Capítulo V

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Los siguientes días habían pasado extrañamente rápido.

No volviste a ver mucho a Konig después de esa interacción, pero cuando lo veías, simulaba normalidad. O bien, realmente no recordaba lo que había ocurrido aquella noche o, optaba por pretender que no lo hacía, al igual que tú.

(Sospechabas que era lo segundo.)

¿Por qué?
Porque era más fácil

Aunque te esforzabas para al igual que él, pretender normalidad, habías notado un ápice que no estaba ahí antes de fríaldad en su voz cada vez que te hablaba.
Tampoco es que antes te hubiera hablado de alguna manera más familiar, claro. Pero era diferente, y lo sabías. Un poco más lejano.

Sin embargo, no te sentías fría, no.

Todo lo contrario.

Desde aquella noche, sentías como un calor crecía dentro de tí, desde lo más profundo de tu vientre, extendiéndose, haciéndote cosquillas, quemándote por dentro. Tratabas de hacer todo lo que te era posible para olvidarlo, o al menos ignorarlo.

Entrenabas horas extras, te hacías voluntaria a más misiones, tomabas más responsabilidades en el cuartel.

Pero nada funcionaba. Nada apagaba ese fuego que sentías adentro.

Lo único que lo aliviaba un poco, era en las noches. En la madrugada, cuando por pensar y pensar, no podías conciliar el sueño, e inconscientemente, llevabas una de tus manos a tu ropa interior. Y ahí, solamente en esos momentos, podías sentir una pequeña pizca de desahogo. Sólo por un rato. Sólo lo suficiente para poder conciliar el sueño hasta la mañana siguiente y poder descansar un poco.

Metías las manos en tu ropa interior y empezabas a desahogarte. Ponías tu mano libre sobre tu boca para apaciguar los gemidos, porque aunque te encontrabas sola la mayoría de las noches ya que Konig se la pasaba en misiones nocturnas, te daba vergüenza oírte a ti misma; oír la intensidad con la que sólo con recordar lo que pasó aquella noche, tenías que contenerte para no gritar al liberar toda la presión que se encontraba en tu interior.

En las mañanas te despertabas relajada, lista para iniciar con tu montón de tareas diarias que te habías autoimpuesto para no pensar, y te la pasabas ocupada todo el día hasta que llegaba la noche. Y todo se repetía nuevamente.

Tus profesores y entrenadores empezaron a elogiarte más porque se habían dado cuenta de que te estabas esforzando 10 veces más. Incluso tus compañeros te veían impresionados, porque mientras ellos estaban ya agotados a mitad de entrenamiento, tú seguías como si nada, lista para volver a hacerlo 3 veces más.

Estabas en el campo de tiro a última hora del día cuando uno de tus compañeros se te acercó.

-Oye -te tocó el hombro para llamar tu atención, te quitaste los audífonos protectores para escuchar-, ¿tienes un chaleco de repuesto que me prestes? –preguntó juntando las manos en forma de súplica-. Te juro que te lo devuelvo intacto, es que el mío lo perdí y el entrenador me va a matar si me ve sin nada.

Asentiste en respuesta.

-Claro –respondiste riendo-, déjame lo busco. Espérame aquí.

Tu compañero sonrió aliviado.

-¡Gracias! Me salvas el trasero.

Reíste y te encaminaste a tu habitación rápidamente, te dolía todo el cuerpo, el entrenamiento de ese día había sido especialmente duro. Cuando llegaste a tú habitación fuiste directo al armario en busca del chaleco. Había un desastre. Culpa tuya porque eras la única que hacía uso del armario, pero nunca tenías tiempo de organizarlo (Tampoco ganas)

Te adentraste y empezaste a buscar en los montones de ropa el chaleco, incluso te agachaste para ver si estaba en uno de los montones que estaba en el piso. La puerta del armario se cerró un poco detrás de ti y eso te hizo más difícil buscar porque estaba muy oscuro.

De repente el sonido de la puerta del cuarto abriéndose de golpe te sobresalto y volteaste a ver. Era Konig. Acababa de llegar de una misión de 3 días, se le veía agotado, pero al mismo tiempo pudiste notar en su mirada un ápice de inquietud.

El enmascarado cerró la puerta tras de sí y miro alrededor del cuarto como comprobando que no hubiera nadie. Te encogiste en donde estabas.

Konig se sentó en la cama y suspiró. Estuvo ahí unos segundos con la mirada perdida y luego masculló algo para sus adentros que no pudiste entender. Se levantó, dio un par de vueltas a la habitación y luego suspiró nuevamente, lo viste abrir la puerta del baño para adentrarse rápidamente.

No sabías porque no habías salido al momento que lo viste entrar. Te sentiste estúpida de haberte escondido. Ahora sería raro si salieras de repente, maldijiste para tus adentros.

Viste al grandulón salir del baño nuevamente pero esta vez tenía algo en la mano. Tuviste que acercarte un poco más a la puerta del armario para poder divisar lo que era.

Era tu ropa interior.

Para ser más exactos, era la ropa interior que tenías puesta aquella noche del incidente. ¿La había sacado de la cesta de la ropa sucia que estaba en el baño? Pusiste una mano en tu boca para evitar hacer ruido.

Konig se sentó en la cama nuevamente con los ojos puestos en las bragas que había tomado. Se veían súper pequeñas en comparación de su mano. Con un movimiento rápido viste como se desabrochó sus pantalones e inmediatamente viste como se asomaba su miembro erecto.

Llevó las bragas cerca de su cara y pudiste oír como inspiraba, seguido de una exhalación entrecortada. Empezó a acariciar su parte con la otra mano. Su respiración empezaba a sonar más acelerada a medida que aumentaba la velocidad y pudiste notar como se esforzaba por suprimir unos gruñidos.

Hizo una pausa y se acercó a su mesa de noche, sin soltar las bragas. Abrió la gaveta y sacó una especie de crema y se la echó en las manos.

Pudiste reconocer ese olor, era el olor que te recordaba a la crema para bebés que siempre te daba cuando te pasaba cerca. Tu ropa interior empezó a humedecerse y tuviste que apretar las piernas.

Empezó nuevamente a tocar su miembro mientras seguía acercando tus bragas a su cara para poder olerla y algunos gemidos se le escaparon mientras seguía aumentando la intensidad. Podías oír cada vez más ese sonido húmedo que hacía al deslizar su mano por su miembro.

-Oh Schatz... -pudiste oír como decía entrecortado.

Lo siguiente que oíste fue tu nombre, varias veces.

Comenzaste a sentir que te costaba un poco respirar con normalidad.

Te sobresaltó un poco cuando se levantó de repente y oíste como maldijo entre dientes.

Lo viste caminar en dirección a tu cama y agarrar una de tus almohadas. Empezó a darle estocadas y mover sus caderas contra ella mientras gruñía.

Pudiste ver cómo su palpitante miembro se deslizaba rápidamente sobre la almohada donde ponías la cara todas las noches, y no pudiste evitar pasar la lengua por tus secos labios.

Duró así un largo rato hasta que viste como todo su cuerpo se tensó y lo oíste dar un gruñido final.

Te sentías mareada.

Estuvo un rato en esa misma posición, tratando de normalizar su respiración con los ojos entrecerrados.

Un par de minutos después oíste como tocaban la puerta. Abrió los ojos y apretó la mandíbula.

-Maldita sea. –susurró levantándose- ¿Quién?

-Ghost –respondió una voz profunda del otro lado de la puerta-, te buscan en la central, grandulón.

Konig volvió a maldecir.

-Estoy en 5 minutos –gritó irritado.

El enmascarado miro a su alrededor en la habitación y suspiró frustrado. Sacó la funda de tu almohada y la llevó a la ropa sucia junto con tu ropa interior rápidamente, puso una funda nueva y entró a la ducha.

König x lectora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora