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Ataru salió del retrete luego de vaciar por completo su estómago y forzarse a no vomitar de nuevo ya que había tomado 3 calmantes que no estaban consiguiendo parar o al menos disminuir el temblor en sus manos, la taquicardia profunda y la adrenalina rugiente por violencia que continuaba recorriendo su sistema entero.

Con dificultad, caminó hacia el lavamanos, sintiendo que aún podía romperlo con la fuerza de sus dedos en choque de adrenalina; se enfrentó con la visión del espejo, sus ojos aún eran negros y la expresión endurecida le parecía más enloquecida que de costumbre. Desde el momento uno en que decidió embarcarse en el camino, tuvo miedo de lo que podría pasarle si cedía a la oscuridad por completo.

Matar a Erin no era negociable, matar a In era algo que también haría si era necesario; sin embargo, en el fondo, dudaba mucho y no quería pensar en cómo haría para regresar a ser el Ataru Moroboshi del que su esposa se había enamorado después de eso, al menos ,el Ataru post borrado de memoria que aunque no era igual que el original, al menos parecía amarlo.

La sensación de tener en sus manos la jodida cabeza de Erin, destrozarla sin piedad, escucharla quebrarse, el grotesco sonido de la sangre y la carne quejándose, expresándose sin ninguna barrera de por medio. Tuvo que contener mucho más de lo que pensaba; especialmente después de ver que una raza de depredadores se quedaba muda ante lo que había hecho, o más bien, cómo lo había hecho.

Lo que el reflejo le mostraba era incluso desconocido para él mismo, la expresión enloquecida y obscena no le asustaba per se, sino el que no conseguía exterminarla, o al menos, camuflarla con sus pasadas habilidades de estereotipar eterno aburrimiento o frialdad. Las ganas de carcajearse al verse rodeado de recuerdos de Erin sufriendo también las estaba suprimiendo.

"Contrólate maldito, recuerda quién eres"

El sonido de los huesos quebrados, la forma en que los dedos de Erin eran plastilina lista para que la moldeara de formas tétricas, sus oídos expulsando ese líquido, el olor de su miedo. Todo eso, lo remembraba con cada uno de sus sentidos; el goce reventaba en sus sienes palpitantes y de no ser por su llegada, juraría que estaba a punto de experimentar placer por haber matado a alguien.

Las manos femeninas llegaron por detrás, el pecho y el cuerpo se pegó en su espalda mientras que los dedos buscaron tocar el punto donde el latido desbocado parecía a punto de anunciar la eclosión de Ataru Moroboshi. No podía verla en el espejo, ahora era mucho más alto que ella, pero lo que sí podía contemplar era cómo de manera paulatina, su cuerpo dejaba de temblar, sus ojos, se convertían lentamente en café oscuro, en almendra y finalmente, en marrón.

El aura tan especial que Erin había visto, abandonaba el cuerpo humano, convencido por el masaje amoroso que las manos de la mujer  daban en aquel músculo, en el que lo mantenía con vida a la par de la mente trastornada que descansaba, por fin. Las lágrimas comenzaron a acumularse mientras ella continuaba aprisionándolo en un firme y apretado abrazo que expresaba lo único que él quería saber.

"Te amo, no me das miedo"

-Nunca te dañaría- le recordó en cuanto pudo emitir su voz que continuaba siendo ronca

-Lo sé- susurró mientras movía con dulzura sus manos sobre el pecho

Después de lo que parecieron horas, el hombre se repuso, buscando darle la cara y también comprobar que era real y no un evento psicótico. La sonrisa la recibió, un gesto completamente nuevo en ella, no era la típica sonrisa de felicidad, sino una llena de algo más que no podía describir en palabras.

-A partir de ahora, nunca más volveré a separarme de ti- le prometió tomándola de la cintura

-Darling- le habló con una mirada brillante- ¿aún te quedan días de vacaciones?

23 años | URUSEI YATSURA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora