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Todo lo que queda de clases, me quedo sentada en el área de las bancas. Suena el timbre para salir a receso y llegan mis amigos: Alejandro se sienta al lado de mí, Laura enfrente y Abdiel al lado de ella.

—Cecy, ¿qué fue eso? —me pregunta Laura.

—¿Qué fue qué? —la miro.

—Esa manera de hablarle a la profe, tú no eres así.

—Ustedes saben que ella lo merecía.

—Nadie dice que no, pero ella es una profesora, se puede quejar de ti con el director, y a ti te van a correr.

—No me importa.

—Cecy, si algo te pasa cuéntanos, somos tus amigos, ¿qué no?

—Te lo agradezco, Laura, pero no tengo nada —me levanto—. Iré al baño —me voy.

Eso solo fue una excusa para estar sola, ya que en realidad no voy al baño, sino a sentarme cerca de las canchas de la escuela, en donde se juega deporte, donde los profesores dan sus clases de educación física y en donde damos honores a la bandera. Esta vez solo hay unos muchachos jugando fútbol. Verlos jugar así, me recuerda mucho a Alex.

Todo fuera más fácil si te tuviera cerca; tú siempre sabías qué hacer, sabías qué decirme, sabías cómo hacerme sentir mejor... Te extraño tanto, Alex.

—Hola —saluda Alejandro, pero no volteé a verlo—. ¿Recuerdas que siempre en cada receso comemos los cuatro un paquete de gomitas? —se sienta a mi lado—. Bueno, pues este año empecé por comprarlo yo, y te traje las tuyas —me da un paquete ya abierto con pocas gomitas.

—Muchas gracias, Alejandro —le sonrío y tomo el paquete.

—¿Qué tienes? ¿Por qué tan malhumorada?

—Así siempre soy yo, ¿no?

Niega con la cabeza.

—Tú siempre eres muy risueña, la más loca de los cuatro, la que pone el ambiente.

—Yo era esa, pero ya no —agacho la cabeza.

—¿Qué cambió, Cecy? ¿Por qué te comportas tan extraño? Recuerda que a mí me puedes contar todo siempre.

—No me pasa nada, estoy bien —sonrío y me recargo sobre su hombro—. Oye, ¿te puedo preguntar algo?

—Lo que quieras —pasa su mano por detrás de mi espalda y toma mi mano.

—¿A veces no has pensando en querer retroceder el tiempo?

—¿Para qué o qué?

—Para poder evitar hacer cosas que no debiste hacer, como... no hablarle nunca a cierta persona.

—No, la neta no. Todo lo que he hecho, ya sea bueno o malo, me ha servido para ser mejor persona.

—Pues no te ha funcionado muy bien, eh —digo en modo burlón, y él solo se ríe.

—Pero bueno, ¿por qué haces esa pregunta tan extraña?

—Porque yo sí me arrepiento de muchas cosas que he hecho. Siento que todo lo que me ha pasado, me lo he buscado yo misma, de alguna u otra manera. La neta quisiera tener una maquina del tiempo para poder cambiar eso.

—Pero ¿de qué hablas?

—No es nada, sabes que a veces digo cosas sin sentido.

—¿A veces? —me mira y ríe.

—Bueno, la mayoría de veces —río igual.

—No te preocupes, por algo Abdiel llama a nuestro grupo: “los cuatro imbéciles”, y a ti te nombramos la imbécil alfa.

Todo cambió. Libro #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora