XLV

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- ¿Por qué... Por qué me miras? - Preguntó Evelyn con un hilo de voz. Sentía un nudo en la garganta y en la boca del estómago y el olor de la sangre le hacía querer vomitar.

     Sin embargo, no podía apartar la vista de aquel rebelde que le miraba con esos ojos sin fondo. Tenían un brillo extraño, algo que le hacía no desconfiar de ellos a pesar de haber presenciado cómo aquel hombre acababa con el rey igual de rápido que este lo había hecho con el padre de Brielle.

- Evelyn... Cuánto has crecido. - El rebelde habló despacio. La voz se le rompió al pronunciar aquellas palabras. Y todo cobró sentido al instante.

- Papá... - La joven no pudo contener las lágrimas. No sollozaba, sin embargo, solo sentía cómo caían de sus ojos sin poder controlarlas. No sabía por qué estaba llorando, ¿Era por haber encontrado al padre que les había abandonado cuando ella tan solo tenía ocho años? ¿Era por haber visto cómo el rey acababa con la vida de un hombre y luego moría? ¿O sería por haber presenciado cómo el padre que creía perdido para siempre era el que le había arrebatado la vida al monarca? Tal vez era una mezcla de todo.

     Y Evelyn no era la única en llorar. A escasos metros del cuerpo, ya inerte, de su padre, Kristian experimentaba una mezcla de sensaciones extrañas que era incapaz de identificar.

     Odiaba a su padre. Le había hecho la vida imposible a Stefan y a él. Su espalda estaba surcada de marcas que no desaparecerían en la vida y que acarreaban un dolor que nadie más comprendía. Le había impedido estar con Evelyn, con la chica a la que amaba. Había estado dispuesto a matarle con tal de no perder el poder de su corona.

     Y, a pesar de todo aquello, ahí estaba él. Arrodillado y sin poder apartar la vista del cuerpo del monarca, sin que las lágrimas dejasen de salir. ¿Por qué? ¿Por qué, si odiaba a su padre de tal modo, le dolía tanto su pérdida? ¿Por qué no era capaz más de pensar que podrían haber sido felices? No todos los recuerdos que tenía con él eran malos, tal vez por eso... Tal vez por eso le dolía el corazón al ver su cuello sangrante y sus ojos abiertos, sin vida.

- Evelyn... No puedo creer lo mayor que estás. Mírate, eres toda una mujer. - El rebelde, conmovido por haber encontrado a una de sus hijas, se levantó con cierta dificultad del suelo y caminó hacia ella.

     Iba con la intención de abrazarla, tenía tanto de lo que hablar con ella, tanto tiempo que recuperar... Por eso le destrozó el corazón cuando su propia hija dio varios pasos hacia atrás, con los ojos temerosos, cuando se acercó a ella.

- Evelyn.

- Eres uno de ellos. Y has matado al... Padre de Kristian. - Susurró la joven por toda respuesta. Con desviar la vista unos pocos centímetros podía ver al príncipe arrodillado en el suelo, junto a su padre.

     Tenía una expresión en el rostro que cualquiera reconocería: dolor. Y Evelyn lo entendía, había perdido a su padre, era normal que estuviese dolido. Y no podía evitar sentirse culpable, pues era su propio padre el que había acabado con la vida del de Kristian.

- He salvado a Xirian de un rey frío y cruel. - Explicó el rebelde. Sonaba desesperado, desesperado por perder a su hija por algo que había hecho por ella y por todo el reino.

- Los príncipes iban a casarse pronto, ¡El rey iba a dejar de gobernar!

- ¿Y crees que se habría acabado? ¿Crees que si Niels se bajaba del trono realmente iba a alejarse del poder? Evelyn, ese hombre ha hecho más daño del que nosotros hemos podido hacer matándolo.

- Eres un asesino. Todos los rebeldes lo sois.

- Hija... Ese hombre sí que era un asesino. - El rebelde intentó nuevamente acercarse a Evelyn, aquella vez más despacio. Daba pasos cortos y lentos, y nunca apartaba sus ojos de los de ella. - No puedes imaginarte lo que ha hecho para que todo, absolutamente todo, saliese como él quería. La de gente que ha mandado matar, la cantidad de veces que ha causado daños irremediables en las ciudades del reino bajo la apariencia de accidentes. Xirian era un reino próspero y rico, hasta que él subió al trono.

- Pero... Aún así... - Evelyn seguía dudando, no podía evitarlo. Aunque con cada palabra que escuchaba de su padre se iba convenciendo más y más de que él no era el malo en aquella historia. Ella misma había convivido con el rey, ella misma había sufrido su frialdad a la hora de tomar decisiones. Y en el fondo no le sorprendía lo que su padre le contaba.

- Hemos hecho lo que teníamos que hacer. Tal vez ahora no lo veas, pero sé que lo verás en un futuro. - Susurró el rebelde. Acabó acercándose a Evelyn lo suficiente como para poder rodearle con los brazos y al sentir la calidez de su cuerpo casi se derrumba.

     La chica permaneció inmóvil durante un tiempo. Le llegaba el olor a sudor y sangre, pero el contacto era cálido y agradable. Igual que como recordaba. Y las lágrimas se intensificaron. Le había echado de menos, había echado de menos a su padre tanto que temía no poder volver a verlo en la vida. Todo el rencor y odio que le guardaba por haberlos abandonado desapareció con aquel abrazo y se escondió en él igual que hacía cuando era pequeña.

- No sabes cuánto os he echado de menos a todos. No ha habido día en que no haya pensado en vosotros, y en tu madre.

- Mamá... Mamá...

- ¿Qué? ¿Qué ocurre? Evelyn. - El hombre se separó del abrazo, sujetando a su hija por los hombros.

- Mamá ha muerto.

     Toda felicidad y esperanza que se había apoderado de su cuerpo se desvaneció en cuestión de segundos al sentir cómo su corazón se partía en dos con un dolor intenso y agudo. Aquello no debería haber pasado, él tenía que haber acabado con la vida del rey en poco tiempo, para proteger a su familia y a todo el reino, y haber vuelto junto a su amada e hijos. Eso es lo que debería haber ocurrido, así debería haber sido.

     Y, sin embargo...

     Dejó escapar un grito desgarrador, un grito de dolor que desconsoló a todos los presentes: guardias de palacio, sirvientes, príncipes, rebeldes...

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