16. el mundo sigue girando

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Nunca me había definido por ser impuntual, pero mientras salía de mi habitación a pasos apresurados y con los botones de mi blusa a medio abotonar, pensé que aquel buen antecedente había salido malamente de mi sistema. Era la tercera vez esta semana que corría contra el reloj.

— Quita — acelere a Jimin para poder asomarme al refrigerador, de cuya puerta él estaba colgando.

— Carajo — él arrugó el rostro, desviando rápido la mirada de mí y haciéndose a un lado como si corriera peligro de que le pegara alguna gripe. — ¿No puedes terminar de vestirte en tu habitación? Voy a denunciar tu exhibicionismo.

Le di un manotazo en la nuca luego de tomar un yogurt de la nevera.

— Hablas como si me paseara desnuda por el departamento todos los días — abrí mi mochila para lanzar dentro el material de lectura que anoche había dejado encima de la mesa. — ¿Voy a tener que recordarte la vez que te vi el culo aquel día que trajiste a esa chica?

— ¡Llegaste antes de lo que habías dicho! — mi amigo se quejó, poniéndose rojo.

— Solo digo — hice una pausa, mirándolo con un gesto burlón. — Ya hay cierto grado de familiaridad corporal entre nosotros. No entiendo por qué te espantas tanto.

— Eres una cínica.

Salí de la cocina riendo.

— ¡No olvides comprar la pasta dental, que está por acabarse! — le recordé, terminando de abrochar mis últimos botones de camino a la puerta y notando a Tara tirada en el sofá, todavía con su ropa de fiesta y con una manta cubriendo apenas la mitad de su torso. Su sueño parecía sorprendentemente placentero para alguien que había pasado la noche entera fuera de casa para asistir a un concierto de artistas independientes en una discoteca oscura y desaliñada en el centro de la ciudad. — ¡Nos vemos en la noche!

Acabé saliendo de casa casi veinte minutos tarde, así que no fue una sorpresa darme cuenta de que no había alcanzado el autobús. Maldije en voz baja y levanté el brazo para hacer que un taxi se detuviera. Era más caro que el bus, pero me había quedado sin opciones para llegar a tiempo a la universidad. ¿Esos minutos extra de sueño valían la pena si como consecuencia gastaba el dinero del almuerzo en el transporte?

Llegué a la facultad sin aliento.

— Lo siento. Permiso — empecé a recitar al subir las escaleras, obligada a escabullirme entre los estudiantes que caminaban tranquilamente porque, a diferencia de mí, ellos sí iban a tiempo. — Perdón, voy a pasar. Permiso. Gracias.

Antes de cruzar la puerta del salón me quedé un par de segundos ahí parada, recuperando el aire que había perdido con el ajetreo de mi atraso. No quería que todos en la clase vieran como me explotaba un pulmón mientras iba a tomar asiento. El profesor Ryu ya había empezado con el tema del día, así que me adentré sutilmente y caminé hasta la penúltima fila en donde me esperaba una silla vacía. Soli, sentada frente a mí, echó un vistazo por encima de su hombro para verme. Sus ojos parecieron reclamarme. Todavía un poco agitada, me limité a responderle con un encogimiento de hombros para después poner todo mi esfuerzo en pillar el hilo de la cátedra.

El inicio del tercer año de universidad estaba resultando bastante pesado pero, en el fondo, no me disgustaba. Esto era lo que siempre había querido y me encantaba estar aquí sentada escuchando a mis profesores. Era enriquecedor poder oír a expertos reconocidos en su campo extenderse sobre los temas que llenaban mis ojos de ilusión desde que era una niña. Un vistazo al catálogo de carreras había bastado para elegir bioingeniería, después de todo. No tuve que pensarlo demasiado una vez que nos graduamos de la preparatoria y tuvimos que elegir un sendero profesional.

sempiterno • kthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora