55. Would i run off the world someday?

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- No tienes nada que hacer aquí - sentenció Amadis.

- Me parece que ustedes son los que sobran en este lugar - se acercó a mí y me acaricio la mejilla, corrí mi cara con una mezcla de repugnancia y odio - Eres tan adorable Pearl, era tan obvio que correrías nuevamente a sus brazos. No te importó todo lo que hizo por ti, al final del día eres lo que siempre fuiste, una arrastrada que vuelve a los demás por conveniencia propia.

- No hables de mi, no me conoces lo suficiente - contesté iracunda.

-¿No? Porque que yo recuerde volviste a Edward una vez a pesar de que te haya engañado, volviste a "Vincent" cuando no te sentías segura con Jules, volviste a Amadis porque tomaste malas decisiones y ahora vuelves a Jules porque necesitas que te salve la vida.

-Pearl, no la escuches, no es así - habló Amadis observando atentamente su reacción - Quiere lavarte el cerebro, siempre busca eso.

Jules se había levantado, un poco atontado por el golpe y nos miraba a todos sorprendido.

-¿Y tú Amadis? - preguntó mirándolo divertida - ¿Qué lección de moral puedes darnos? Eres el menos indicado.

- No puedes hablar de moral cuando eres exactamente lo opuesto, Lilibeth - recalcó.

El ambiente era de los más tenso, por un lado Amadis y yo teníamos el frasco con la sangre de Jules, pero Lilibeth conservaba el molesto frasco con mi sangre de mi pacto.

- Uno de nosotros terminará destruído esta noche - advirtió ella con una sonrisa perversa - y me aseguraré de que sean ustedes dos. ¿Saben que es lo divertido de esto? Que esto destruye no solo una vida, sino dos.

Era sádica, mala. Tenía una mirada que te helaba el cuerpo en segundos.

-¿Que te hace pensar que tú no puedes terminar destruida? - Amadis jugó con el frasco de sangre de Jules - tenemos esto aún.

Un viento repentino azotó la casa, cerré los ojos con fuerza sin poder ver nada. Tomé a Amadis de la mano evitando caer en el suelo.
Lo sorprendente fue que pocos segundos después todo se detuvo, como por arte de magia, no había rastros del desastre, no podía negar que me había asustado: Lilibeth tenía más poder de lo que yo pensaba, no solo era una cambiaformas, sino que también algún ente sobre natural más peligrosa.

- Amadis - susurré entrecortada - el frasco, ya no está.

Ambos nos miramos con pánico, era el fin, no teníamos forma de destruirla, ella tenía el poder absoluto sobre nosotros.

- Ah, lamento mucho el viento molesto, suele suceder cuando necesito conseguir algo y no es por mis propios medios - fingió estar sorprendida - ¡Esperen! ¿Y el absurdo frasco que tenían para destruirme? Juro que creí verlo hace unos instantes. Cómo sea.

Le entregó el frasco con mi sangre a Jules, quien permanecía en silencio, me parecía notar que estaba bajo un encantamiento.

- Para que veas que no soy tan mala, Pearl, te daré la posibilidad de  despedirte de todos tus seres queridos - sonrió con algo de falsa modestia - de rescindir tu contrato con Hamilton Hodell y arreglarte con aquellos con los que estabas mal, digo, para que todos se queden con un buen recuerdo tuyo. ¿No?

Cerré los ojos con fuerza. El deseo de lastimar y hacer daño cayó sobre mi, no podía ser que todo esto haya sido causado porque no supe usar la cabeza y decidí hacer un pacto. Me sentía culpable, y sucia por dentro, podrida.

Salí de la casa evitando a todos, incluso a Amadis quien gritaba mi nombre. Empecé a correr sin pensar lo tarde que era, corrí y corrí pero llegó un momento en que no  sabía cómo huir porque había una triste realidad: Jamás podría huir del destino.

Ojalá todo esto fuera un simple sueño, pero se había convertido en mi pesadilla.

Las flechas de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora