XXXII

249 20 2
                                    

     La despedida fue mucho más difícil para Evelyn que la primera vez que se fue a palacio. En el fondo tenía mucho que ver con la muerte de su madre: la primera vez que se fue pensó que regresaría pronto y todos le esperarían, pero volvió y su madre había fallecido. ¿Y si se iba otra vez y pasaba algo grave de nuevo?

     Sus hermanos no hicieron la despedida más amena. Kaira dejó escapar algunas lágrimas, y Sven estuvo a punto, aunque él no solía llorar con frecuencia.

- Ten cuidado. - Repitió Caspian, al igual que la primera vez que se despidió de ella. Le rodeó en un abrazo fraternal.

- Por supuesto que lo tendré.

     Caspian le dedicó una mirada significativa antes de dejar que el siguiente se despidiese. La evaluó con la mirada, dándose cuenta de lo mucho que había cambiado, al igual que Elyan. Y no pudo evitar ponerse sentimental, aunque se esforzó en no demostrarlo demasiado.

- Y a ti, Kristian, espero verte de nuevo pronto.

- Gracias. - Contestó el príncipe, realmente conmovido. Era incapaz de encontrar las palabras para agradecerle a Caspian por la manera en la que le había integrado en la familia, como si siempre hubiese sido uno más.

- De nada. Y, me gustaría pedirte un favor, vigila a Evelyn todo lo que puedas. - Susurró el mayor de los Aberdeen antes de darle un abrazo de despedida al príncipe.

- Sí, por supuesto, yo la cuidaré. Puedes estar seguro.

- Sé que lo harás. Y no estés tan tenso, hombre. - Caspian le dio un par de palmadas en la espalda a Kristian, que seguía encontrando extraños todos aquellos comportamientos que le pillaban desprevenido, sin saber muy bien cómo reaccionar.

- Ten cuidado. - Pedía Elyan a su melliza a pocos metros.

- Que sí...

- Y no tardes mucho en convencer al principito de nuevo para que te traiga. - Susurró el joven, observando a Kristian con una expresión extraña. No le odiaba, pero no podía evitar sentir cierto rencor hacia él.

- De todas formas... la Selección acabará pronto, no tardaré en volver. - Aseguró Evelyn con una sonrisa. Una sonrisa que, a ojos de cualquiera, se antojaba triste.

     Terminaron de despedirse sin demorarse demasiado pues el viaje hasta el palacio era algo largo y debían llegar con tiempo de sobra, por si los reyes adelantaban su regreso.

     No obstante, Egil los esperaba a las afueras de la ciudad, para no llamar demasiado la atención. Aún vestían la ropa que Evelyn había cogido de su casa, por lo que Elyan dio por perdida su camisa y aquellos pantalones que había prestado a Kristian sin consentirlo.

- Un segundo, Evelyn.

     La joven se detuvo ante la petición del príncipe. Habían caminado hasta el exterior de la ciudad y las casas se veían con menos detalle. Se escuchaba un murmullo lejano, voces inentendibles que demostraban que la vida en la ciudad seguiría cuando ellos se fuesen. Y que aseguraba que nadie los había descubierto, sin contar a Ada.

     Evelyn vio cómo Kristian le dedicaba una última mirada a aquellas calles, como si fuese realmente duro abandonar el anonimato que le había proporcionado la ciudad durante algunas horas. Sus ojos, la única parte visible de su rostro, se achicaban dejando intuir una expresión triste. La joven volvería dentro de poco, pero no se sabía cuándo el príncipe tendría una oportunidad como aquella de nuevo.

- Ya podemos irnos, gracias por esperarme. - Susurró varios minutos después, dándose la vuelta lentamente.

     Evelyn solamente asintió, sin ser capaz de perturbar y adentrarse en los pensamientos del príncipe.

     El viaje de vuelta al palacio fue mucho más silencioso que el de ida. Evelyn miraba por la ventana, viendo el paisaje cambiar a su alrededor con una velocidad que superaba en muchas ocasiones su capacidad de visión. Kristian hacía lo mismo mientras su mente vagaba y se perdía en caminos que solo conseguían angustiarle más.

     Lo único que los mantenía a ambos conscientes del lugar en el que estaban y hacia dónde iban era el contacto que habían establecido sus manos.

     Kristian se aventuró sin ser consciente, buscando los dedos de Evelyn con cautela. Y los encontró dispuestos a devolverle la caricia. Así acabaron dados de la mano, jugueteando y acariciándose el dorso y la palma, ambos con la mente en otro sitio.

- Cuando lleguemos a palacio... - Comenzó a decir la joven, en un susurro. Llevaba más de la mitad del camino dándole vueltas a aquel asunto. Y no quería decirlo porque, si lo decía, sabría que era verdad, que se cumpliría irremediablemente.

- Aún no estamos en palacio. - Cortó Kristian con expresión seria. En el interior del coche se habían desecho de las capuchas y las bufandas, y podía verse perfectamente cómo sus labios se apretaban en una fina línea y arrugaba el entrecejo.

- Estamos de camino. Y queda poco.

     Kristian dejó escapar un suspiro, agotado. Cerró los ojos y apoyó por completo la espalda en el respaldo del asiento, echando la cabeza hacia atrás.

     Dejó de juguetear con la punta de los dedos de Evelyn para entrelazar su mano con la suya, apretándole ligeramente. La joven desvío la vista de la ventana hacia el príncipe. Era abrumador lo mucho que cambiaba Kristian, había perdido la sonrisa que no había abandonado su rostro en todo el tiempo que habían estado en Iretia. Y, a pesar de tener los ojos cerrados, se veía realmente cansado.

- Pero aún... no estamos en palacio. - Rebatió Kristian nuevamente. Abrió los ojos despacio y le dedicó a Evelyn una mirada significativa, solamente girando un par de centímetros la cabeza. Quiso ofrecerle una sonrisa, sincera y que pudiese transmitirle cariño, pero solo le salió una triste mueca.

     Deseaba permanecer en Iretia para siempre; odiaba tener que regresar a palacio, volver con sus responsabilidades, con su padre, a la Selección, a la única vida que había conocido hasta aquel corto fin de semana. Y le dolía saber que Evelyn volvería a alejarse de él una vez que se adentrasen en esas condenadas cuatro paredes.

- Aprovecharé cada segundo que tenga contigo, princesa. - Finalizó, susurrando en un hilo de voz tan bajo que Evelyn tuvo que esforzarse en leerle los labios.

     Levantó su mano hacia su boca, y con ella la de Evelyn, y le besó el dorso con cariño, sin apartar sus ojos azules de los de ella. Ojalá permanecer juntos fuese tan fácil, ojalá... hubiese nacido como un simple ciudadano de Iretia. Ojalá Evelyn desease estar con él tanto como él lo hacía.

La CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora