XXIX

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- Portaros bien. - Repitió Evelyn por enésima vez en la entrada de su casa.

- Lo has dicho cien veces, no va a pasar nada. Nos hemos quedado solos en casa muchas veces. - Volvió a repetirle Kaira a su hermana mayor, con una sonrisa que comenzaba a desaparecer ante tanta insistencia. - Ahora vete a ver Iretia con el príncipe que estará cansado de esperarte.

     Con las mejillas coloradas y los ojos bien abiertos Evelyn vio cómo Kaira le cerraba la puerta en las narices, consiguiendo que Kristian dejase escapar una risa sincera.

- Bueno, Evelyn, ¿Dónde vamos primero?

     Era demasiado notable la emoción que le hacía al príncipe visitar la ciudad. Evelyn no terminaba de entenderlo del todo, pero sintió cómo se le contagiaban las ganas y empezó el pequeño tour por la ciudad llevando a Kristian a la plaza más cercana a su casa, una pequeña pero en la que solía haber bastante gente.

     Después lo llevó a conocer el único parque que había en toda la ciudad. Era, sin lugar a dudas, el rincón más cuidado de Iretia, seguido por poco por la plaza mayor. No era muy extenso, aunque estaba repleto de árboles y tenía varios bancos en los que poder sentarse y descansar tanto a la sombra como al sol. Evelyn había pasado mañanas y tardes enteras jugando en aquel césped y aquellos recovecos de tierra junto a sus hermanos y madre. 

     Acto seguido Evelyn y Kristian caminaron por algunas de las calles más transitadas de la ciudad, donde vivían los más pudientes. En lo poco que duró aquel recorrido el príncipe apreció la diferencia que había entre aquellas casas y la de Evelyn. Al mismo tiempo que pasaban delante de todas las viviendas Evelyn iba contándole a Kristian en cuáles había trabajado y las experiencias que había tenido. 

     En aquel recorrido se encontraba la calle del mercado. Era, junto a la plaza mayor, el centro de vida de Iretia. La calle del mercado, como su nombre indicaba, era una amplia calle, más ancha que el resto, donde se asentaban todos los vendedores de la ciudad y los que llegaban de ciudades colindantes. Había por lo tanto una gran variedad de puestos a lo largo de toda la calle, desde puestos de frutas y verduras hasta pequeños estantes con artículos de decoración. 

     Otra cosa era que los habitantes de Iretia pudiesen permitirse comprarse la mitad de lo que en la calle del mercado se ofrecía, aunque aquello no detenía a nadie a la hora de ir y echar un vistazo. Era la actividad social favorita de las mujeres, pues aprovechaban el tiempo que empleaban en comprar para hablar con amigas o vecinas, y al estar casi toda Iretia concentrada en los mismos puntos, la calle del mercado y la plaza mayor, era extremadamente fácil y común que los cotilleos inundasen las bocas de los presentes. 

- Sígueme y ten cuidado de no perderte. Saldremos por el final de la calle y llegaremos a la plaza mayor. Suele haber también mucha gente allí, aunque es más amplia. - Explicó Evelyn casi con la voz en grito a Kristian, que le seguía por detrás, observando todo maravillado al mismo tiempo que caminaba.

     El príncipe asintió ante las palabras de la joven, aunque continuó estudiándolo todo con detalle, sin prestarle demasiada atención a no alejarse de Evelyn. Y la chica se dio cuenta. Esbozó una sonrisa, pues le generaba cierta ternura ver al príncipe tan emocionado por conocer de primera mano una de las ciudades de su reino,  y le sujetó una de las manos con fuerza. Así no se acabarían separando.

     Cuando salieron a la plaza mayor pudieron caminar sin estar chocando hombro con hombro a cada minuto y Evelyn aprovechó para contarle a Kristian cosas acerca del punto en el que se encontraban:

- Bienvenido a la plaza mayor, Kristian. 

- Me está encantando el tour. - Comentó el chico con una amplia sonrisa, que solo podía percibirse a través de sus ojos, casi en un susurro.

- Esto es el corazón de Iretia, aquí se celebran las fiestas de la ciudad y todos los actos importantes. Aquí se instalaron las carpas para la primera entrevista de la Selección, por ejemplo, aquella en la que nos repartieron los sobres de colores. 

- Sí... - A Kristian no le gustaba recordar aquel sistema. Él había estado completamente en desacuerdo al respecto, aunque, al igual que con todos los aspectos de la Selección, su opinión apenas importaba y no pudo hacer nada para cambiarlo. 

- ¡Y una vez vino el circo! - Recordó la joven de pronto. - Yo tendría doce años, creo. Vine con mi madre y mis hermanos y recuerdo que fue increíble. Los bailarines, los contorsionistas, los animales... Ojalá poder verlo de nuevo.

- ¿No viene el circo demasiado?

- Qué va, se paran más en las ciudades más ricas porque allí pueden pagarles. De vez en cuando hacen un espectáculo en todas las ciudades del reino, que dura un par de días en cada lugar. Es completamente gratis, aunque la gente siempre acaba lanzando alguna moneda. Así todos pueden disfrutar de él, aunque comprenderás que no ocurre muy seguido.

- Me lo imagino. A... - Kristian se acercó a Evelyn, hasta que sus labios se situaron sobre la capucha de la joven, a la altura de su oreja, y habló en voz muy baja. - La familia real es que le hacen espectáculos privados cada cierto tiempo. 

- Otra de las ventajas de pertenecer a la realeza. 

- No sé si supera los inconvenientes. Aunque poco puedo hablar yo. - Kristian se separó de Evelyn nuevamente, esbozando otra sonrisa sincera. - Solamente soy un ciudadano de Iretia, no tengo manera de saber cómo se siente formar parte de la familia real.

- Yo tampoco puedo hacerme una idea. - Añadió Evelyn, sonriendo también. 

     Pasearon por la plaza mayor con pasos pequeños y ritmo lento mientras seguían hablando de temas sin importancia. ¿Qué debía hacer Evelyn para poder alargar aquel momento toda la eternidad? ¿Qué debía hacer para que Kristian se quedase en Iretia con ella para siempre? Ojalá tuviese la respuesta, aunque sabía de sobra que no existían respuestas a tales preguntas porque planteaban situaciones imposibles. 

     Solo le quedaba una cosa que pudiese hacer; y era disfrutar cada segundo, cada instante que aún les quedaba juntos en Iretia. Sin pensar en la Selección, el rey, sin preocuparse por nada más que no fuese el joven que caminaba a su lado en aquel momento y que conseguía despertar las mariposas que dormían en su estómago. 

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