—Que guapa está Frida —mencionó Poncho.
—Perrísima wey —me dijo Wendy, demasiado sorprendida y seria—. No mames que bonita que es.
—¿Apoco no lo habías notado? —le pregunté a Wendy, ella se burló.
—O sea sí, pero hoy se ve espectacular.
—¿Qué sientes de que la vas a ver? —me preguntó Emilio sonriente.
—Estoy que me quiero morir de vergüenza oe. Ve nada más mi delineado mal hecho, mi cabello largo, mi barba sin arreglar, y piensa en cómo está ella. No pe ya no. Si quiero verla, pero me veo horroroso, no quiero que me vea así.
Todos empezaron a reír, siguiéndome la corriente. Yo me levanté del sofá, fui corriendo al cuarto por una menta, no sólo me ayudaría con el aliento, también a calmar un poco mi respiración.
—Nicola, hasta estás sudando cabrón —comentó Sergio riéndose de mí.
—¿Cómo no? Si parece una diosa esa mujer. Seguramente me va a ver y me va a dejar. Me va a decir que ya no quiere nada.
Entonces de pronto se escuchó ese sonido de alguien tocando una puerta.
—¡Ay¡ —grité. Estaba emocionado y nervioso. Quería ir a esconderme a un baño y no salir de ahí hasta que Frida se fuera.
Entonces se abrió la puerta del almacén, y a pesar de que yo quería huir de ahí, fui de los primeros en acercarme corriendo. Ahí estaba Apio, y detrás Frida.
Sus ojos se encendieron al verme. Yo sólo pude recorrerla con la mirada, estaba divina, ella era surreal, de pies a cabeza, así de guapa la recordaba. Con una gran sonrisa salió del almacén, empujando un carrito con cuernos que Apio llevaba y dejando a un lado unos tridentes de utilería.
Frida corrió a mí para abrazarme, y cuando la sostuve, me dejé perder en ella, en su calor, su contacto, su olor, su cuerpo, su sensación. Mi estómago y cabeza estaban imparables. Dejé de escuchar alrededor. Sólo podía sentirla, y no quería soltarla.
Entonces se separó de mí, tomó mi cara entre sus manos, y buscó mis labios. Yo me incliné un poco para besarla, extrañaba su sabor, su humedad, su forma de decir que me quería. Apenas terminamos de besarnos y nos separamos, pude notar que sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.
—¿Estás bien? —le pregunté, intentando ser fuerte, guardando las ganas tan enormes que tenía por llorar también. Ella sólo sonrió y volvió a abrazarme. Me sentía necesitado de ella, de hundirme en su cabello, de saborear sus labios, de dormir a su lado, de escuchar su risa, o de verla mirando al suelo perdiéndose en sus pensamientos.
—¡Frida! —escuché a Poncho saludarla. Ella se alejó de mí, me sonrió y enseguida se movió para saludarlo, abrazándolo enseguida mientras yo saludaba a Apio.
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Enigma [Nicola Porcella]
FanfikceLas palabras nunca le harían justicia, aunque dedicara el resto de mi vida a buscar las palabras exactas de todos los idiomas podría ser tan preciso para narrar todo lo que es, todo lo que representa y lo que me hace sentir. Es por estas razones que...