1. En busca de ayuda

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El mundo mágico existía, desde el viento que soplaba para mover las hojas a capricho propio, hasta las estaciones del clima que eran creadas por espíritus. Cada estación del año tenía festividades, las cuales eran protegidas por criaturas mágicas, estos seres vivían exclusivamente para celebrar y alimentar la magia en los creyentes.

Los seres humanos convivían todos los días con la magia sin darse cuenta, el simple hecho de soñar era a causa de Sandman pero la ciencia había atribuido ese regalo del creador de sueños a la actividad neuronal. La incredulidad de las personas volvía menos poderosa a la magia, en algún momento los seres mágicos comenzaron a ser simples cuentos para niños. 

Todos estaban tocando fondo, el mundo mágico pasaba por una mala racha, cada uno tenía que fingir que sus poderes no se debilitaban. Cada espíritu estaba siendo afectado, inclusive lugares que debían su existencia sólo a la magia corrían el peligro de desaparecer.

El primero en querer hacer algo al respecto fue Peter Pan, él siempre se había relacionado con el mundo de los humanos con tal de buscar creyentes. Lastimosamente era considerado sólo un niño en nuestro mundo de fantasía, no era tomado en serio a pesar de que todos veían como la magia se estaba debilitando.

Los últimos años se hacía menos común que hubiera creyentes, cada vez eran menos. En especial en este nuevo siglo, los niños quieren crecer tan rápido como si la niñez se tratara de una enfermedad.

Después del rechazo que tuvo por parte de los espíritus, Peter Pan no insistió en buscar más creyentes, no le quiso dar importancia porque no se sentía afectado directamente. Creía que estaba protegido en Neverland, fue algo egoísta, pero estuvo muy equivocado.

A medida que pasó el tiempo comenzó a notar los cambios en él, creyó que no era algo para alarmar a nadie por lo que los ocultó con la ayuda que aceptó por parte de un curioso hechicero. Peter había errado, la magia alimentaba a Neverland y a falta de ella la isla parecía cada vez más gris.

Al chico castaño le molestaba admitir que necesitaba de alguien más, usualmente podía valerse por sí mismo sin prescindir de nada ni de nadie. Sin embargo, era momento de tragarse el orgullo para pedir ayuda a los únicos espíritus que no se negarían y que podrían ayudarle.

Mientras volaba las nubes parecían apartarse de él, Peter presumido como siempre, sonreía con superioridad ante eso. Surcaba los cielos evitando acercarse a las ciudades, no quería ver a los niños que ya no creían en él, temía que el poder de su vuelo disminuyera debido a que el polvillo de hadas ya no era tan poderoso.

Comenzaba a divisar el Polo Norte, aceleró el vuelo para que pudiera llegar al taller de Santa en cuestión de minutos. Sólo había un pequeño detalle que sabía le dificultaría mucho las cosas: ¿cómo lograría entrar?

Había estado intentando entrar al taller por cientos de años, claro, nunca pasó de los yetis. A Peter siempre le pareció divertido hacer las estrategias para entrar con los niños perdidos, todos querían ver cómo hacían los juguetes y otros deseaban ver a Santa.

Mientras el niño eterno pensaba en una nueva táctica de espionaje, Norte encendía la aurora boreal en llamada de los Guardianes. Peter se detuvo en seco al ver la manera en que el cielo se encendía con mágicas olas de colores, era algo que nunca había visto.

—Asombroso —dijo en un susurro, embelesado.

Voló un poco más cerca de aquellas luces, quería tocarlas, se encontraba levantando la mano convencido de que podría tomarlas pero un empujón lo tiró directo hacia el piso congelado. El golpe en seco aturdió al castaño, el culpable interrumpió su vuelo por un segundo pero no se acercó hacia el pobre tipo que había enterrado en la nieve.

En busca de la magia (Jack Frost X Peter Pan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora