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Tal vez le había dicho a Gakushū que no lloraría por días en su cama si lo rechazaba, pero no había dicho nada acerca de llorar en público, a la mitad de la calle, ¿Cierto?

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Tal vez le había dicho a Gakushū que no lloraría por días en su cama si lo rechazaba, pero no había dicho nada acerca de llorar en público, a la mitad de la calle, ¿Cierto?

El viernes había terminado siendo peor de lo que había esperado; pensar que ir a esa fiesta y hablar con Gakushū cambiaría algo había sido el epítome de la estupidez.

Luego de que el peli naranja se marchó, Ren no tardó mucho en pedirle -amablemente, por lo menos- que se fuera. No le molestó, tampoco es como si hubiera querido quedarse; no conocía a nadie a parte de Sakakibara y unos pocos alumnos de la Clase A.

Tampoco tenía ganas de soportar miradas extrañas que, aún después de un año del incidente con Koro-sensei, seguían siendo más que evidentes. Era el único estudiante de la Clase E que había permanecido en Kunugigaoka, después de todo.

Se marchó tan pronto como se lo pidieron y apenas salió de la casa de Sakakibara, unas pequeñas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. No se trataba de tristeza, sino enojo. No podía creer que alguien tan inteligente como Asano se comportara de una forma tan infantil. No podía creer que lo que comenzó como un simple juego terminó por arruinar la relación de rivalidad amistosa que habían conformado con el tiempo -por Buda, incluso había desayunado juntos esa misma mañana-.

Culpaba a Gakushū cuando el verdadero culpable era él; jamás debió arriesgarse así.

Al llegar a casa, subió a su habitación y se dejó caer sobre su cama destendida. Con los brazos abiertos y las piernas colgando por el borde se dedicó a mirar el techo blanco hasta quedarse dormido.

Despertó el día siguiente por la mañana. El reloj de su pared marcaba las seis con cuarenta y sol apenas comenzaba a salir. Se estiró sobre su cama y bostezó; había dormido cerca de doce horas y aún se sentía cansado.

Se cuestionaba el volver a acostarse cuando escuchó movimiento en la primera planta de la casa y se alarmó. Por un segundo creyó que había escuchado mal, pero el sonido de una olla de metal lo hizo estar completamente seguro. ¿Era un ladrón? Quiso reír; se había metido a la casa equivocada.

Sin mucho más que su mera presencia, salió de su habitación y caminó silenciosamente hasta la cocina. Esperaba que al menos las clases de Karasuma le hubieran servido de algo. Se asomó con discreción solo para encontrarse con una melena roja. Igual a la suya.

-¿Mamá? -preguntó con los ojos bien abiertos.

-¡Por Buda! -la mujer dió un salto en su lugar, casi soltando un vaso de cristal con agua que sostenía su mano temblorosa-. Karma, casi me matas del susto.

-No -dijo, acercándose, intentando descifrar por qué su madre no se había girado a verlo, mucho menos a saludarlo después de no verlo en semanas-. Tú casi me matas del susto; creí que era un ladrón -dramatizó.

-Ah, supongo que no soy buena guardando silencio -rió de manera nerviosa-. Tampoco tú lo eras de pequeño, supongo que en eso nos parecemos.

-Mamá... -la tomó del hombro, causándole un sobresalto-. ¿Está todo bien?

1.11 [Karushuu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora