Parte IV, Capítulo 14

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No fueron conscientes de cuánto tiempo había pasado, cuando se separaron se pusieron a hablar como si nada hubiera pasado y al volver la mirada se dieron cuenta que estaba solos. Se echaron a reír y salieron del jacuzzi para volver al hotel. Se ducharon y cambiaron de ropa y en vista de que los habían "abandonado" salieron a dar un paseo por el pueblo.

Era pequeño con algunas tiendas ante las que se pararon. En una de ellas vendían bolsos y carteras y Bill entró a comprarle una a su padre. Escogió una pequeña de cuero negro y la dependienta se la envolvió para regalo.

—La tienes un poco más grande—le explicó mientras cortaba el papel—Y con dos apartados para poner alguna foto.

—Esa está bien, gracias—negó Bill con educación.

Pagó y cogiendo la bolsa salió de la tienda seguido de Tom. Una vez en la calle se cogieron de la mano y siguieron su paseo ajenos a si alguien les miraba.

— ¿Sabes por qué no quise la otra cartera?—preguntó Bill de repente—Por lo que dijo la dependienta. Me he fijado en la cartera de tu padre, tiene una foto tuya y otra de tu madre, pero mi padre no tiene a nadie. Así que...

Tom le entendía. El padre de Bill se había desvivido para que fuera feliz y nunca le faltara nada, y se había olvidado de su felicidad. Por lo que Bill le había contado nunca había habido otra mujer en casa aparte de la madre y el padre parecía no tener intención de buscarla. Su vida era el restaurante y cuando llegaba la noche solo pensaba en descansar y en nada más.

Siguieron paseando en silencio hasta que unas voces conocidas le llamaron. Georg y Eric se les unieron y volvieron juntos al hotel justo a la hora de comer. No tenían noticias de las otras parejas y dieron por hecho que se habían perdido por el pueblo.

— ¿Os apetece una partida de billar?—preguntó Eric tras la comida.

— ¡Hace años que no juego!—exclamó Tom sonriendo.

—Yo no sé—murmuró Bill.

—Vamos, que te enseño—dijo Tom cogiéndole de la mano.

Se pusieron en pie y pasaron a una sala del hotel donde había una mesa de billar, otra de ping pong y un futbolín. Prepararon las bolas mientras Tom le explicaba a Bill como iba el juego ayudado por Eric, gran experto como pudieron comprobar.

Esperaron mientras Georg sacaba y entonces le llegó el turno a Bill. Tom le ayudó en todo, inclinándose con él mientras le susurraba al oído como coger el palo.

—Apunta y golpea la bola blanca suavemente—murmuró Tom contra su cuello.

Y eso quiso hacer Bill, pero sentir el aliento de Tom acariciarle la piel no ayudaba mucho y erró el tiro.

—Me pones nervioso—susurró Bill carraspeando.

—Lo siento—se disculpó Tom riendo.

Le besó en el cuello y se incorporó dejándole solo esa vez. El tiro de Bill fue un acierto y metió dos bolas ante los aplausos de Tom.

Siguieron jugando una partida tras otra hasta que se les unieron los que faltaban y decidieron entonces probar con el futbolín. Pasaron el resto de la tarde entre juegos y bromas, hasta que el estómago de Georg protestó a las 8 en punto y decidieron dejarlo.

—Va como un reloj—comentó Georg frotándoselo entre risas.

Todos rieron al escucharlo y le siguieron por el pasillo hasta el restaurante donde pidieron hamburguesas para todos. Era su último día en ese precioso pueblo y lo iban a echar mucho de menos. Se lo habían pasado muy bien y disfrutado mucho.

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