XXXV

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- Los dulces que han traído están realmente deliciosos. 

- Sí. Y hay una gran variedad. 

- ¿Has probado las bebidas? - Quiso saber Brielle, señalando varias copas que había encima de la mesa. Tenían un color anaranjado, aunque no era demasiado brillante.

- No, ¿qué es?

- Según han dicho los cocineros cuando lo han traído es zumo de naranja, aunque creo que también tiene anís, y no sé si una pizca de canela.

- Tiene un color un poco apagado, ¿no? - Era la primera vez que Evelyn probaba aquella mezcla, y la verdad es que tenía curiosidad. 

- Eso mismo les he dicho yo a los cocineros, incluso el príncipe Kristian les ha preguntado. Y dicen que es por los demás componentes que lleva.

     Evelyn asintió, conforme con la respuesta. Se imaginó a ella teniendo esa misma cita que Brielle había tenido con Kristian. Seguramente habría sido agradable compartir su tiempo merendando. Si se paraba a pensarlo, solo habían estado juntos paseando durante sus encuentros en palacio. 

     Le dio un gran sorbo a la bebida y se encontró con una mezcla de sabores, en la que predominaba el sabor a naranja y el anís. Le había gustado, a pesar de que se quedaba un ligero regusto amargo en la boca. 

     Brielle sacaba temas de conversación todo el rato y, a medida que los minutos pasaban, Evelyn se encontraba más y más a gusto. De pronto las preocupaciones parecieron desaparecer. Siempre tenía a sus hermanos en mente, y aquella imagen fue sustituida por el príncipe Kristian. 

- La verdad es que es muy guapo... - Susurró para sus adentros. No pudo evitar sonreír y comenzó a juguetear con una servilleta que había en la mesa. - Aunque no se lo digas... No quiero que lo sepa. Que pienso eso.

- Por supuesto, no se lo diré. ¿Te ha gustado el zumo?

- Sí. Sabía un poco raro al principio, pero está rico.

- ¿Quieres el mío? - Preguntó Brielle ofreciéndole otra copa.

- ¿No te gusta?

- No mucho, por eso puedes tomártelo tú.

- Pero no has bebido nada, ¿No tienes sed? Espera, puedo ir a buscarte algo de agua o alguna bebida que te guste. - Evelyn hizo ademán de levantarse, aunque un ligero mareo le asaltó cuando intentó ponerse en pie, obligándole a sentarse de nuevo.

- Está bien, no te preocupes. Puedes beber más si quieres, yo he bebido antes con Kristian.

     Evelyn asintió con parsimonia y cogió la copa que Brielle le ofrecía. Se sentía realmente cómoda, como si pudiese hablar de cualquier cosa sin preocuparse por su imagen o las posibles represalias.

- ¿Sabes? Reiwin no se fiaba de ti. - Comentó dibujando una sonrisa algo perdida mientras le daba más sorbos a la nueva copa que tenía en las manos.

- ¿No? Vaya, no sabía eso. - Respondió la joven pelirroja, esbozando una sonrisa ligeramente siniestra.

- Pues sí. Bueno, no, no se fiaba de ti. - Una risa salió del interior de Evelyn. - No sé qué estoy diciendo.

- Te veo feliz.

- Sí. Estoy feliz. Aunque no sé por qué, estoy lejos de mi familia. Y el rey me odia. - La joven alargó varios segundos las últimas letras de lo último que había dicho. Y el sonido le hizo gracia. - Y Kristian...

- ¿Qué pasa con Kristian? - Quiso saber Brielle. Se echó hacia delante en la silla, realmente curiosa, y le ofreció la última copa que quedaba llena en la mesa.

- Creo... creo... No se lo digas a nadie. - Susurró Evelyn, mirando a su alrededor para vigilar que no había nadie a sus alrededores que pudiese escucharles. El movimiento de la cabeza volvió a causarle un ligero mareo. - Creo que le gusto. Al príncipe.

- ¿Y por qué crees eso? - Preguntó Brielle. La sonrisa desapareció de su rostro y se cruzó de brazos en su asiento, mirando a Evelyn con desprecio.

     Claro que, la joven Aberdeen no podía darse cuenta. Estaba demasiado ocupada terminándose la copa, intentando poner sus pensamientos en orden y dejando la mente vagar al mismo tiempo.

- Pues porque... me mira. Me mira de una forma muy bonita. - Evelyn esbozó una tonta sonrisa sin ser consciente y terminó de un último trago el contenido de la copa. El sabor amargo se intensificó con el final, aunque apenas le importó. - Y sonríe... Al principio no lo hacía. Pero ahora sonríe. Sonríe mucho.

- Eso es estupendo. - Cualquier persona que hubiese escuchado aquellas palabras, y el tono en el que Brielle las pronunció, no habría dudado en que estaban cargadas de ironía y rencor.

- Sí. Pero yo no puedo casarme con él. - Evelyn entrecerró los ojos. Le costaba hablar, y era incapaz de pensar con claridad. - Tengo que irme con mi familia. Y aquí... yo no puedo vivir aquí.

- Desde luego. - Susurró Brielle con una sonrisa fría y distante. - Queda poco tiempo para la cena, Evelyn, debería ir a prepararme.

- Sí... Yo también.

- Muy bien, nos vemos en la cena. Me ha encantado este momento que hemos pasado juntas.

     Evelyn asintió despacio, y ese ligero movimiento hizo que la cabeza le diese vueltas. Se encontró sola de pronto, buscando con la mirada alguien a su alrededor.

     ¿Dónde estaba su cámara? Sabía que Brielle le había dicho algo, lo había convencido para que le dejasen solas en algún momento de la tarde, aunque no recordaba adónde se había ido.

     ¿Y el príncipe? No podía quedarse con el rey. La imagen del monarca marcando la espalda de Kristian más de lo que ya estaba se instauró en la mente de Evelyn y consiguió preocuparle.

- No puede... No puede estar con el rey. Voy a buscarlo.

     Intentó ponerse en pie y un mareo más grande que los anteriores se apoderó de su cuerpo. Luchó, sin embargo, por no perder el equilibrio.

     Cerró los ojos un instante, y fue una sensación tan agradable que permaneció así durante varios minutos. Minutos que se alargaban indefinidamente sin ser ella consciente.

     Cuando volvió a abrir los ojos se encontró sentada en aquella silla de nuevo. Y el sol había desaparecido casi por completo en el horizonte.

- Oh, no. Me voy a perder la cena.

     Se incorporó como pudo una vez más y echó a andar tras cerrar los ojos un segundo, para disminuir la sensación de mareo.

     De pronto, parecía que todo el palacio daba vueltas a su alrededor, como si las paredes y los suelos fuesen de goma y se moviesen a cada paso que ella daba. Caminaba tambaleándose, dando varios traspiés de vez en cuando, pero no podía llegar tarde a la cena o el rey se enfadaría. Y quién sabía lo que podría hacerle.

     Cuando llegó al comedor se encontró con las puertas cerradas. ¿Y si ya habían terminado? No, no podía ser, tampoco había estado tanto tiempo con los ojos cerrados.

     Abrió las puertas con demasiada parsimonia, apoyada en todo momento para no acabar en el suelo.

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