𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑿𝑽𝑰𝑰𝑰

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𝑽𝑨𝑵𝑪𝑶𝑼𝑽𝑬𝑹, 𝑩𝑪. 𝑪𝑨𝑵𝑨𝑫𝑨

𝟳 • 𝟭𝟮 • 𝟮𝟬𝟮𝟰

𝑴𝑨𝑬𝑽𝑬

Siempre he odiado los días lunes, mi cuerpo sabe que es inicio de semana y la energía que habita en él es demasiado baja, lentamente me acerco a la ventana y muevo un poco la cortina que me impide ver al exterior.

Observo el mismo escenario de hace siete meses, las gotas se estampan en el vidrio sólido ocasionando un sonido que disfruto por completo y luego se deslizan hasta llegar a la ventana del siguiente departamento.

Regreso al sofá y tomo de la mesita de centro el libro que me ha acompañado durante estas últimas dos semanas, lo abro justo en donde me quedé, es demasiado bueno, algunas líneas me han hecho reír y otras incluso han logrado sacarme lágrimas.

Al terminar el capítulo trece bebo el último trago de café que hay en mi taza y después de refunfuñar me preparo para ir a cumplir con mis responsabilidades.

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Cruzo la calle hasta llegar a la entrada de; “Granville Gardens”, es una residencia para ancianos y mi trabajo desde la segunda semana que llegué a Vancouver.

—Buenas tardes Lilian —saludo a la amable recepcionista que lleva más de diez años trabajando en este lugar.

—Buenas tardes Maeve, otra vez está lloviendo —solo asiento con la cabeza ya que estoy registrando mi hora de entrada.

—Lo sé, mi cabello está empapado —sonrío con los labios apretados.

—Ten un lindo día —dice con ese tono dulce de siempre.

—Igual para ti, Li.

Camino por el pasillo que me lleva hasta la sala de recreación y ahí ubico a Damián, mi compañero y único amigo en esta enorme ciudad.

—Hola, ¿qué tal la mañana? —pregunto al estar frente a él.

—Todo bien aunque algunos están molestos, quieren salir al jardín pero el clima no coopera mucho —sonríe pero mi mente está ocupada tratando de ubicar a un residente importante.

—¿Y Jeremiah? —frunzo el ceño al darme cuenta de que no está en la sala.

—En su habitación, dijo que no quería salir y me cerró la puerta en las narices.

Lo que el pelinegro me acaba de decir es preocupante, Jeremiah es demasiado quisquilloso pero nunca va a negarse a salir de esa habitación y ganarle una partida de ajedrez a David, su vecino, el culpable de que no duerma por las noches.

Doy media vuelta y ahora me dirijo hasta su habitación, la puerta está entreabierta pero aún así decido golpear la madera para llamar su atención.

—¿Quién es?, ya les dije que estoy indispuesto —dice con tono gruñón.

—Soy yo, la rubia oxigenada —intento no reírme del apodo tan gracioso que usa para identificarme.

—Mmm, pasa niña.

Abro la puerta y entro, está mirando hacía la ventana, contemplando el día gris.

—¿No piensa enfrentar a David? —cuestiono.

No responde, quiero decir algo más pero me detengo al percatarme de que sostiene una fotografía, esa que tantas veces me ha mostrado y que tiene plasmada la imágen de su esposa.

Me siento a su lado, en silencio, dándole su espacio.

—Hoy era su cumpleaños y no puedo dejar de recordar aquel último festejo, la decoración que me llevó dos horas y aquel pastel que aunque se quemó fue nombrado como el mejor de todos los tiempos, mi Susan siempre intentaba hacerme sentir bien y lo lograba, siempre.

Pasa sus delgadas y arrugadas manos por sus mejillas, limpiando el rastro que dejaron las lágrimas que segundos antes abandonaron sus ojos.

—La extraño tanto, creí que con el tiempo su ausencia se sentiría menos pero ha sido todo lo contrario.

Mi mirada está pérdida en la alfombra que decora el suelo, quiero darle algunas palabras de aliento pero lo último que dijo describe perfectamente lo que he estado sintiendo todo este tiempo.

Extraño tanto a Isaiah y también a Joseph, los extraño tanto y aunque sus rostros estén grabados en mi mente, no compensa el vacío que hace tiempo dejaron en mi pecho.

Lo ojos de Joseph no los he vuelto a encontrar en nadie más, ni siquiera en una ciudad con casi setecientos mil habitantes, ese café, es irrepetible y para mí, inolvidable.

El día que subí a ese avión creí que había tomado la decisión correcta, pensé que escapar de la realidad me ayudaría a dejar todo atrás, pero Joseph está adherido a mí y a dónde quiera que vaya, sea cual sea el tiempo que pase, siempre estará aquí.

—¿Por qué lloras? ¿Te acordaste de él, verdad? —asiento ligeramente.

—Lo siento, sé que es totalmente diferente, me dejé llevar —me levanto y seco mis lágrimas.

—Totalmente diferente, ¿sabes por qué? —lo miro atenta. —Porque basta con ir a buscarlo y decirle que quieres estar con él, tienes una oportunidad pero yo... sólo tengo las ganas —

Paso saliva tratando de que el nudo de mi garganta también se vaya.

—¿Vamos a la sala de recreación?, aún quedan cuarenta minutos —digo desviando el tema por completo.

—Vamos niña.

Lo ayudo a sentarse en la silla de ruedas y emprendemos el camino, mientras empujo la silla también tengo que forzar a mis lágrimas para que no salgan.

Estos meses he mantenido una lucha interna pues una parte de mí me pide tomar mis cosas y regresar a buscarlo, decirle cuánto me ha hecho falta y proponerle estar juntos una vez más.

Pero la otra parte me dice que no, que no es correcto.

Un mes después de llegar aquí recibí una llamada de Alex, mi corazón se alegró tanto al escuchar que Joseph quedó en libertad y junto con eso también recibió la oportunidad de comenzar de cero.

Sé que la aprovechó pues no hemos vuelto a coincidir, y aunque el corazón me ruegue por ir a buscarlo no voy a ser tan egoísta y lo dejaré ser feliz.

—David, el señor Jeremiah lo reta —digo al llegar con el némesis de mi paciente.

—Acepto —responde el otro hombre quisquilloso.

—Mientras nuestros pacientes juegan la partida ¿quieres un café? —pregunta Damián.

—Si quiero pero esta vez yo los pago —advierto.

—Si es la única manera de tomar un café junto a ti no me queda más que aceptar.

Bajo la mirada y pienso en las miles de indirectas que Damián me hace llegar pero aunque Joseph no esté cerca será siempre quien resida en mi mente y corazón.


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