Cap7: Sangre envuelta en mentiras

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Un carruaje va por la ciudad a toda prisa, llevado por un cochero de alquiler mientras una joven ciega carga en su regazo a un hombre de cabellos blancos manchados de rojo

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Un carruaje va por la ciudad a toda prisa, llevado por un cochero de alquiler mientras una joven ciega carga en su regazo a un hombre de cabellos blancos manchados de rojo.

El conductor no hace preguntas, solo avanza por el lugar sin cuestionar nada.

La joven no sabe qué hacer. Acaba de descubrir algo sobre su amo que no puede dejar que el mundo sepa. Ella jamás traicionaría su confianza, así que evalúa la mansión como un lugar que no debe pisar sin antes atenderlo.

Toma la mano de Lewis y la lleva a sus labios rezando por él hasta que escucha su hablar.

—Helios... —susurran los labios del joven entre delirios por la fiebre y falta de sangre.

La niña cambia la orden al cochero, encontrando tal vez una solución. Quizás podría arruinar la vida de otra persona, pero no se cuestionaría eso antes de la de alguien que es como su padre muera.

El carruaje para frente a una cabaña rodeada de plantas y toca desesperada la puerta dejando marcas de sangre sobre la superficie que hace contacto con su mano.

Justo cuando deja de sentir que puede golpear algo, comienza a rogar.

—Sé que no entiendes nada, pero por favor, ayúdame, tengo sus cosas. Las dejó en el carruaje, todo para poder curarlo. Por favor, ayúdame —la niña pide desconsolada, agarrando de la camisa a ese hombre, sin ver el desastre que hace en su ropa.

—Cálmate, Charlotte —le responde él, se supone que no debe saber su nombre—. No prometo nada.

Ella no hace reparo en eso y solo se dedica a apoyarse en la puerta mientras el pintor va a por el cuerpo de su amo para acomodarlo en la cama.

Pide a la niña que espere en la sala mientras rompe con unas tijeras la camisa de Lewis para encontrarse con la herida abierta. Por suerte, los perdigones de plata bendita ya habían sido retirados así que solo queda cerrar las heridas.

Helios deja escapar un suspiro y decide cauterizar con metal al rojo vivo estas, para saltar partes de la cicatrización. Sin embargo sus ojos no dejan de posarse en el pecho desnudo de la joven, ya que también tuvo que deshacerse de sus vendas previamente.

—¿Nunca cambiará, verdad? Joven amo —dice antes de pegar el hierro, sin embargo, la debilidad es tanta que su paciente solo se retuerce sin ser capaz de expresar más emociones.

Le observa tiritar y cubre con las mantas, sin dejar de observar su rostro pálido y deshecho.

—¿Para qué se deshace de mí, si no es capaz de cuidar vuestra salud? Siempre recurriendo a esos planes descabellados que le matarán algún día —comenta, deslizando la mano por su mejilla.

El rostro de Helios demuestra cierta indiferencia, mezclada con dudas. Prefirió ocultar demasiadas cosas para darse la oportunidad de vivir una vida real, la que deseaba, sin embargo, no puede dejar de prestarle atención a su viejo dueño dando vueltas por todos lados a su alrededor como si no fuese capaz de dejar ir a un perro que no tenía alma.

La Maldición de los Roosevelt [#2🌹] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora