XLVI

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     El grito trajo a Kristian de vuelta al lugar en el que se encontraba, como si despertase de un sueño profundo y duradero. Pudo desviar la vista del cuerpo de su padre y dio una rápida vuelta por la estancia con los ojos para asegurarse de que no había habido ningún herido y de que su hermano se encontraba bien. Tan solo hubo una cosa que no le gustó: ver al nuevo líder de los rebeldes frente a Evelyn. 

- Aléjate. - Ordenó mientras se ponía en pie con cierta dificultad. - Aléjate de ella.

     Logró acercarse lo suficiente como para interponerse entre Evelyn y su padre. El rey había muerto, ¿quién sabía lo que harían los rebeldes con Stefan y con él? O con su madre, ¿Dónde estaba su madre? 

- Es mi hija, muchacho, yo debería decirte eso. - Replicó el rebelde, recuperando la compostura poco a poco. 

- ¿Hija? ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Qué vais a hacer ahora? Ya habéis matado al rey, ¿Vais a matarnos a mi hermano y a mí también?

- Relájate, son demasiadas preguntas a la vez. - El hombre se pasó las manos por la cabeza, quitándose el pasamontañas y dejando todo su rostro al descubierto. Tenía la cara surcada de pequeñas cicatrices y arrugas, por lo que parecía más mayor de lo que realmente era. Aunque fue mucho más fácil para Evelyn reconocerle así; apenas había cambiado en aquellos años... - Soy Daven Aberdeen, segundo líder de los rebeldes del norte de Xirian. Y no creo que os matemos a tu hermano y a ti, alguien tiene que gobernar el reino. Aunque traemos varias condiciones que deberéis cumplir y os estaremos vigilando desde muy cerca. 

- Vale... - Kristian no tenía fuerzas para pelear, y tampoco creía que fuese una buena idea. Los rebeldes querían acabar con las injusticias de su padre y él se preocupaba por el reino y sus habitantes, aquellos que habían atacado el palacio eran ciudadanos de Xirian, también se preocuparían por lo mismo que él. 

- Me alegra ver que nos entendemos. Bien, vamos a terminar de organizar esto cuanto antes, quiero volver pronto a mi casa.

- ¿A casa?

- Sí, Evelyn, es hora de que regrese. Nunca os pude explicar por qué me fui y me he perdido demasiadas... cosas. Tengo mucho que hablar contigo y tus hermanos, y no volveré a dejaros, os lo prometo. 

     Evelyn no podía reaccionar del todo, escuchaba aquella promesa emocionada, deseando que fuese verdad. Conocía a su padre, era un hombre de palabra, sabía que cumpliría lo que le había dicho. Aunque, tampoco se imaginaba de pequeña que fuese capaz de abandonarles y lo hizo... Era confuso, una sensación extraña: quería creer ciegamente en sus palabras, pero no terminaba de poder. 

- En fin, terminemos esto y volvamos a casa. A ver, la futura reina... necesito que esté aquí atenta. - Daven se giró, buscando a Brielle con la mirada. Suponía que sería Kristian el que heredaría el trono pues era el que había llevado la voz cantante durante todo el rato, y un rey necesitaba a una reina para gobernar.

- No. - El príncipe, Kristian, negó con rotundidad. El corazón comenzó a latirle con fuerza, mucha fuerza. Tanta que los latidos pasaron a sus oídos y era lo único que escuchaba. - Yo...

     Se dio la vuelta y enfrentó a Evelyn. Tenía clara su decisión, siempre la había tenido, y ahora que la única persona que les impedía estar juntos ya no estaba presente... Estableció contacto visual con la joven, perdiéndose en sus ojos, su pelo, sus labios, todo su rostro. Era ella: la chica con la que quería pasar el resto de sus días, la chica con la que quería compartirlo todo, la chica a la que amaba. 

     Empezó a moverse despacio, agachándose hasta rozar el suelo con su rodilla derecha, sin romper el contacto visual con Evelyn. A medida que fue bajando sujetó con delicadeza las manos de ella. No tenía un anillo, no tenía para ofrecerle nada más que él mismo, y esperaba que fuese suficiente.

- Evelyn... - La voz le temblaba de la emoción. Se había imaginado haciendo aquello más de una vez, pero, por culpa de su padre, pensaba que nunca sería posible. - Yo... - ¿Por qué estaba tan nervioso? Las palabras no le salían de la boca, ¿cómo podría decirle lo mucho que ella significaba para él, lo mucho que deseaba formar parte de su vida hasta que la muerte les separase, lo seguro que se sentía con ella? ¿Cómo podría expresar todo aquello? - ¿Quieres...? No. ¿Me harías el hombre más feliz del mundo..? ¿Te casarías conmigo?

- No. 

     Un silencio sepulcral, más tenso que el que se había formado cuando el padre de Evelyn y el rey se habían enzarzado en la pelea, se instaló en la sala y todos los ojos fueron a parar a la joven que había hablado. 

- ¡No! - Repitió Brielle, mucho más alto, casi gritando. - No puedes casarte con ella. ¡Yo tengo que ser reina! ¡Tengo que serlo! 

     La joven pelirroja se levantó del suelo, tropezando, y se acercó a Evelyn y Kristian con paso rápido aunque inestable. Tenía los ojos rojos de llorar, el maquillaje deshecho y un brillo extraño en la mirada. Su común alegre y tranquila expresión había desaparecido de su rostro y, en su lugar, la furia había tomado lugar, desconfigurándole el rostro con cada palabra. 

- ¡No me he jugado la vida desde que entré en palacio para no ser reina! ¡No eliminé a la mitad de seleccionadas de un golpe para que una inútil como ella, que ni siquiera es capaz de identificar la absenta en una bebida, sea reina! ¡Yo tengo que serlo! ¡No Ada Corday, ni Bianca, ni Dahlia! ¡Yo! ¡Yo! - La joven estaba descontrolada, había perdido a su padre y con él al ancla con la que contaba para mantener sus emociones a raya.

     Kristian se incorporó deprisa y se situó frente a Evelyn, Brielle... tenía una expresión tan extraña, una mezcla violenta de emociones, parecía que en cualquier momento se haría con un arma y dispararía a cualquiera que se encontrase en su camino. Sin embargo, el príncipe no pudo evitar prestar atención a todas y cada una de las palabras que decía Brielle. Y todo cobró sentido. Por fin entendió lo que le había pasado a Evelyn y a muchas de las seleccionadas que fueron eliminadas. 

- ¿Qué has dicho? - Preguntó, serio y frío. Sonó igual que su padre cuando aún estaba vivo. Y aquello le dio miedo, aunque en aquella situación era necesario.

- ¿Qué? - Brielle se detuvo de golpe, consciente de lo que había dicho, y se arrepintió al instante. 

- Así que has sido tú. Por tu culpa me emborraché esa tarde. Y no solo eso, tú eres la que envenenó a las seleccionadas elegidas por primera vez, tú eres la que hizo que descubriesen a Ada y Dahlia, por tu culpa fueron castigadas y expulsadas, por tu culpa ahora viven como viven. - Evelyn sentía la sangre hervirle. ¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Cómo no le había hecho caso a Reiwin cuando le comentó sus sospechas? ¿Cómo había sido capaz de hacer todas aquellas cosas?

- Y todo eso mientras le mandabas información a tu padre, el líder de los rebeldes. - Kristian enderezó la espalda, echó los hombros hacia atrás e inspiró profundo, preparado para dictar el peor castigo posible a Brielle. Merecía pagar por todo lo que había hecho. Pero, cuando llegó el momento... no fue capaz, no podía convertirse en su padre. - Estás expulsada. De la Selección y... del reino. No volverás a pisar Xirian, se te... ejecutará si lo haces. - Kristian no lo decía en serio, pero debía asegurarse de que Brielle no volvía a aparecer por allí.

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