Capítulo 11: Un agrio reencuentro

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Conocía perfectamente esa voz

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Conocía perfectamente esa voz. Era la misma que me atormentó en sueños tanto tiempo, la misma que se burlaba de mí en secundaria, la misma que me llevó al límite muchas veces y que me dejó hundido en un dolor tremendo del que apenas empezaba a curarme.

—¿Johan...? —preguntó Rachel— ¿Qué haces aquí?

—Vine a hablar contigo sobre lo que pasó ayer.

Él se acercó un par de pasos a nosotros, acerqué a Rachel hacia mí y me preparé para lo peor, tal como había hecho el día que la conocí. Sólo que esta vez tenía miedo, mucho miedo.

—¿Y este quién es? —dijo Johan— Espera un segundo, conozco esa cicatriz...

Cubrí por instinto la pequeña cicatriz en mi mejilla, mi respiración se aceleraba conforme la distancia entre nosotros se acortaba. Sentía un millón de descargas en mis piernas y en mi pecho, mi cuerpo estaba listo para correr y huir de él, aunque mi mente me anclaba al piso.

—¿E-es él? —pregunté—, ¿él es quien te molesta, Rachel?

Johan alzó las cejas y dirigió su mirada hacia Rachel, dejó de avanzar y trató de alcanzarla.

—Le contaste a este maldito huérfano... ¡¿no podías sólo cerrar la boca?!

Tiré de Rachel y la puse tras de mí, cosa que sólo lo hizo enojar. Yo estaba aterrado, todos los recuerdos de hace tanto tiempo regresaron a mi mente al mismo tiempo y nublaron mi juicio, tenía que sacarnos de ahí.

—¿Qué te crees, rata? —exclamó él— ¿Piensas que ahora puedes enfrentarme? Sólo eres un estúpido huérfano, jamás serás más que eso.

—¡Johan, déjalo en paz! —dijo Rachel— Él no te ha hecho nada malo.

La mano que ella tenía en mi hombro estaba tensa, era evidente que también estaba asustada. Yo no quería que él le hiciera daño, por lo que no me moví de donde estaba.

—Si crees que eres tan valiente —dijo Johan, tronando sus nudillos—, ¿por qué no te acercas, rata?

Él me lanzó un par de puñetazos a la cara que logré esquivar por muy poco, mi cuerpo me decía que corriera, que escapara de ahí sin importar nada, pero mi mente rogaba quedarme. Sabía los horrores de los que Johan era capaz y las cicatrices en mi piel eran testigos de ello, no podía dejar a Rachel sola con él.

Ella sacó su celular y llamó a alguien por ayuda, Johan la vio y trató de arrebatarle el teléfono. Aproveché su descuido y lo golpeé fuertemente en la cara, haciendo que retrocediera un par de pasos. Rachel y yo corrimos de regreso al restaurante para encerrarnos ahí hasta que él se fuera. Fue lo mejor que se me ocurrió en el momento.

Apenas le di la espalda Johan me sujetó de los hombros y me jaló hacia atrás, Rachel siguió corriendo sin percatarse de que ya no la seguía.

—¿¡A dónde vas, rata!? —dijo él— No te vas a escapar de esta.

Siempre fuiste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora