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“La vida nos tiene un sin fin de obstáculos preparados que no sabemos a ciencia cierta si seremos capaces de poder cruzarlos, pero nunca superarlos”.





Seguía vivo.

Al menos eso fue una buena noticia, ya que haber sentido en carne propia el dolor desgarrador en mi cuello, la aterradora idea de que pude haber muerto seguía tan fresca en mi mente.

Cuando abrí los ojos, el sol apenas se asomaba por el horizonte, había un manto de niebla en el bosque que impedía ver bien el exterior, pero aún así todo seguía tranquilo. El sonido de los pájaros cantar y el viento moviendo algunas ramas hacía todo pacifico y relajante. 

Recuerdo que mis extremidades crujieron al momento de incoporarme, y viendo a un lado mío, me llevé la decepción de no encontrar a YoonGi en la cama. Poco a poco fui cobrando la conciencia, y maldije por el dolor de cabeza que apenas comenzaba a martillar mis sienes y frente.

En lo que mi vista se acostumbraba a la luz del día, me quedé petrificado cuando vi las sábanas manchadas de sangre, lo que llevó a preguntarme si YoonGi se había alimentado más de lo previsto.

Con la debilidad recorriendo mi cuerpo, me levanté de la cama y tomé la sábana para cubrirme de ese crudo frío mañanero. A punto de salir e ir a la planta baja a por un vaso de agua, escuché sonidos provenientes del baño. Sin pensarlo, caminé hacia allá para asegurarme de que era el pelinegro. La aterradora idea de que alguien más estuviese conmigo me hizo tener escalofríos, pero lo creía poco improbable, pues al estar en un lugar desconocido y muy bien escondido impedía aquello.

Al estar bajo el umbral, me permiti respirar con tranquilidad, YoonGi se encontraba vaciando la tina, aquella donde había mostrado un acto de valentía y que tan fuerte era mi voluntad. Un reto que representaba la balanza perfecta para saber que tanto le temias a la muerte.

Se incorporó secándose las manos en una toalla que estaba cerca de su posición, pero en cuanto giró, no esperaba ver sus ojos llameando en ese espectacular y fiero rojo vivo. La luz de la mañana hacía ver el color de sus iris mucho más intenso con un par de reflejos naranjas, similar al fuego.

Dejé escapar un jadeo cuando de improvisto e inesperadamente me acorraló contra el tocador. Hice las manos puños cuando me abrazó y sentí su piel fría impactar de lleno con mi calidez.

Entendí que seguía en ese estado salvaje cuando sus labios besaron mi cuello respirando entrecortadamente, como si olfateara mi piel. Tragué saliva para intentar mentalizarme y decirme que nada malo pasaría, que él seguía siendo el mismo de siempre y que él todavía era consciente de sus actos.

–Deberías seguir descansando –susurró.

Suspiré aliviado por pensar que aún estaba fuera de si. No obstante, sus expresiones como las de un animal al acecho me mantenían alerta.

–Estoy bien –dije con la voz rasposa.

Negó en lo que dejaba más besos en mi cuello.

–Podrás mentirme, pero tu cuerpo no lo hace. Mírate –con ayuda de sus manos en mi cintura, me giró para verme en el espejo. Mi expresión consternada no me hizo emitir alguna palabra–. Sonará nefasto que lo diga, pero por fin he marcado tu cuerpo como tanto lo he deseado.

Hematomas violaceos y de tonos azulados estaban pintados en trazos abstractos en todo mi cuerpo, como en mi muñeca, en el interior de mis muslos, mi cuello y clavícula derecha. Otros de tonos rojos y pequeños se posaban alrededor de mi pecho, abdomen y hombros. La que más predominaba entre todas era la que había a un costado de mi cuello, la última mordida letal que me había hecho desvanecer.

B I T E  ||YoonMin|| +18 [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora