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Cecy Cordero

—Ya me voy a la escuela —le digo a mi hermana Saudy, quien está en la cocina. Estoy a punto de irme, pero me habla.

—¿Desayunaste algo?

—Sí, desayuné cereal con plátano —miento.

—Ah, ¿sí? ¿A qué hora? —se cruza de brazos.

—A las 10.

—¡No seas mentirosa, Cecilia! He estado aquí toda la mañana y tú no saliste de tu cuarto más que para ir a bañarte.

—Bueno, está bien, no desayuné, pero, ¿cuál es el problema? Como algo en la escuela y ya.

—¿Crees que soy tonta? Me he dado cuenta que no estás comiendo bien. Te vas a la escuela y no desayunas. Llegas de la escuela y no cenas. Los fines de semana no comes nada, solo haces como que sí para que mi mamá no tr diga nada y luego vas y tiras la comida a la basura. Dime, la verdad, ¿qué te está pasando?

—No me pasa nada, simplemente a veces no me da hambre, pero en la escuela siempre como en el receso.

—No te creo nada

—Saudy, se me hace tarde para ir a la escuela, me van a cerrar la puerta y no me dejarán entrar.

—No me importa —va a la cocina y a los segundos sale con un plato de comida en las manos—. Te vas a comer este huevo que te hice o no vas a ningún lado.

—Saudy, en serio se me hace tarde.

—¡No me importa! Si no comes no vas. Prefiero que pierdas clases a que me llamen de la escuela y me digan que mi hermana de desmayó por no comer bien —deja el plato en la mesa—. Andale, desayuna.

—Saudy...

—¡Que desayunes!

Rendida me siento en la silla. Mi plan es agarrar servilletas, envolver la comida en ellas y tirarlas a la basura, pero mis planes se arruinan porque Saudy se sienta justo enfrente de mí, viéndome fijamente.

—¿Qué haces? —le pregunto.

—Aquí me voy a quedar hasta que comas toda tu comida.

—Pero...

—¡Nada de peros! Empieza a comer porque se te hace tarde.

Ruedo los ojos, tomo la cuchara y veo la comida en el plato, la cual no se me antoja ni en lo más mínimo.

—¿Qué esperas? Andale —me dice.

Tomo un poco del huevo con la cuchara y me lo llevo a la boca. Quiero escupirlo, quiero vomitar, pero no puedo porque mi hermana no me quita la vista de encima.

Son solo unos minutos los que estoy ahí, pero yo los siento como si fueran horas, siento que por más que como, la comida no se acaba, siento que en cualquier momento voy a vomitar.

Al fin termino, tomo un poco de agua y me levanto de la silla.

—No fue tan difícil, ¿verdad?

Sí, sí lo fue.

—Ya ve a la escuela —recoje mis trastes sucios y va a la cocina—. Portate bien.

—Al rato regreso —tomo mi mochila, camino a la puerta y salgo de la casa.

Estoy caminando mientras unas lágrimas inundan mis ojos y después corren por mis mejillas.

Me siento culpable por haber comido.

Me siento mal conmigo misma.

Me siento asquerosa.

Hay una voz en mi cabeza que no para de decirme que hice mal y que por mi culpa mi cuerpo se pondrá peor que antes.

Todo cambió. Libro #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora