan… pequeña —murmuró Will.

—Así suelen ser los bebés —respondió Hannibal, mirando a Will con una expresión que resultaba indescifrable.

Will arqueó una ceja, intrigado por la mirada de Hannibal.

—¿Qué?

—Nada. Solo pienso que tienes debilidad por los extraviados, por aquellos que no tienen a dónde ir

—No me la voy a llevar, Hannibal. Solo... No sé. Desde que supe que quería ser padre, supongo que esa sensación no ha desaparecido aún.

Hannibal reflexionó un momento y luego habló: 

—No puedo devolverte a Abigail, ni engendrar a tu bebé. Pero puedo buscar una forma de tener un hijo biológico tuyo.

Will se quedó sorprendido.

—¿Hablas en serio?

—Lo he pensado durante un tiempo. Parecías muy feliz con la idea de que Margot tuviera a tu hijo.

Will había renunciado a la idea de ser padre, especialmente después de perder a su hijo no nacido y a Abigail. 

La idea de poder tener un hijo con Hannibal le pareció agradable. Aún había resentimientos y rencor por el pasado, en especial por lo que había sucedido con Abigail, pero esta inesperada propuesta dejó un rayo de luz en su corazón. Will no sabía cómo procesar esta nueva posibilidad, pero estaba dispuesto a considerarlo.

Un nuevo comienzo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora