Capítulo 10: Tú otra vez

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Era lunes por la mañana, Gabriel estaba afuera de mi casa sonando la bocina de su auto mientras yo corría en mi habitación de un lado a otro buscando mi cuaderno de patología

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Era lunes por la mañana, Gabriel estaba afuera de mi casa sonando la bocina de su auto mientras yo corría en mi habitación de un lado a otro buscando mi cuaderno de patología. Cuando por fin lo encontré salí a encontrarme con Gally y me subí al auto.

—¡Hasta que por fin sales! Creí que iba a tener que dejarte —dijo él entre risas.

—Cállate, mi tonta alarma no sonó.

—O quizá sí lo hizo y no la escuchaste...

Me giré y lo miré con frialdad, hoy no estaba de humor como para aguantarlo así. Gabriel encendió el auto y nos fuimos, yo puse la música y bajé la ventana para que entrara un poco de aire. A mitad de camino recordé que mi computadora no venía en mi mochila.

No podía hacerlo volver o ya no llegaríamos a tiempo, pero tampoco quería dejarla porque en ella tenía un proyecto que había hecho en equipo. Nunca me gustaron los trabajos grupales porque siempre pasaba lo mismo; con uno que fallara, fallaba todo el equipo.

Y por lo general yo era ese uno.

Llegamos al estacionamiento y él aparcó en donde siempre hay sombra, bajó del auto y me pidió que hiciera lo mismo.

—No quiero —dije tapándome la cara—, no traje mi computadora y Hanna me va a matar.

—¿Por quién me tomas? —dijo Gabriel un poco burlón— Te conozco desde que somos niños, sé que eres muuuy despistado.

Me bajé del carro sin entender y él abrió la puerta de atrás, sacó una pequeña mochila y la levantó como si fuera un trofeo.

—¡Ay, gracias! ¡Trajiste mi computadora!

—Cargada y todo —respondió sonriente.

Tomé la mochila y le di las gracias hasta hartarlo mientras caminábamos hacia la entrada, donde lo esperaban las mismas chicas de la otra vez. No se acercaron a nosotros, sólo se miraban entre ellas al ver pasar a Gabriel con su brazo sobre mis hombros. No voy a negarlo, era extraño saber que hablaban de nosotros, pero por alguna razón no me molestaba.

Mi primera clase estaba por empezar cuando entré al salón, a la profesora no le importaba si llegaban a tiempo o si lo hacían dos minutos antes de que acabara la hora. Mientras no hicieran ruido al llegar...

Me senté en mi lugar de siempre, el último de la segunda fila. Saqué mi cuaderno y coloqué la fecha en la esquina con tinta azul, sentí una mano en mi hombro que me sacudió algo brusco y me giré.

—Oye, sí traes la presentación, ¿verdad? —preguntó Hanna.

—Sí, aquí está, tranquila —dije señalando mi mochila.

—Más te vale, Clifford.

Hanna era la única de toda la clase que no me había ignorado por completo desde el primer día, ella entró a esta escuela para convertirse en médico igual que su madre y su padre. Sobra decir que era una chica de excelencia académica y que tendría una beca del 100 % mientras su promedio no bajara del 10, así que su paranoia estaba justificada.

Siempre fuiste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora