Cap 32: El espejo que respira

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Mantengo mi mirada en los soldados que avanzan hacia Varlice

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Mantengo mi mirada en los soldados que avanzan hacia Varlice. Estoy dentro de una masa donde presento el rango más bajo, bueno, no en sí realmente, ya que según escuché, al llegar se sumarán los soldados de a pie. Las tasas de ellos en cuanto a sobrevivir son bastante bajas.

Sobre un caballo hay más posibilidades, pero tampoco sería una certeza. No dudo que sobreviva a causa de mi pequeña condición, mi miedo son mis compañeros.

De a poco he entablado una amistad pasajera con ellos, sobre todo con Jared y los hombres que se metieron con él. No resultaron ser tan malos, realmente querían asustarle, saben de esto y piensan que él no pertenece aquí. Fuera de eso, ya que no cedía, se dispusieron a ayudarnos a entrenar.

Trato de mirar lo más lejos que puedo desde mi posición, busco entre los miles de hombres que hay delante de mí la posibilidad de ver a Victoria.

Desgraciadamente me es imposible...

Últimamente, no me habla, no me presta atención. Sé que me pidió que no la buscase de nuevo hasta que lo hiciera ella, pero no soporto un segundo más sin su tacto.

¿Estará bien?

Llevo la mano a mi pecho para tratar de sentir emocionalmente el colgante con forma de espejo que me dio. En el cristal tiene tallada la palabra "respirar".

—Te noto decaído últimamente —me dice Jared a mi lado.

—Parece que a Rudolf le está afectando el Sol —se le suma Charles, el hombre que asusté aquella vez.

—Es solo que no he podido pasar tiempo antes de marcharnos con mi hembra —les contesto quitando mi mano de mi pecho.

Vamos los tres sobre nuestros caballos en la formación.

—¿Tu novia, prometida, alguna mujer de la vida alegre? —Me pregunta Charles.

—No lo sé, no sé qué somos —le contesto.

—Debe ser de la vida alegre cuando no le interesa fijar una relación —comenta Charles.

—No digas eso de la pareja de Rudolf —dice Jared nervioso.

—¿Qué es la vida alegre? —Les cuestiono sin la menor idea.

—Mejor que no sepas... —Indica Jared.

—Las putas —contesta Charles.

En ese momento mi puño se dirige al rostro de Charles para impactar en este. Está a punto de perder el equilibrio del caballo, pero lo sostengo por la otra mano.

—Nunca más te atrevas a decir algo así de ella —le respondo.

De no ser por el casco que cubre mi cabeza posiblemente hubiese visto mis ojos amarillos junto a los dientes que instintivamente salieron.

Puedo oler el miedo que le provoco en estos momentos, mi olfato lo detecta con facilidad, aun así él intenta hablar.

—No debí golpearte, es solo que no puedo admitir que digan esas cosas de ella —le respondo tratando de recuperar la normalidad.

La Maldición de los Roosevelt [#2🌹] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora