𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑿𝑽𝑰𝑰𝑰

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𝑴𝑨𝑬𝑽𝑬

Hemos llegado al muelle y Joseph no quiere decirme a dónde iremos, le he preguntado más de una vez pero no da su brazo a torcer, dejo de insistir al perderme en sus encantos, es demasiado guapo pero con esa camisa blanca y esos lentes obscuros luce más atractivo que nunca, el aire mueve su cabello y la luz del sol lo hace ver más claro que de costumbre, nota que lo estoy observando y sus mejillas se pintan de un ligero tono rojizo y para demostrar que me puede seguir enamorando sonríe haciendo que sus preciosos hoyuelos aparezcan.

—¿Ves ese yate de allá? —con ayuda de mi mano cubro los rayos del sol que me impiden ver con claridad.

—Sí, lo veo —

—Pues viene por nosotros, ¿estás lista? —asiento con emoción, no es el yate, es estar en uno al lado del mejor hombre con el que pude coincidir.

—Lista —extiende su brazo y sin dudarlo tomo su mano, la misma que me salvó de aquel agujero.

Subimos y con detenimiento observo cada cosa que hay, podría quedarme aquí sin ningún problema.

—¿Tú vas a conducir? — pregunto al darme cuenta que no hay nadie más aquí.

—Por supuesto, soy el capitán, además es fácil, como andar en bicicleta —

—Ya entiendo, nunca aprendí a hacerlo así que para mí no es fácil —me toma de la cintura y me pega a su cuerpo.

—Prometo que cuando regresemos te enseñaré a andar en bicicleta, primero con llantitas de bebé y después nos ponemos serios, ¿te parece? —sube sus lentes colocándolos sobre su cabeza, posa su mano en mi nuca y acerca mi rostro al suyo para unir nuestros labios en un dulce beso.

—Me parece —digo al terminar de besarnos.

Joseph toma la palanca de mando y después de unos segundos el yate comienza a avanzar, en realidad sabe manejar esta cosa, lo hace ver tan fácil pero sé que no lo es, el aire sacude nuestra ropa pero no es incómodo, al contrario.

—¿Ya piensas decirme a dónde iremos? —

—Ya estamos aquí, te quería traer en medio de la nada, sólo nosotros —nos detenemos en mar abierto.

—¿Hablas en serio? —

—Sí ángel, ven —estira su brazo hacía mí dirección.
—Lo único que necesito eres tú, bueno y comida, está en esa pequeña hielera —

—Viniste muy preparado —

—Demasiado, aún falta lo mejor pero hay que esperar un poco —

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Luego de probar la deliciosa comida que Joseph trajo decidimos acostarnos para reposar, el yate se mueve ligeramente y los rayos del sol ya no son tan fuertes pues desde hace unos minutos el sol ha comenzado a ocultarse.

—¿En realidad no sabes andar en bicicleta? —pregunta cómo si fuera algo increíble y quizá lo es.

—No, ¿por qué te estaría mintiendo? —

—Sé que nunca me dirías mentiras pero es algo que todos aprendemos, como caminar —

—Pues creo que tiene una explicación —se sienta rápidamente poniéndome la mayor atención del mundo. —Mi madre siempre trabajó y sé que nunca te lo he contado pero mi padre nunca estuvo a mi lado, así que no tuve quién me enseñara y tampoco una bicicleta —parece asustado. —Quita esa cara, afortunadamente ya no es algo que me duela —

—Pues ya tienes quién te enseñe y pronto una bicicleta, buscaremos una que te guste demasiado como para aprender a manejarla —agacho la cabeza y sonrío.

𝑺 𝑬 𝑹 𝑬 𝑵 𝑫 𝑰 𝑷 𝑰 𝑨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora