Capítulo 13: Un punto final

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Alan olvidó su mochila en mi casa otra vez, ¿cómo es posible que sea tan despistado? Tendría que llevársela o mañana estaría como loco buscándola

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Alan olvidó su mochila en mi casa otra vez, ¿cómo es posible que sea tan despistado? Tendría que llevársela o mañana estaría como loco buscándola. Después de que él se fue, mi madre me pidió que preparara mis cosas para un viaje que haríamos en unos meses, no me dijo a dónde o para qué, pero supuse que sería un viaje de negocios y accedí sin reclamos.

Para cuando llegó mi padre, mi madre se puso a contarle todo acerca de la reunión que había tenido temprano con aquella mujer, yo no tenía ni el más mínimo interés en saber de eso y sólo me fui de ahí. 

Salí de casa y me fui directo a la plaza tal como me lo había pedido Cinthia, sabía lo que pasaría, pero aun así tenía la esperanza de estar equivocado. Incluso si muy en el fondo fuera lo que quería.

Me senté en una banca junto al estanque y esperé a que ella llegara. Hace mucho tiempo que no me veía con ella en este lugar y los recuerdos regresaban a mí como fotos muy antiguas que fueron guardadas en una caja vieja.

—Es la primera vez que llegas temprano —dijo una voz a mis espaldas—, siempre llego antes que tú.

—Cinthia...

—No me contestes, lo arruinarás como es tu costumbre.

Ella se sentó junto a mí y recostó su cabeza en mi hombro, tomé su mano y pasó un largo rato sin que ninguno de los dos dijera nada. Las lágrimas salieron de sus ojos empapando mi camisa, mis dedos acariciaban su pelo y por primera vez en meses estuvimos tranquilos sin gritarle ni reclamarle nada al otro. 

Tal parece que ambos sabíamos lo que pasaría, pero ninguno se animaba a dar el primer paso.

—Sabes por qué te pedí venir, ¿no? —dijo por fin.

—Puedo hacerme una idea —respondí—, hace tiempo que creí que lo harías.

—¿Recuerdas que pasó aquí?

Ella sacó de su bolsa un paquete de galletas, me ofreció una y la rechacé con la mirada.

—Aquí te pedí que fueras mi novia...

Un horrible silencio se apoderó de nosotros otra vez, ella jugaba con uno de sus mechones dorados y yo sólo miraba las nubes en el cielo, y de vez en cuando a ella. Intercambiamos miradas y una que otra sonrisa, el tiempo parecía ir tan lento que por instantes me ahogaba.

—No lo entiendo —suspiró—, en ese tiempo estábamos tan enamorados... ¿qué nos pasó?

—No tengo ni idea —contesté—. Pasaron cosas, llegaron personas...

—Entonces no estaba loca, sí me engañaste...

—Varias veces, y lo lamento más de lo que parece.

Me giré un poco para mirarla a los ojos, llenos de lágrimas y con más ojeras que pestañas. Soy un idiota y sé que una disculpa ya no sirve de nada, pero quiero que sepa que lo siento mucho, que debí habérselo dicho antes.

Siempre fuiste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora