Capítulo 28: Me niego

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Volvimos a casa después de hacer el contrato de alquiler, Alan no me dejó ayudarlo con eso porque, según él, estaría dependiendo mucho de mí

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Volvimos a casa después de hacer el contrato de alquiler, Alan no me dejó ayudarlo con eso porque, según él, estaría dependiendo mucho de mí. A mí no me molestaría ayudarlo, pero ya que insistió en rechazar mi dinero acordamos buscarle un empleo mañana, después de la junta con mis padres. Luego de una hora en metro y una cena con ellos, pasamos la noche mirando películas hasta que nos quedamos dormidos en el sillón de mi habitación.

Por la mañana, el dolor de mi cuello por dormir mal era inaguantable. Me levanté con cuidado para no despertar a Alan, que dormía junto a mí, y me di un baño de agua fría para quitar el dolor, pero no funcionó del todo. Regresé al cuarto para terminar de arreglarme y acompañar a Alan a su nuevo apartamento.

Después de un rato, bajamos con sus cosas y las dejamos en el corredor principal mientras desayunábamos. Era más temprano de lo usual, así que mis padres no estaban con nosotros en el comedor, éramos sólo nosotros dos.

—¿A qué hora es la reunión? —preguntó.

—A las diez —respondí, terminando mi café—, tengo el tiempo medido todo el día, sólo podré ayudarte un rato antes de volver.

—Está bien, ya has hecho mucho por mí.

—Y podría hacer más si tú me dejaras. No sé cómo ayudarte, pero quiero hacerlo.

Alan suspiró, llevó su mano hasta la mía y me miró gentil con esos ojos avellana tan lindos, esos que calentaban mi alma cada vez que dirigían su atención hacia mí.

—Lo único que necesito ahora es que te quedes a mi lado —dijo—, sólo necesito tu presencia.

Cómo me hubiera gustado robarle un beso en ese momento, pero no soy tan descarado como para hacerlo con mis padres entrando por la puerta. Nosotros terminamos de desayunar, tomamos las cosas de Alan y nos dispusimos a partir, pero como ya era su costumbre, mi padre me detuvo en la puerta.

—Un representante de los Michaelis nos recogerá a las nueve, no tardes mucho.

Asentí y salí de casa junto a mi novio. Amaba decirlo, mi novio. Esas palabras se sentían nuevas en mi boca todavía, sabían tan dulces. Todo dentro de mí se emocionaba al pronunciarlas, siquiera pensarlas me daba un cosquilleo en el pecho y, por cursi que suene, podía entender la tontería de las mariposas en el estómago.

 Todo dentro de mí se emocionaba al pronunciarlas, siquiera pensarlas me daba un cosquilleo en el pecho y, por cursi que suene, podía entender la tontería de las mariposas en el estómago

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