3. (You drive me) crazy.

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- Hay un tipo en mi casa - susurré contra el teléfono, mi primera reacción fue llamar a Harriet.

-¿Por qué eso sería un problema?

- Es que, no vino conmigo, simplemente apareció en mi sala como si nada.

-¿Quieres decir como un ladrón? - preguntó en un tono que se asemejaba a la preocupación.

Era mi primer pensamiento,y por supuesto el de cualquier persona con un mínimo sentido común. Pero el problema era que ningún ladrón se sentaría en tu salón como si nada, ni siquiera permitiría que esté llamando a alguien.

- Algo así.

-¿Qué te dijo? ¿Sabes su nombre?

Rodé los ojos - Harriet, eso no es importante ahora.

-¿Y que está haciendo el hombre en este momento?

Lo miré de reojo, a pesar de que estaba a un par de metros de mi lo sentía muy cerca.

- Bueno, me está mirando. Esto es un poco incómodo, ¿Crees que deba.. - carraspee - llamar a la policía, o algo así?

- Algo dentro mío me dice que todavía no te recuperas del alcohol y que estás alucinando, pero creo que sí, si ese hombre sigue en tu apartamento deberías llamar a la policía - unas voces se escucharon de fondo - Pearl, nena, debo colgar. Cualquier cosa llámame ¿Si?

- Claro - colgué la llamada y dejé el teléfono en la mesada. El hombre desconocido miraba cada paso que yo hacía.

- ¿Sabes algo? No es necesario llamar a la policía.

-¿No?

Estaba nervioso, pero al mismo tiempo estaba segura que percibía mi miedo y eso lo estaba usando a su favor.

- Soy un viejo amigo.

- Tengo un arma - grité sin pensarlo, por favor, por supuesto que no tenía armas y que la conexión más cercana que tuve con ellas fue en un set de grabación.

- Y yo tengo flechas.

¿Flechas? Okey, creo que este tipo se había escapado de un hospital psiquiátrico.

- ¿Me crees si te digo que soy el culpable de todas tus últimas preocupaciones, decepciones y tristezas? Pero al mismo tiempo soy tu solución. - rompió la distancia entre nosotros dos - ¿Qué me dirías si te digo que soy el amor?

No parpadee - Si fueras el Amor no podrías estar en este lugar, eres mentiroso y jamás podrías salvarme sino terminar de matarme.

-¿Por qué crees eso?

- Siempre traes contigo los pecados mortales, con la codicia obligas a las personas a pecar, y los engañas con tu buena habladuría que todos se creen. No eres nada bueno en el mundo, o quizás si, ¿Pero sabes que es lo peor? Seleccionas a las personas para que sean amadas y dejas a otras a su suerte.

- Jamás te deje a tu suerte, pequeña - me acarició la mejilla - ¿Recuerdas cuando tenías seis años y odiabas ir a la escuela porque te molestaban? Yo hice que te enamoraras de ese chico para que tus días pasen a ser alegres.

- ¿Quién carajos eres? ¿Y por qué sabes todo eso sobre mi? No esperas que me crea toda esa idiotez de que eres el amor o algo así. Además ¿Eres una especie de Cupido? Siempre pensé que era un bebé y llevaba pañales. Agh, creo que me estás volviendo loca.

Alzó sus hombros - Vengo a ayudarte, creo que necesitas ayuda. ¿No es así?

- No necesito ayuda, necesito que te vayas porque en este momento me das miedo.

No dijo nada y sonrió - Está bien, Pearl, pero sabes que no puedes deshacerte de mi muy fácilmente. Soy parte de ti, quieras o no.

Cerré los ojos y una brisa fría envolvió mi cuerpo, cuando los volví a abrir él no estaba más. Quería pensar que todo era una ilusión, pero acaso si eso fue real: ¿Quién iba a creerme?

Tomé mi celular con las manos temblorosas y marqué a la única persona que podría atenderme y ayudarme sin la necesidad de demasiadas explicaciones.

-¿Pearl?

- Donald, que bueno que me atendiste. Necesito pedirte un favor.

-¿Qué sucede?

- Podrías averiguar si las pastillas para dormir que me recetó el doctor antes de venir a Australia tienen algún efecto secundario, no lo sé, como alucinaciones o algo así.

-¿Te sientes mal?

- Quizás un poco, no lo sé - me froté la frente con algo de molestia - no preguntes. Solo averígualo, adiós Don.

Entré en internet y busque síntomas de psicosis, delirios, y nada coincidía con lo que sentía yo. Quizás porque la visita de ese sujeto se sintió real y por primera vez sentía que mi cabeza no me estaba traicionando.

Las flechas de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora