Capítulo XIX | Cambio

16 2 0
                                    

Cuando nos bajamos del autobús por fin las miradas se aplacan. Aunque Victoria y Camila hicieron el mejor intento en quitarme el olor, mi ropa aún se veía sucia, al igual que mi rostro. No quise entrar de nuevo a la escuela por medio de encontrarme con Jordan.

Aún me duele todo lo que pasó...

Llegamos a casa antes de que Billy o mi padre lleguen. Camila me ayuda abriendo la puerta y cierro mis ojos por un momento. Ellas no han comentado nada, sólo me han preguntado en todo el trayecto si necesito algo o si me duele caminar. Hasta el momento se han rehusado a opinar o mencionar algo por mi bienestar.

Y estoy profundamente agradecida por eso.

—Que linda casa —habla Victoria rompiendo el silencio. Camila no dice nada.

—¿Quieren...algo? —mascullo, soltándome del agarre de la pelirroja.

—Estamos bien, Hera. Ve a tomar una ducha para arreglarte ese cabello —me sonríe Camila.

Intenta disimular o pasar por desapercibido que estoy enferma. Siéndoles sincera, me cuesta creer que no piensan mal de mí... como lo hizo Jordan.

Asiento y me encamino hacia el pasillo que lleva a mi habitación, sin embargo, me detengo. Afirmo una de mis manos a la mesa y me doy vuelta. Aprieto con fuerza mi mano, dándome valor.

—Tenía miedo... —mascullo, viendo a Camila—. Perdón por no decirles desde un principio... pensaba que si lo hacía me dejarían de hablar y me tratarían como los demás...

—¿De qué hablas?, Hera —inquiere Victoria.

Es cierto, ella aún no ha leído mi libreta. La única que sabe es Camila.

—No tienes que disculparte por nada. Ahora que lo sé ya entiendo muchas cosas —me sonríe.

¿En verdad no le importa?

—No entiendo.

—Hera tiene prosopagnosia —le revela Camila, y por un momento siento la necesidad de huir. Pero no lo hago, de nada me servirá.

—¿Propaganda... qué?

—Para hacértelo fácil, es una enfermedad que le impide reconocer y recordar rostros —define—. Y piensa que la juzgaremos por eso.

Muerdo mi labio, esperando su reacción. Victoria dirige su mirada hacia mí, antes de que Camila tome asiento sobre el sillón.

—¿No puedes reconocernos?

Niego con mi cabeza, tímida.

—¿O sea que para ti no tengo cara?

Camila resopla.

—No... no es así... simplemente no puedo reconocerte, pero veo todo lo que compone un rostro...

Ella guarda silencio, antes de llevar una de sus manos a su cara. Parece impresionada.

—¿Por eso siempre nos miras por tanto tiempo? —pregunta, cruzando sus brazos.

Yo asiento con mi cabeza.

—Pensaba decirles... pero tenía miedo. Tengo, en realidad —mascullo—. No soy cómo ustedes.

—Suenas cómo una tonta —replica, y después la veo sonriendo.

¿Por qué sonríe?, ¿no quiere irse?

—Yo tuve cáncer, Hera... de hecho, ustedes son las únicas por fuera de mi familia que me han visto sin esto —señala su cabello—. Yo también le escondo algo a los demás, así que puedo entenderte. No tienes que sentirte mal al respecto, para mi sigues siendo la misma. No cambiará nada.

Hasta que seamos diferentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora