39

1.4K 94 15
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



—Que guapa está Frida —mencionó Poncho.

—Perrísima wey —me dijo Wendy, demasiado sorprendida y seria—. No mames que bonita que es.

—¿Apoco no lo habías notado? —le pregunté a Wendy, ella se burló.

—O sea sí, pero hoy se ve espectacular.

—¿Qué sientes de que la vas a ver? —me preguntó Emilio sonriente.

—Estoy que me quiero morir de vergüenza oe. Ve nada más mi delineado mal hecho, mi cabello largo, mi barba sin arreglar, y piensa en cómo está ella. No pe ya no. Si quiero verla, pero me veo horroroso, no quiero que me vea así.

Todos empezaron a reír, siguiéndome la corriente. Yo me levanté del sofá, fui corriendo al cuarto por una menta, no sólo me ayudaría con el aliento, también a calmar un poco mi respiración.

—Nicola, hasta estás sudando cabrón —comentó Sergio riéndose de mí.

—¿Cómo no? Si parece una diosa esa mujer. Seguramente me va a ver y me va a dejar. Me va a decir que ya no quiere nada.

Entonces de pronto se escuchó ese sonido de alguien tocando una puerta.

—¡Ay¡ —grité. Estaba emocionado y nervioso. Quería ir a esconderme a un baño y no salir de ahí hasta que Frida se fuera.

Entonces se abrió la puerta del almacén, y a pesar de que yo quería huir de ahí, fui de los primeros en acercarme corriendo. Ahí estaba Apio, y detrás Frida.

Sus ojos se encendieron al verme. Yo sólo pude recorrerla con la mirada, estaba divina, ella era surreal, de pies a cabeza, así de guapa la recordaba. Con una gran sonrisa salió del almacén, empujando un carrito con cuernos que Apio llevaba y dejando a un lado unos tridentes de utilería.

Frida corrió a mí para abrazarme, y cuando la sostuve, me dejé perder en ella, en su calor, su contacto, su olor, su cuerpo, su sensación. Mi estómago y cabeza estaban imparables. Dejé de escuchar alrededor. Sólo podía sentirla, y no quería soltarla.

Entonces se separó de mí, tomó mi cara entre sus manos, y buscó mis labios. Yo me incliné un poco para besarla, extrañaba su sabor, su humedad, su forma de decir que me quería. Apenas terminamos de besarnos y nos separamos, pude notar que sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.

—¿Estás bien? —le pregunté, intentando ser fuerte, guardando las ganas tan enormes que tenía por llorar también. Ella sólo sonrió y volvió a abrazarme. Me sentía necesitado de ella, de hundirme en su cabello, de saborear sus labios, de dormir a su lado, de escuchar su risa, o de verla mirando al suelo perdiéndose en sus pensamientos.

—¡Frida! —escuché a Poncho saludarla. Ella se alejó de mí, me sonrió y enseguida se movió para saludarlo, abrazándolo enseguida mientras yo saludaba a Apio.

Enigma [Nicola Porcella]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora