Capítulo XXIV | ¿Alguien bueno?

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Cuando suena el timbre que anuncia que las clases han terminado, mi mirada se va involuntariamente hacia el asiento de Jordan; está vacío. Ya van un par de días desde que se desmayó y por alguna razón no ha vuelto a la escuela.

Mi mente los últimos días han estado divagando entre lo que me dijo Victoria y Cleik, en lo que le pasó a él y en cómo está ahora... quisiera poder controlar esos pensamientos, pero por más que lo intento no puedo.

Ajusto mi bufanda y me pongo de pie. Después de colgar mi mochila en mi espalda salgo del aula acompañada por Victoria y Camila. Centro mi vista en el suelo y me mantengo al margen de la conversación de ellas dos.

No puedo pretender hacer lo mismo que Jordan. Yo no sirvo para salvar a nadie, incluso si se trata de mí. Me disgusta lo que ella está haciendo con él, porque sé que se está aprovechando de su situación, pero... ¿Qué puedo lograr pensando que no me agrada?

—Hera —escucho la voz de Victoria—. ¿Estás bien? Pareces dormida.

Alzo mi cabeza y la veo.

—¿En qué piensas? —pregunta Camila, y me limito a sonreír—. ¿Hoy trabajas?

La miro con atención.

—Si —mascullo.

Ellas me ven en silencio. No comentan nada más del tema y empiezan a hablar acerca de otras cosas. Yo opino de vez en cuando y cuando nos despedimos bastan un par de minutos para bajarme en la parada del autobús que está cerca de casa. Esta vez me cercioro que no haya ningún rostro conocido esperando emboscarme, y al confirmar que no hay nadie, empiezo a caminar hacia la librería. Quedan un par de minutos para que Carlos se vaya a practicar con su banda, y a diferencia de los últimos días, aunque hay nubes negras no ha llovido.

Al cruzar la puerta veo al mismo hombre de ayer afinando su guitarra eléctrica.

—Buenas tardes —saludo al llegar, pasando la cortina.

—¿Qué hay? —replica él.

Dejo la mochila bajo el mostrador y él se pone de pie. Guarda la guitarra en su estuche y camina hacia dónde está una bicicleta roja con calcomanías en todas partes.

—Que no entren los ladrones —me sonríe, y empiezo a comprender que esa es su manera en la que me dice que cierre bien. Yo le devuelvo el característico gesto con las manos y él saca su bicicleta del local.

Al marcharse, respiro hondo y me dirijo hacia el baño por los guantes de goma. Tomo la escoba y empiezo a asear el lugar el cual está vacío. Son pocas las personas que vienen a este sitio, y hasta el momento he identificado que en su mayoría son niños que vienen a leer los comics del Hombre Araña.

Empiezo a barrer desde la estantería de libros hasta llegar al mostrador. Después recojo la basura y tomo el trapeador y me aseguro de dejar todo limpio. Cuando termino me siento sobre la silla en frente del mostrador y empiezo a verificar los libros que deberían ser entregados en la semana. Después de eso lo que prosigue es enviarles correos a las personas responsables y dar el aviso que pronto se acaba el plazo.

Es un trabajo tranquilo, y no exige demasiado esfuerzo. Limpio el polvo de los libros día de por medio y el resto es atender a las personas que llegan. Hoy parece que nadie llegará, y aún restan tres horas para cerrar. Cuando le comenté a mi padre que conseguí este trabajo él pareció alegrarse, aunque primero se negó rotundamente... pero después entendió el motivo por el cual lo hago. Billy fue el más feliz de todos, ya que podrá tener la computadora por más tiempo.

No sé si eso sea buena idea.

Cuando mi atención está puesta en la computadora escucho un par de pasos acercarse. Alzo mi vista y miro hacia la puerta. La persona en frente de mí se queda estática, al igual que yo sobre la silla.

Hasta que seamos diferentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora