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Después de que le conté al director lo que Ernesto me hizo, él lo corrió... o algo así. Lo importante para mí es que ya no tengo qué verlo nunca más en la escuela.

El abuso que él me hizo aun lo tengo presente en mi cabeza, no lo supero aun no del todo, aun tengo pesadillas y cada que paso por aquel salón en dónde me abusó, me recorre un miedo y escalofrío horribles. Pero al menos ya no tengo qué verlo más, y eso en parte me hace feliz. Siento como poco a poco vuelvo a ser yo otra vez, como la amargura y tristeza que me perseguían, se van. He vuelto a sonreír y a ser un poco más feliz, o al menos lo soy por unas samanas.

He llegado a la secundaria más temprano de lo normal, me encuentro con unas amigas; Melissa y Paola. Ellas están en el turno de la mañana, así que cuando ellas salen, yo apenas voy entrando.

—Cecy, qué milagro verte por acá tan temprano —dice Melissa.

—Sí, es que quedé de verme con mis amigos aquí afuera de la escuela.

—A ver cuando vas a la privada, eh —dice Paola.

—Pues a ver cuando me invitan.

—¿El fin de semana te parece bien?

—Claro —asiento.

Nosotras seguimos hablado y riendo de lo más normales. Cuando entonces, miro adentro de la secundaria y, en el estacionamiento, me parece ver un auto rojo bastante familiar.

—¿Qué te pasa, Cecy? —me pregunta Paola.

—¿Saben de quién es ese carro? —apunto con el dedo índice.

—¿Cuál de todos? —pregunta Melissa.

—El rojo, el que está adentro de la escuela.

—Ah, ese —dice Paola—. No, la neta no sé.

—¿Tú sabes, Melissa? —le pregunto.

—No, ni idea —se encoje de hombros.

—¡Oh!, creo que ya sé. ¿No es del prefecto? —dice Paola.

—¿Cuál de los tres?

—Del que es bien chido con nosotros.

—¿Ernesto?

Siento un miedo tan grande al escuchar ese nombre. No sé qué cara pongo, pero mis amigas se dan cuenta de ello primero.

—Cecy, ¿te sientes bien? —me pregunta Paola.

—Ammm... sí, creo que sí —digo no muy segura.

—¿Estás segura? —pregunta Melissa.

Asiento.

—Bueno, nosotras nos tenemos qué ir. Cualquier cosa nos mandas mensaje por el face, ¿va?

Solo vuelvo a asentir, pero no digo nada.

Ellas se despiden de mí de beso en el cachete y luego se van.

El resto del día trato de no pensar en eso. Pienso que quizá mis amigas se equivocaron de nombre o yo no entendí bien lo que dijeron, pero no es posible que Ernesto siga en el turno de la mañana... ¿O sí?

Con el pasar de los días, voy pensando menos en eso. No porque no me importe, sino porque simplemente no puedo creer que el director de una secundaria, la persona que se supone debe de proteger a sus alumnos dentro del plantel, fuese capaz de dejar trabajar a un pedófilo pervertido en la misma escuela, pero en otro turno, como si ahí no hubiera niñas ni niños.

Aun así la duda ya está en mí y no me deja en paz.

Yo tengo varios amigos más en ese turno, de hecho la mayoría de mis amigos y conocidos quedaron en el turno de la mañana. Un día voy a la privada en dónde viven algunos de ellos, y en dónde también vivía yo. En las últimas semanas mi familia y yo nos tuvimos qué cambiar de casa a una privada que queda casi justo enfrente de la secundaria.

Todo cambió. Libro #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora