Epílogo

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Seis años han pasado desde la última vez que vi a Alan

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Seis años han pasado desde la última vez que vi a Alan. La mañana en que me fui a Inglaterra esperé su llamada frente al aeropuerto, le envié cientos de mensajes que ni siquiera leyó y nunca más volvimos a hablar. Cada vez que lo llamé fue el buzón de voz quien respondió, nunca él. Sabía que tenía derecho a estar molesto conmigo, pero me dolía su ausencia.

Los primeros meses fueron los más duros; cada vez que tenía un día lindo y quería contarle, cada vez que me sentía terrible y lo necesitaba a mi lado. Pero ya no estaba. Todo había desaparecido con la firma de aquel día, yo lo eché a perder. Al principio me aferré a la idea de que nos volveríamos a ver, guardaba el video de Alan tocando el piano de mi abuelo como si se tratara del mayor tesoro del mundo porque, al menos para mí, no era menos que eso.

Dos años después de mi boda con Catherine, volví a París. Regresé al apartamento de Alan, pero habían vendido el edificio entero para transformarlo en un spa de lujo. Fue hasta entonces cuando me di cuenta de la dimensión de mis errores: no lo volvería a ver. Y a pesar de que me resigné a ello, mi corazón seguía guardando un espacio para él en caso de que volviéramos a vernos.

Nunca dejé de querer a Alan, pero no podía quedarme estancado por su recuerdo. Dicen que los amores adolescentes nunca duran por siempre, pero cómo me hubiera encantado que lo hiciera.

—Señor Díaz, su esposa lo está esperando en la sala de juntas.

—Dile que iré en un minuto.

Luego de la boda, mis responsabilidades no hicieron más que crecer. Antes de todo esto nunca me había involucrado tanto en el negocio familiar. Tres años después de llegar aquí comencé a olvidar a Alan, me concentré tanto en mi trabajo que poco a poco su recuerdo se volvió opaco y no recordaba el sonido de su voz. Me odié mucho cuando fui consciente de ello, pero no pude hacer más que dejarlo ir. Ya era tiempo de que las memorias quedaran en eso, sólo memorias.

Bajé a la sala de juntas y Catherine me recibió con un beso, después de seis años había aprendido a quererla. No era para nada la chica boba que creí que era cuando la conocí, sino que esa era sólo la cara que sus padres querían mostrar. Resulta que era una ficha de cambio al igual que yo; un juguete a los ojos de sus padres.

—¿Sabes qué día es hoy? —preguntó sonriendo.

—Es 7 de julio, nuestro aniversario.

—Exactamente —repuso—. Tengo una sorpresa para ti.

Ella tomó mi mano y me condujo suavemente hasta la mesita de centro, donde descansaban dos boletos para una presentación de música clásica esta noche en Aragón.

—Recuerdo que no parabas de ver el mismo video cuando nos casamos, supuse que te gustaría —dijo ella—. Además, nos iremos de España en dos días, me pareció lindo que fuéramos juntos.

Incluso si lo nuestro había nacido por un contrato, incluso si no era amor ya le había tomado cariño, era mi esposa después de todo. Luego de ir a cenar a las orillas de la ciudad fuimos al teatro; la luna, brillante y enorme, iluminaba la noche.

Entramos al teatro y buscamos un asiento cerca del escenario. Esperamos un rato mientras la sala se llenaba, las luces se apagaron y un reflector blanco se encendió sobre el piano. Desde el fondo, un pianista y un violinista caminaron hasta el centro y comenzaron a tocar a dueto. Catherine apoyó su cabeza en mi hombro y tomó mi mano, mientras que yo no daba crédito a lo que veía.

Ese cabello, ese anillo, esa forma de moverse al tocar, ¿mi mente me estaba jugando una mala pasada? Pasé el resto de la presentación con la mirada perdida en el piano, la dulce melodía que acompañaba al violín me dejó adormilado hasta que todo terminó. Al igual que muchas otras personas en el teatro, me puse de pie en cuanto la última nota desapareció en el aire.

Por un segundo sentí que el tiempo se hubiera detenido sólo para nosotros. Mis sospechas y dudas desaparecieron en cuanto mis ojos y los de aquel pianista se cruzaron; unos ojos color avellana que conocía perfectamente bien.

 Mis sospechas y dudas desaparecieron en cuanto mis ojos y los de aquel pianista se cruzaron; unos ojos color avellana que conocía perfectamente bien

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Siempre fuiste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora