Capítulo XVI | Amistad

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Al día siguiente intento pensar que nada cambió, que todo sigue igual, pero al ver mi mano vendada me es difícil simular que no siento nada. Que alguien te guste debería ser algo bueno; en los libros la describen como una de las mejores sensaciones que el ser humano puede experimentar. Sin embargo, considero que no hago parte de ese selecto grupo.

Es una maravilla para cualquiera que tenga las capacidades de admirar a la otra persona en su plenitud; y yo carezco de eso.

—¿Qué te sucedió?, ¿estás bien? —me pregunta Victoria al verme. Yo sonrío y tomo asiento tras ella. En cuestión de segundos, se da la vuelta y tiene mi mano entre las suyas.

—Tuve un accidente con algo caliente. Estoy bien —respondo, mientras miro sus ojos claros con cierta chispa de preocupación. Ella mira mi vendaje y después a mí.

—¿Duele?

—Un poco.

—¿Qué tanto?

—Lo suficiente para que no lo sujetes con fuerza —sonrío, haciendo que ella me suelte. Yo le agradezco.

—Ten cuidado —aconseja, avergonzada. Y en realidad no es algo malo, que me haya preguntado significa que se preocupa por mí. Yo me centro en su frente, ya que observo algo peculiar; un mechón de cabello negro sobresale.

—Tu cabello —susurro, señalándole la parte en su cabeza. Ella cambia su expresión de inmediato y lleva sus manos a su frente para cubrir la evidencia.

—¿Qué pasa?

—Sobresale un mechón —menciono, tomando su cabeza con delicadeza. Le digo con mi mirada que confíe en mí, y después de unos segundos no queda rastro de algún otro color que no sea rojo en su cabeza. Ella saca un mini espejo y se ve.

Creo que todos estamos enfocados en esconderle algo a los demás.

Miro hacia el asiento de Jordan y lo veo vacío. Aún no ha llegado. Observo los cuerpos de los demás estudiantes transitando por fuera e intento encontrar diferencias en sus rostros. Cambio de rumbo mi mirada cuando caigo en cuenta que todos se ven de la misma forma.

«No cambiarás por arte de magia, Hera», pienso, respirando profundamente.

(...)

A la hora del almuerzo camino a través del pasillo en compañía de Victoria y Camila. Esta última llegó un par de minutos tarde, y según lo que nos relata, fue porque estaba en un desayuno importante junto a su familia. Lo que no sabía de ella, es que su padre es un empresario importante y un político influyente del país. Sólo lo sabía Victoria y ahora yo, que decidió contarme porque piensa que no soy una amenaza para nadie.

Dijo algo que aún tengo grabado en mi mente, y eso fue: «Confío en las personas que considero amigas».

Me he sentido extraña desde hace un par de minutos, porque al parecer soy la única que les está ocultando quien soy en verdad. No sé si deberían considerarme amiga después de todo esto.

—¿A quién llamas? —inquiere Camila, al ver a Victoria con su celular en la oreja. Yo camino a su lado derecho para evitar que su cuerpo choque con el de alguien más.

—Al imbécil de Aren —dice con enojo y cierto toque de preocupación—. Ayer en la noche llegó el equipo a la ciudad y no apareció en casa; y ni siquiera sé si está aquí.

—Déjalo, es Aren. Ya sabes cómo es —aconseja Camila con un par de palmadas sobre sus hombros.

Me parece un comportamiento infantil de su parte, y todo es por haber perdido un juego.

Hasta que seamos diferentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora