Capítulo 10.

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Dedicado a: Musa520

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Jaxon.

Si supiera que al parpadear la imagen se difuminaría, no lo haría. Joder hoy apenas me estaba dando cuenta de lo mucho que la había extrañado. Años atrás adoraba escucharla, pero ahora que el tiempo había pasado, que me había perdido tanto de su vida, escucharla era simplemente como volver a respirar.

―Entonces ella amarró un hilo a su diente y tiró de él sin consultarme. ―Sonreí―. Ese día aprendí a bañarme con la puerta siempre abierta.

―Después de todo yo tenía razón, tu hija es un pequeño demonio.

―Solo es traviesa, nosotros éramos peores. ―Sonreí a punto de darle la razón, pero se levantó en el acto sin dejarme hablar―. Esas pizzas están demorando mucho, debería ir.

Suspiré sin decir nada. Esta nueva Maya tenía momentos extraños donde parecía cortarse al recordar algo cuando hablaba conmigo, podía incluso ver algo de tristeza y enojo en el fondo de sus ojos cuando me veía. El segundo me dolía, pero lo primero me destruía. Apoyé mi rostro en mi puño para poder verla de espaldas mientras hablaba con la dependienta y una sonrisa pequeña tiró de mis labios.

―Tío Jaxon.

―¿Qué pasa? ―Los observé a ambos al mismo tiempo.

―Es que tenemos hambre ―dijo Madeline, reí al ver su coleta deshecha.

―Tu madre fue a preguntar por qué se tardaban tanto, pueden jugar otro rato hasta que traigan la comida. ―Ambos me miraron con recelo antes de cruzarse de brazos―. ¿No les agrada la idea?

―No es eso ―dijo Lochan.

―¿Entonces?

―¿De qué hablaban tú y mi mamá, Jaxon? ―cuestionó la pequeña.

No estaba preparado para ese asalto... amm...

―De cosas de adultos ―respondió Maya sorprendiéndonos a los tres cuando dejó las pizzas sobre la mesa―. Hablaremos de esto en casa, señorita. ―Madeline suspiró en una protesta silenciosa antes de ocupar el asiento junto a Lochan para sumirse en una charla sobre películas.

Es decir que si los niños estaban sentados uno al lado del otro y en la mesa solo había cuatro sillas significaba que Maya se sentaría junto a mí, mi puño derecho que se escondía bajo la mesa se apretó celebrando una pequeña victoria mientras ella suspiraba con resignación y se sentaba a mi lado.

―Dime que no pediste una de piña. ―Pedí al ver los trozos de fruta sobre una de las pizzas―. No puede ser, ya tuvimos esta conversación, Maya.

―¿Qué tiene de malo? ―cuestionó, ceñuda.

―Eso no es una pizza verdadera. ―Puso los brazos en jarras.

―¿Ahora me dirás cómo comer mi pizza?

―Si pude evitar por años que comieras esa atrocidad puedo hacerlo de nuevo. ―Imité su pose y ella me miró unos segundos antes de apretar los labios, sonreí sabiendo lo que auguraba―. Vamos, quieres hacerlo.

―Ni lo pienses ―dijo aclarándose la garganta.

―No puedes encargar esa atrocidad, aguantarte la risa porque sabes que es horrible, aunque te guste y quedarte tan normal.

―¿Ah, no puedo? ―cuestionó risueña.

―Nop. ―Sin que lo previera comencé a hacerle cosquillas en el abdomen robándole unas carcajadas tan encantadoramente escandalosas que los niños nos observaron y justo en ese momento Maya, como si tuviera un botón de apagado, dejó de reírse, alejó mis manos y se acomodó en silencio―. ¿Estás bien? ―pregunté frunciendo el ceño.

Siempre fuimos nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora