Capítulo XXIX | Nuestra decisión

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Decidí no ir a la escuela ya que aún me siento mal. La fiebre bajó un poco, pero el dolor en todo el cuerpo ha estado presente todo el día. En lo personal, no me gusta faltar a clases, pero en casos extremos decido dar un paso atrás y pensar en que podría empeorar si no escucho las señales de mi cuerpo.

Sin embargo, decidí moverme y no quedar postrada en cama. Estuve viendo mis apuntes de ingles hace un par de horas para reforzar mis falencias y ahora estoy poniendo en orden mi habitación. El pijama holgado y cálido que llevo encima me está haciendo sudar mientras limpio mi estantería, al igual que los calcetines tienen aprisionados mis pies sin darles oportunidad de poder respirar. Mi madre solía decir que era sano caminar descalzos, porque los pies respiraban; nunca pude entenderla de pequeña, ya que mi mente infantil le buscaba nariz a mis pies para poderle dar alguna explicación. Ahora que soy un poco más madura, entiendo a la perfección a lo que se refería.

Me siento sobre mi cama y aparto los calcetines de mis pies. De inmediato siento que la temperatura de mi cuerpo se ajusta un poco. Me vuelvo a poner de pie y el contacto de la madera sobre mi piel hace que me sienta un poco reconfortada. Camino a la estantería y tomo un libro para apartarle el posible polvo que tiene; es uno de Sidney Sheldon. De inmediato, como pasó en casi toda la noche, Jordan viene a mi mente. Este es uno de los libros que le presté, y por alguna razón aunque lo tenga en mis manos lo siento más suyo que mío. Imagino que ese tipo de cosas pasan cuando decides darle algo de ti a alguien más; se te hace difícil volverles a ver como eran antes.

Lo que sucedió entre nosotros el día de ayer me dejó muy confundida, y más si tengo en cuenta que, ahora que viene a mi mente, no me molesta. Los cuervos lograron ganar el partido y pasaron de ronda, pero que él haya venido sólo a asegurarse que estuviera bien a mitad de un partido, hizo que me replanteara muchas cosas. ¿Le importo?, ¿es tan malo cómo creía?, ¿aún siento algo por él? Son preguntas que continuamente pasan por mi cabeza, y no estoy segura si tienen una respuesta sincera.

Decido apartar los pensamientos de mi cabeza y concentrarme en cosas más importantes.

Siendo un poco más de las cuatro de la tarde empiezo a cambiarme de ropa y decido ir a trabajar. Muchos motivos me impulsaron, pero los principales son que ya me siento un poco mejor, y si me llegase a pasar algo no estoy lejos de casa. Además, siento que no me puedo dar el lujo de faltar un día, aunque el dinero no sea mucho, será de mucha ayuda al final del dia. Además, Carlos me dio la oportunidad de poder trabajar en su negocio, y por mi condición debo apreciar cualquier cosa que me permita seguir avanzando.

Abrigo bien mi cuerpo y ajusto la bufanda color purpura a mi cuello. Cuando llega la tarde el día se hace más frio y no quisiera tener una recaída, así que también decido ponerme los guantes, aunque después me los quite. Tomo las llaves que están encima del mesón de la cocina y salgo de casa, no sin antes dejarle una nota a Billy para que caliente la cena cuando llegue. Al dar un paso afuera caigo en cuenta que hay mucho viento por las calles, y por el color del cielo es posible que pronto empiece a llover. Aseguro bien la puerta y empiezo a caminar con prisa hacia la librería. El día está un poco oscuro, y las nubes negras que cubren el cielo hace que cualquier fotógrafo pueda sacar una postal nostálgica de la vista. Llevo mi mano derecha a mi cuello y subo un poco mi bufanda para cubrir mi nariz. Al doblar por la esquina y empezar a bajar la pequeña loma, noto que al final de la calle, en el semáforo en rojo, hay una persona sobre una moto haciéndola sonar. Acelera, pero no se pone en marcha. Desde aquí se me hace conocida, pero sólo hasta cuando se pone en marcha es que puedo notar que si la conozco. Por su forma y color deduzco que se trata la de Aren, pero lo que me hace confirmar mis sospechas es la persona la cual la maneja; piernas largas, casco negro y una camisa blanca con sus mangas recogidas hasta casi llegar a los codos. Él pasa de largo, al parecer sin percatarse que yo camino en dirección contraria, y agradezco al cielo que sea de ese modo. Cuando se de cuenta que Billy aún no ha llegado se irá y no tendré que verle la cara.

Hasta que seamos diferentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora