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     Llegaron a Iretia poco antes de la hora de comer. Kristian y Evelyn bajaron del coche antes de llegar a la entrada de la ciudad, para levantar las menos sospechas posibles, y se ocultaron lo mejor que pudieron con capuchas y bufandas hasta la nariz.

     El príncipe agradecía que el invierno estuviese cerca, porque si no, habrían llamado demasiado la atención yendo tan escondidos entre la ropa.

     Evelyn tenía unas ganas casi incontenibles de llegar a su casa, deseaba guiar al príncipe lo más rápido posible entre las calles de Iretia pero, a pesar de las ganas que tenía, caminaban despacio.

     Kristian daba cada paso maravillado, observando todo con detalle. Le prestaba atención a lo más sencillo: el suelo, desconchado y en malas condiciones en su mayor parte, las paredes de las casas y los bloques de pisos, algunos en mejor estado que otros.

     Les dedicaba miradas discretas pero intensas a cada ciudadano que se cruzaban, olvidando el miedo que tenía a ser reconocido y centrándose por completo en analizar a cada uno de los que llegarían a ser sus súbditos. Era la primera vez... que tenía a su gente tan cerca.

- Evelyn, ¿A dónde van esas chicas? - Preguntó en voz baja acercándose a la seleccionada y agachando ligeramente la cabeza para encontrarse más a la altura de ella.

- ¿Las que llevan los cubos?

- Sí, esas. Las que van calle arriba.

- Supongo que volverán a sus casas para comer, después de haber estado toda la mañana trabajando. - Respondió la joven encogiéndose de hombros, era una imagen muy común en Iretia, tan común que a nadie le sorprendía. Igual que no sorprendía encontrarse a niños más pequeños de lo que se querría trabajando en la construcción.

- Pero son muy pequeñas, ¿Cuántos años tendrán? ¿Once? ¿Doce? - Se notaba la preocupación en la voz del príncipe.

     Y Evelyn apenas pudo contener la risa como respuesta. Sí, eran pequeñas, posiblemente tuviesen once años o menos, pero era lo común en Iretia. Ella también empezó a trabajar muy pequeña, y todas sus vecinas o amigas, las que eran de familia menos pudientes, igual.

     No le extrañaba que el príncipe no entendiese aquello. Alguien que había nacido con una cuchara de plata en la boca no podía comprender el sacrificio que hacían las familias del reino. Tal vez fuese aquello lo que le había hecho reír, la gran diferencia que había entre sus vidas.

- Tal vez diez. Muchas de las chicas de Iretia comienzan a trabajar muy pequeñas. Aunque la mayoría no van a limpiar casas hasta los doce o trece, las más afortunadas solo trabajan cocinando o cosiendo.

- ¿Y los chicos? ¿Igual?

- Sí, trabajan en la construcción. O en la industria del comercio, aunque no siempre es... una buena opción trabajar ahí.

- Es... No me lo esperaba.

- ¿El qué no os esperabais, alteza? - La seleccionada hablaba casi susurrando, aunque Kristian le escuchaba sin problemas, pues su rostro estaba a escasos centímetros de ella. - ¿Que la mayoría de personas se dejan la piel trabajando y apenas consiguen llegar a fin de mes?

- No me esperaba... el ambiente.

     Evelyn esbozó una débil sonrisa de paciencia y comprensión, y miró al príncipe como si estuviese hablando con su hermano pequeño.

- Lamento deciroslo, alteza, pero no estáis preparado para visitar otras ciudades de vuestro reino. Iretia no es una de las ciudades más pobres. En Dimbard, por ejemplo, la pobreza es casi extrema. Aquí al menos hay gente con dinero que puede darle trabajo a la gente que no lo tiene.

- ¿Tú... has tenido que trabajar mucho?

- Casi tanto como vos, alteza. - Respondió Evelyn con una sonrisa.

     Su vida había sido dura, había tenido que trabajar muy duro, en especial cuando su padre les abandonó, y para evitar que Sven y Kaira trabajasen demasiado pequeños.

     No tardaron mucho más en llegar a la calle que Evelyn había recorrido tantas veces desde que había nacido. Y el corazón casi se le detiene al llegar a la fachada de su casa.

- Es aquí. - Susurró, indicando con un movimiento de cabeza cuál era su hogar.

     Kristian asintió, dedicando pocos minutos a observar detenidamente aquel pequeño edificio. Se veia desde fuera que tenía dos plantas, y que no eran muy espaciosas. La pintura de las paredes exteriores estaba desconchada y se podía entrever daños en las propias paredes.

     Aún así, la puerta daba muestras de haber sido barnizada con regularidad y había dos maceteros a ambos lados, prácticamente vacíos. Le costaba imaginarse a una familia tan grande como era la de Evelyn viviendo en un lugar tan pequeño y en aquel estado.

     Y no podía evitar comparar la situación de ella con la suya propia. Habían vivido vidas tan diferentes... Desde el lugar que podían llamar hogar hasta la relación con sus familiares, pasando por las distintas responsabilidades que habían tenido que ir asumiendo.

     Pero, sobre todos aquellos pensamientos, se imponía un deseo de conocer más sobre ella. Quería conocer más acerca de la vida que había tenido que vivir, quería conocer más acerca de las tradiciones de su familia y de la ciudad, sus gustos y qué era lo que le hacía amar aquel lugar con tanta fuerza.

- ¿Llamamos, alteza? - Preguntó la joven, aún observando la puerta, con una mano sobre el pecho. - No puedo creerme que estemos aquí...

- Tómate tu tiempo para asimilarlo. Estamos en Iretia, vas a poder ver a tu familia. Puedes llamar cuando estés preparada.

     La seleccionada asintió ensimismada en sus pensamientos. Apenas había escuchado la voz del príncipe, solo podía oír los latidos de su corazón golpeando en el tímpano con fuerza y un ritmo que iba acelerando por segundos.

     Inconscientemente buscó la mano de Kristian con la suya. Y la encontró dispuesta a sujetarla. El contacto, que apenas podía sentirse a través de sus guantes y los de él, consiguió calmarla ligeramente y ayudarle a darse cuenta de que se encontraba allí realmente.

     Era real: estaba en Iretia junto a uno de los príncipes, incumpliendo las normas de la Selección, desobedeciendo y realmente desafiando al rey... E iba a volver a ver a sus hermanos por primera vez después de la muerte de su madre.

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