10. La chica ideal

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Me quedé observando a Elizabeth embelesado, tenía una particular belleza que me hacía no querer apartar la mirada de ella. Era perfecta, si alguien me lo preguntara sin titubear hubiese dicho que ella era mi tipo de chica ideal.

Era dueña de unos ojos verdes impresionantes con espesas pestañas, cejas definidas, labios finos y rosados, piel bronceada que hacía juego con su cabello caramelizado y una hermosa sonrisa. Por alguna extraña razón, me asaltó la idea de que Elizabeth tenía rasgos muy parecidos a Peter, sin embargo rápidamente decidí pasar por inadvertido aquel pensamiento fuera de lugar.

Escuché que alguien se aclaró la garganta a mis espaldas y sentí como mi rostro comenzaba a aumentar de temperatura, no había sido consciente de cuánto tiempo me había quedado observando a Elizabeth.

—Jamás imaginé que Jack Frost pudiera sonrojarse —dijo Peter en tono burlón.

Carraspeé y desvié la mirada de aquella chica, sintiéndome repentinamente avergonzado por ser descubierto mirando de más.

—No lo estoy, es el clima —me intenté excusar.

Peter miró a Elizabeth y después me dirigió una sonrisa, le dediqué una mirada de advertencia. Esa sonrisa rebosante de coquetería no era un buen augurio.

—Bien, querida Eliza...

—Liz, puedes llamarme Liz —dijo casi en un suspiro.

Rodé los ojos al escucharla, odiaba que ella creyese tanto en Peter Pan.

—Liz, hay una razón de que estemos aquí —le informó Peter.

—¿Me llevarás al fin a Neverland?

Los orbes verdes de la chica parecieron brillar con ilusión, mordí mi mejilla para reprimir las ganas de decirle que eso nunca pasaría.

—Me encantaría llevarte conmigo, pero no puedo —respondió Peter fingiendo una mueca de tristeza.

—¿Por qué? ¿Soy demasiado grande? —dijo sin disimular su tristeza.

La sonrisa del ahora adolescente Peter Pan fue algo que no pude ignorar, la picardía e intención que había en su sonrisa era diferente a simple diversión.

—Oh, no es eso. Créeme que estás perfecta así —dijo Pan escaneando su cuerpo.

Alcé ambas cejas con sorpresa, no concebía que Peter fuese tan descarado como para mirarla de esa manera frente a mí.

—Pan, ve al grano —gruñí furioso.

¿Quién se creía para verla de esa forma? ¿No podía al menos disimular su ataque hormonal?

Él me dirigió una sonrisa petulante y después tomó las manos de Elizabeth, logrando que apretara mis manos en puños.

—No puedo llevarte conmigo porque la magia se está acabando, el polvillo de hadas no servirá.

—¿No hay algo que se pueda hacer? —dijo preocupada.

Tuve que morderme la lengua hasta el punto de tener la sensación del sabor metálico en mi paladar, tenía que controlarme y evitar decirle a ese controlador lo que se merecía.

—Hay algo —dijo soltando sus manos con pesar—, pero es muy difícil.

—¿Qué es, Peter?

Peter la miró con todo el dramatismo que le fue posible, montando una escena digna de una obra teatral.

—Necesito que creas en la magia, que seas mi creyente.

—Siempre he creído en ti, Peter. Yo puedo ser tu creyente —dijo Liz con los ojos brillantes.

En busca de la magia (Jack Frost X Peter Pan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora