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Karma abrió los ojos solo para darse cuenta de que se había quedado dormido en el aulario

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Karma abrió los ojos solo para darse cuenta de que se había quedado dormido en el aulario. El sol estaba brillante, lo que no le permitió saber de buenas a primeras si se trataba del mismo día o de la mañana siguiente. Frotó sus ojos, sintiéndose repentinamente descansado y en paz.

Se agachó para tomar su teléfono y ver la hora. Eran las nueve y treinta de la mañana. Ya era martes 16 de enero; segundo día de clases luego de las vacaciones y ya tenía una inasistencia. Aunque tampoco le importaba mucho, no tenía ganas de ver a nadie, en realidad.

Tomó sus cosas y salió del aulario, no sin antes darle un último vistazo a las instalaciones.

Afuera estaba helado; el cambio de temperatura era tremendo. Pensó que así eran las cosas; sentías calidez un segundo y al siguiente solo era un gélido frío que te congelaba los huesos.

Ya ni siquiera tenía sentido ir a Kunugigaoka; las faltas no se borrarían y los conocimientos poco le hacían demasiada falta.

No pudo evitar mirar hacia atrás del edificio antes de irse; aquel risco seguía ahí, al igual que la gigantesca rama torcida donde tantas veces se había sentado.

“Dejarte morir no era una opción para mí, así que salta al vacío las veces que quieras".

Cruzó la valla y caminó por uno de los tantos atajos que había descubierto mientras estudiaba en la Clase E, uno que lo llevaría directo a su casa sin tener que cruzar el edificio de secundaria de Kunugigaoka y sin llegar a toparse ni con la casa de Gakushū ni con la preparatoria.

Entró a su casa y tiró la mochila al lado de la puerta con un bufido cansado. No sabía si sus miembros pesaban debido al cansancio físico o al exigente camino inclinado que había recorrido. Hacía tiempo que no entrenaba —al menos no como lo hacía con sus compañeros de asesinato—. Tal vez debía hacer un poco de ejercicio para dejar de pensar. O estudiar para el examen. O limpiar la casa. O llamar a Nagisa para salir un rato y evitar pensar en cosas inútiles.

—Exagerado —murmuró para sí mismo, recordando cómo lo llamaban sus padres cuando era pequeño y hacía berrinche por cualquier cosa.

Le decían que guardara silencio, que exageraba y que si quería hacer un escándalo, fuera a hacerlo a su habitación. Claro que el pequeño Karma en realidad sí estaba consciente de que estaba haciendo un berrinche y se iba con un fingido puchero directo a su cuarto, donde se tiraba directo a la cama y veía televisión.

Negó con la cabeza, como si intentara sacudirse los sentimientos que intentaban aflorar de nuevo. Se quitó los zapatos y entró de lleno a la sala.

Comenzó por levantar los platos sucios que estaban en la mesita de centro, luego dobló las cobijas que estaban sobre el sofá antes de ir por la aspiradora. Tuvo que apretar los puños sobre el aparato cuando escuchó su teléfono, desde su mochila, sonando con el tono de mensajes que tenía destinado para su pareja.

1.11 [Karushuu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora