Capítulo XXIII | No puedo

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Creo que puedo manejarlo.

Ayer fue mi primer día de trabajo y después de que el dueño del local, cuyo nombre ahora sé que es Carlos, me explicara cómo manejar Excel, sólo tuve que encargarme de hacer las demás tareas. Me asustaba el hecho de no poder recordar el rostro de los clientes, pero el alquiler de libro se maneja con el número de identificación. Saber eso fue un respiro.

Estoy segura que no pude encontrar un mejor trabajo que este, y el simple hecho de saber que podré ahorrar dinero mientras dura el sueño de Carlos de conformar una banda, me llena de esperanza. Claro que primero tengo que pasar la primera semana de prueba.

Sé que puedo hacerlo.

—Necesito otros pulmones para seguir haciendo esto —me indica Victoria desde el piso. Yo estoy estirando su pierna derecha.

—No pareces ser muy flexible —menciono.

—Lo único que se estira en mi cuerpo es mi lengua —bufa, antes de quejarse por el dolor. Yo suelto su pierna con delicadeza y después me acuesto sobre el suelo. Ahora es ella quien me estira las piernas a mí.

—No siento nada de envidia —comenta Camila viéndome desde arriba. Ella está a nuestro lado con una de sus manos en su vientre bajo.

—Prefiero estirarme a tener la regla —masculla Victoria en voz baja.

—Si quieres te traigo un micrófono para que toda la escuela se entere —replica ella, golpeando el hombro de Camila con su mano libre.

Apoyo mis pies al césped y estiro mis brazos a lo largo.

Gimnasia es la peor clase de todas.

—¡Bien, niñitas! —se escucha la voz fuerte del profesor—. Pónganse de pie, llegó la hora de fortalecer su sistema cardiovascular.

Victoria me ayuda a pararme y junto a Camila nos dirigimos hacia el concreto que marca el inicio de la pista de atletismo.

Desde hace un tiempo vengo pensando que lo único que sabe este hombre es hacernos correr.

—Ya saben, los primeros en dar diez vueltas pueden irse —menciona, haciendo sonar el silbato. Yo noto que un par de hombres salen corriendo cómo si sus vidas dependieran de eso. Miro un poco hacia el costado derecho y noto a un chico de cabello azul intentando hablar con alguien con un tatuaje de una pica en su brazo. Dejo de observarlos y me acerco al profesor.

—Si no empiezan a correr tendrán que dar doce vueltas —amenaza, viendo su cronometro.

—Yo no puedo —se queja Camila. Él alza su vista.

—Es verdad que Miranda está salpicando sangre —señala con su dedo a Camila. Deja de observarla y nos ve—. Ustedes corran.

—A mí también m...

—Quince vueltas.

—Está bien —responde Victoria, tomándome del brazo y empezando a correr—. ¡Sólo serán diez!

Yo veo cómo Camila toma asiento sobre las gradas y el profesor se sienta sobre la silla metálica que situó en la mitad de la pista. La dinámica es que, con un mercador nos dibuja un punto en la mano por cada vuelta que logremos dar.En mi opinión él también debería correr con nosotros. Pero eso parece ser algo imposible.

—Quisiera tener la energía de Aren... —masculla ella, mientras dirige su vista hacia uno de los hombres de en frente que corre entre saltos.

Es impresionante cómo siempre quiere llamar la atención.

—Sigue feliz por el partido —respondo, empezando a controlar mi respiración—. Su felicidad es muy bizarra.

Los cuervos pudieron ganar el último partido y ahora están entre los dieciséis mejores equipos del país. De hecho, a eso se debió la hamburguesa que decidió obsequiarme. Estaba feliz porque podría seguir jugando. Imagino que a eso también se debe que esté corriendo en zancadas.

Hasta que seamos diferentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora