𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑽𝑰𝑰𝑰

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𝑱𝑶𝑺𝑬𝑷𝑯

La manera en la que me besa demuestra que me echó de menos tanto como yo, lo hace suave pero al mismo tiempo agresivo, muerde mi labio inferior con sutileza y enreda sus dedos en mi cabello.

—Eres hermosa, ángel —susurro en sus labios, me gusta recordárselo a cada momento y lo haré siempre que tenga oportunidad.

—¿Mucho? —usa un tono inocente. 

—Demasiado, un tipo de belleza que no te deja dormir, que te distrae y que te vuelve loco —sus ojos brillan aún más que la luna.

Sus piernas se están distanciando dejando un hueco entre sí, es cómo una invitación al siguiente paso, una invitación que no pienso rechazar, me gusta estar entre sus piernas, me encanta sentir la calidez que hay en ellas. 

Mis dedos crean un espacio entre su apretado top y su piel blanca encontrando sus lindos pechos.

—¿Esto quieres? —la miro fijamente a los ojos. 

—Sí, quiero tus besos, tus caricias, escuchar tu voz cada noche antes de dormir y despertar a tu lado cada mañana, te quiero a ti Joseph de todas las maneras existentes —

—Quiero lo mismo, ángel, estar contigo cerca del mar y con esta vista es increíble, te amo —mi nariz y la suya se tocan.

Sus manos buscan la hebilla de mi cinturón, sonrío por la manera en que lo hace, tan desesperada y con cierta torpeza, me siento sobre mis talones para desabrochar mi camisa pero Maeve actúa mas rápido sentándose de la misma manera, sus delgados dedos van eliminando botón por botón hasta dejar mi pecho y abdomen descubiertos, acerca su rostro y va dejando besos húmedos en cada centímetro de mí piel, besa mi cuello, hombros y pecho, sus ojos buscan mí aprobación para continuar bajando y se la doy, le daría hasta mi vida si es necesario. 

El placer se hace más presente desde que su lengua toma el lugar de sus labios, está cerca de mí pelvis y adoro que se encuentre ahí por dos razones; muero por sentir mi pene en su boca y porque se ve tan deliciosa en ese ángulo, pues su cintura es pequeña, todo lo contrario a su trasero.

Sus manos bajan mi boxer dejando mi erección a centímetros de su cara angelical, saca su lengua haciendo contacto con mí sensible piel, su boca es cálida y sus movimientos son apacibles, estar con Maeve es una experiencia diferente, no hay necesidad de usar la brusquedad o de hacerlo rápido, lo disfruto, disfruto sentirme amado por primera vez y ella lo hace a cada segundo.

Luego de unos minutos de recibir ese tipo de placer regresamos a la posición principal, beso sus piernas desde el tobillo hasta sus muslos, disfruto de sus gestos y de sus gemidos ahogados, me gusta que lo esté disfrutando tanto como yo.

—Espera, ¿qué vas a hacer? —pregunta asustadiza.

—Lo mismo que tú, ángel —sonríe.

Hago a un lado su ropa interior y deslizo mi lengua por toda su vagina, su espalda se arquea y sus piernas se contraen, agradezco que esté demasiado húmeda para dejarme disfrutar de su sabor tan exquisito.

—Joseph... —susurra.

—Dime, ángel —continúo haciendo lo mío. 

—Lo estás... haciendo muy bien, pero hazlo ya —sonrío. 

—¿Hacer qué? —sé perfectamente de qué habla pero quiero que lo pida. 

—Cógeme —busco sus labios, tomo mi pene y lo bombeo varias veces, me coloco entre sus piernas para entrar de una buena vez. —¿Tienes preservativos? —pregunta. 

—Sí —frunzo el ceño y saco de mi cartera el pequeño sobre plateado.

Vuelvo a colocarme en su entrada y empujo lentamente, es delicioso sentir como sus paredes se estiran poco a poco, aumento la velocidad de mis movimientos pero no demasiado, quiero disfrutar cada momento.

—Joseph —me encanta escucharla decir mi nombre y más de esa manera. —Así amor —

Froto su clítoris mientras entro y salgo de ella, sus pechos se agitan en cada embestida al igual que sus piernas, llevo mis dedos a su boca y los recibe gustosa.

—Espera —dice agitada.
—Quiero hacerlo yo —muerde su labio y rápido la obedezco.

Creí que la vista no podía ser mejor pero me equivoqué, la luz de la luna marca el contorno de la anatomía de Maeve, sus movimientos son escasos en tosquedad pero con abundante perfección, hace círculos con sus caderas y a la misma vez se desliza de atrás hacía adelante, posa sus manos en mi pecho para ayudarse un poco y al hacerlo sus brazos aprietan sus pechos. 

Escucho las olas chocar entre sí y al mismo tiempo nuestros cuerpos hacen lo mismo, tomo su cintura y subo hasta su cuello haciendo un poco de presión. 

Decido sentarme pero sin dejar de penetrarla, beso su cuello y sus clavículas, enreda sus dedos en mí cabello y hunde su cabeza en mi cuello.

—Te amo —dice entre gemidos ahogados.
—Siempre lo haré —sonrío. 

Ambos terminamos después de unas cuántas embestidas.

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Me recuesto y ella hace lo mismo dejando su cabeza sobre mi pecho, acaricia mi abdomen con la punta de sus dedos.

—Tú lo sabías ¿verdad? —pregunta.

—¿Saber qué? —mi respiración vuelve a acelerarse y no por un buen motivo. 

—Sobre Mark y Alex —cierro los ojos y suspiro, agradezco que no pueda verme, apuesto a que mi rostro está pálido. 

—No, no sabía, Mark me había comentado que se sentía increíble junto a la rojita pero nada más —

—Fue lindo, nunca había visto a Alex tan feliz —

—Y muy loco también —deja de acariciarme. 

—¿Por qué? —pregunta. 

—Porque pienso diferente, no es necesario todo ese alboroto, los anillos, el vestido o los invitados, cuando unes tu alma a la de alguien más ni siquiera hay testigos, ni siquiera tú, sólo ocurre, y la prueba más grande son los matrimonios fallidos, si no hay amor, no hay nada —

—Ya lo comprobé, así que no te puedo contradecir, tienes toda la razón —agrega y después suelta una risilla. 

—¿Has estado enamorada? —acaricio su espalda.

—Creo que no —responde.

—¿Ni del padre de Isaiah? —

—Franco nunca me amó, me dio atención y después me la quitó y yo estuve mucho tiempo haciendo hasta lo imposible porque volviera a tratarme como al principio, y en ese camino me perdí, ya no era yo ni hacía lo que me gustaba, para darle gusto a él, para no perderlo y al final perdí lo que más he amado, eso nunca me lo voy perdonar, porque pude haberlo evitado si tan sólo no me hubiera aferrado a algo que nunca existió —suspira profundamente.
—Pero ahora sí, contigo puedo ser yo misma y me siento segura a tu lado, siempre pones una sonrisa en mí rostro, y si eso no es estar enamorada entonces no quiero estarlo, sólo quiero estar a tu lado —depósito un beso en su cabeza.

Luego de unos minutos siento su respiración más tranquila y eso me hace saber que se durmió, quiero hacer lo mismo pero el sobre pensar no me lo permite.

¿Por cuánto tiempo más seguiré con esto? ¿Su amor será tan grande para perdonarme? 

Estás acabado, Joseph...

Esa es mi respuesta, la única que tengo hasta ahora. 

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