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Era lunes otra vez y Gakushū tenía un nuevo plan: perder su dignidad y rogarle a Karma

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Era lunes otra vez y Gakushū tenía un nuevo plan: perder su dignidad y rogarle a Karma. Sí, así tal cual. Claro que eso no le había funcionado la primera vez, así que cambiaría ligeramente el medio.

Su padre seguía dormido, y lo estaría por los próximos quince minutos, aproximadamente, así que tenía que salir rápido. Abrió la puerta principal y la cerró tras él, sintiendo la brisa fresca en su rostro.

Eran apenas las seis de la mañana y él ya estaba caminando hacia la escuela con paso decidido y rápido. Con un poco de suerte, las únicas personas en el plantel serían los encargados de la enfermería y un par de conserjes; nadie que tuviera mucho poder contra él, siendo el hijo del director.  

El sol comenzaba a iluminar poco a poco las calles desoladas, brindándole una ligera sensación de calor. ¿Demasiado cursi de su parte que el sol le recordara los ojos de Karma? Tal vez.

Sacudió su cabeza, alejando los pensamientos ajenos y concentrándose de nuevo en lo que tenía que hacer.

Si había estado saliendo con un criminal por un par de meses, algo debió haber aprendido… Eso y que él había sido presidente del consejo estudiantil y sabía dónde podía encontrar el acceso a las combinaciones de casillero de toda la escuela. 

Entró al edificio como si fuera su casa y caminó directo a la oficina del consejo, a un lado de la dirección. Una vez dentro, se apresuró a rebuscar entre los cajones del escritorio más grande; el del presidente, el qué solía ser su puesto. Los expedientes y cosas importantes se guardaban ahí para evitar que fueran hackeados. Además, nadie que no hubiera sido presidente sabría dónde buscar ciertas cosas.

Sintió cierta nostalgia al recordar cómo ese puesto había sido suyo hacía poco, pero luego miró la pila inmensa de papeles sobre la madera y pensó que estaba mejor así.

Sacó un folder azul marino del cajón y lo abrió, revisando de inmediato los primeros nombres de la lista. Algunas líneas antes de su nombre, lo encontró: Akabane, Karma.

No pudo evitar soltar un jadeo cuando leyó el inicio de la combinación de números y letras: 1.11.2.KR.BN.

No podía creer lo obvio que había sido desde el principio. No le sorprendería que el pelirrojo hubiera adivinado su clave por pura suerte, basándose en la propia. Sonrió con cierto orgullo; Karma era brillante, en verdad.

Se encargó de memorizar el código y salió de la sala luego de dejar todo como estaba. Bajó dos pisos hasta el área de casilleros y abrió el de Akabane con facilidad, solo para sacar un pequeño post-it blanco del bolsillo de su pantalón y pegarlo en el fondo.

Cerró la puerta de metal justo a tiempo.

—¿Gakushū? —una voz resonó en el eco del pasillo vacío.

—Buenos días, Ren —asintió hacia el castaño que se aproximaba hacia él.

—¿Cómo estás?

—Estoy bien, ¿por qué lo preguntas? —frunció el ceño.

1.11 [Karushuu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora