39. Inocencia

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Jack Frost:

El tiempo para un ser mágico siempre pasa distinto, a veces sentimos que un siglo pasa volando y otras más un solo día se hace eterno. Los últimos años habían pasado en un abrir y cerrar de ojos.

Muchas cosas habían cambiado, había pasado de vivir embargado por la oscuridad a disfrutar de días brillantes y adornados de un enorme arcoíris. Esa mañana, como ya era costumbre, estaba mirando por la ventana esperando a que llegara el momento en el que Peter regresaría.

Mi corazón saltó al ver a lo lejos una silueta familiar, increíblemente mis manos se pusieron más frías. A pesar del tiempo y de todos mis esfuerzos, jamás logré deshacerme de las estúpidas mariposas en mi estómago.

Apenas entró por la ventana se abalanzó sobre mí, lo recibí gustoso envolviéndolo en un fuerte abrazo.

—Te extrañé tanto —susurró acurrucándose en mi cuello.

Besé la coronilla de su cabello, acariciando su mejilla para reconfortarlo.

—Sólo fueron dos semanas, Peter.

Me abrazó con más fuerza, aferrándose a mi torso y pareciendo esconderse en mi pecho.

—En la isla el tiempo pasa distinto, sentí que había estado un siglo sin verte.

Sonreí al escucharlo, secretamente me complacía no ser el único que se sentía así.

—¿Tú no me extrañaste?

Su voz había sido apenas un susurro, su pregunta me pareció ingenua de su parte. Sólo Peter podría creer que no lo extrañaría, era casi absurdo que lo pensara cuando vivía anhelando el momento en el que regresaría a mis brazos.

—Cada segundo —admití.

Sus ojos brillaron de emoción, pude apreciar aquel brillo que me hacía suspirar al mirarlo. Nunca me podía tener lo suficientemente alejado de sus labios y mucho menos cuando me provocaba tanta ternura. No pude resistir más ante él, eliminé la escasa distancia hasta fundirnos en un delicado beso que ambos habíamos estado añorando por días. 

Un sonido de alguien quejándose me hizo separarme de mi amado castaño, me era difícil seguirlo besando con Conejo fingiendo vomitar.

—Ya me cansé de verlos babearse —se quejó—, hay otras formas de sentir náuseas.

Rodé los ojos en señal de fastidio, pensé que era una exageración la manera en que sugería como obsceno algo que en ese momento era tan casto.

—¿Quién te dijo que miraras, canguro?

Movió su mano con desdén, volviendo a prestar atención a los pinceles que inspeccionaba.

—Sólo consigan una habitación.

Miré de reojo a Peter, parecía divertido con nuestra pelea a pesar de estar apenado. Él siempre se sonrojaba cuando nos descubrían en medio de una demostración de afecto.

—Oh —reí—, ya entiendo. Estás celoso.

Conejo fingió una estruendosa carcajada.

—¿De qué estaría celoso, refrigerador andante?

Entrelacé las manos en mi espalda, caminando en su dirección.

—¿Quieres que te rasque las orejas? —me burlé.

Su ceja se alzó mirándome desafiante, le dediqué una sonrisa altiva en respuesta.

—No cometas esa equivocación —me amenazó.

En busca de la magia (Jack Frost X Peter Pan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora