Capítulo IX

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Sentías como si estuvieras observando todo desde arriba, los sonidos y los gritos estaban en segundo plano y todo te daba vueltas.

Konig estaba arrodillado en frente de ti  pasando sus manos sobre tu cuerpo para verificar cada rasguño que tuvieras.

Sacudiendo cada centímetro de tí, como si de limpiar polvo se tratara, como si eso te ayudara a limpiar las marcas de las sucias manos de los hombres que te tocaron momentos atrás.

-¡Scheibe, respóndeme! –gritó desesperado- ¡¿Qué te hicieron esos bastardos?!

No podías mediar palabra por alguna razón.

Lo miraste con los ojos muy abiertos, tratando de controlar tu respiración.

Estaba bañado en sangre. Se veía honestamente aterrador. Como un animal después de comerse a su presa. Pero no sentías miedo ni nada parecido, podías notar en sus ojos un brillo de terror, como si fuera un niño muy asustado.

-Yo...

Antes de poder terminar la oración, el hombre te apretó en sus brazos con fuerza, la respiración acelerada, enterrando su cara en tu cabello, murmurando cosas en alemán que no podías entender

¿Te estaba abrazando?

Trataste de poner una mano entre los dos para hacer distancia, porque sentiste que te ahogabas.

-¡Konig! –Uno de sus compañeros se acercó para tratar de separarlos-, Dale espacio, ¡Déjala respirar!

Después de resistirse un poco te soltó. El otro hombre te jaló hacía atrás y empezó a echarte aire. Mientras otros dos se encargaban de calmar a Konig. Pudiste visualizar como los otros hombres desamarraban a tus compañeros.

De repente caíste en cuenta que estabas sin camisa, y empezaste a sentir frío. Pusiste los brazos sobre tu pecho abrazándote a ti misma.

Alguien te lanzó algo, una manta limpia, era el entrenador de tiro acercándose a ti.

-¿Estás bien?

Asentiste. Y te pusiste la manta sobre los hombros. Empezaste a sentirte más calmada.

Ofreció su mano para ayudarte a ponerte de pie, la aceptaste, pero a mitad de maniobra gemiste por el dolor en tu costado.

-Déjame ver –dijo al ver cómo te sujetabas con dolor.-, Ufff... Duele ¿no? Creo que puedes tener una costilla rota.

Se agachó para observar la herida más de cerca y puso su mano para palpar sobre ella. Gemiste y jadeaste en respuesta.

Trataste de ver en otra dirección para distraerte. Posaste tus ojos en Konig, también te observaba. Se veía más calmado, pero podías notar que en sus ojos aún había un ápice de inquietud.

-¿Cómo supieron? –Lograste formular- ¿Cómo supieron lo que estaba ocurriendo aquí arriba?

El entrenador te miró, como sopesando la pregunta.

-No sabíamos –Respondió-. Cuando los tiros que percibíamos de nuestros francotiradores se detuvieron, Konig corrió de vuelta como un loco. Nosotros sólo lo seguimos. Supongo que se imaginó que algo pasaba.

-Ah... -respondiste dirigiendo tu mirada nuevamente al enmascarado- ¿Y él está bien? Tiene mucha sangre.

Oíste como el entrenador soltó una risa y lo miraste.

-Ni una gota es de él –dijo haciendo una mueca-, que miedo ¿no?

Sentiste como un escalofrío te subió la espalda.

-¿Tienes que tocarla tanto para ''examinarla''? 

La pregunta los sobresaltó a ambos, era Konig nuevamente. No lo habían visto acercarse. Se veía más calmado, pero tenía el ceño fruncido.

Sus compañeros que habían tratado de detenerlo atrás, ya rendidos.

-Bueno –el entrenador hizo una pausa-, sí...

-Tú no eres doctor –respondió de mala gana-, ¿siquiera sabes lo qué haces?

-¿Ustedes son pareja o algo?

La pregunta los tomó por sorpresa a ambos, Konig no dijo nada, tú negaste con la cabeza.

-¿No es mejor llevarla a un doctor real? –insistió Konig con el tema anterior.

-Estoy bien –te quejaste-, podemos continuar con la misión.

-La misión terminó hace rato, querida –dijo el entrenador en tono burlón-. El punto era encontrar un enemigo con la etiqueta violeta para llevarlo al cuartel e interrogarlo. Tú encontraste tres.

-¿Etiqueta morada? –preguntaste confundida.

-¿Si ves que las armas que llevan estos tres son diferentes a las de los demás? –dijo mostrándote un sello violeta en una de las armas de los hombres ya inertes- Es porque son de un rango diferente al de los demás.

-Pero... están muertos... -hiciste una pausa- Oye, ¿esto no es algo que debieron informar? Porque yo no tenía conocimiento de esto.

-No te preocupes, al que le diste un tiro sigue vivo –dijo apuntando con la mano-, También otro de tus compañeros atrapó a uno del otro lado del campo. Me parece que ha sido una misión exitosa.

-Pero...

Una discusión de fondo te interrumpió antes de poder seguir protestando.

-¡Oye cabrón!, tú no tenías las manos atadas. ¿Qué diablos?

König x lectora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora